Los cuerpos oprimidos llevan años y paños ocupando nuestros queridos arenales gijoneses, y con mucho desparpajo
No hay nada mejor que una buena evangelización política para cabrear al personal. La última, la de la ministra Irene Montero y su intento de liberar las almas de los ‘cuerpos imperfectos’ a lo largo de las playas españolas. Estos oprimidos llevan años y paños ocupando nuestros queridos arenales gijoneses, y con mucho desparpajo. Mis primeros recuerdos de playa se remontan a tardes con mi abuela y sus amigas, y lo cierto es que lo último que importaba era el cuerpo de cada cual. No hay nada más bello que unas arrugas bien llevás’ y el arte que dan los años. Allí, en la playa de Poniente, se juntaban abdominales con chichas, pieles tersas y flácidas, celulitis y glúteos de granito sin ningún problema o discriminación entre bañistas.
Mismo asunto en San Lorenzo, válgame el cielo, si en Gijón ya llevamos más de cien años -cuentan las crónicas de Ángel Mato- moviendo el body sobre la arena. Y son muchos y muy variados los que se mueven, y no nos cortamos en sacarlos en las campañas turísticas de promoción de la ciudad. Cómo olvidar la foto de Eloy Alonso premiada por la revista TIME en 2017, en la que un cuerpo hercúleo se mezcla con la maravillosa naturalidad de cuatro mujeres.
En cierto modo, somos una ciudad que actúa por hechos consumados y, en nuestro caso, nos cuesta creer que sea precisamente una representante de la Administración en Madrid la que nos anime a mostrar nuestras carnes en público. En la banalidad que supone este asunto, con la crisis de inflación pulverizando carteras, radica una de las claves de la gran desafección política actual. En lo más profundo de un océano de problemas, una ministra comienza una cruzada por salvarnos la vida y vendernos, con nuestro dinero, el derecho a ser felices. Quizás y solo quizás, sea uno de los grandes pecados de su partido, muy relacionado con la bajada de aquel suflé que en algún momento parecía esperanzador para la política de España.
No es difícil suponer que a un adulto responsable le cuesta empatizar con semejante iluminación o misión divina, pura gasolina para el fuego del extremo contrario. Y no es que el body-positive no sea un movimiento oficial y oficioso que aporta un mensaje optimista al discurso social: siéntete a gusto con tu cuerpo, digan lo que digan. Pero esto es harina de otro costal. Esto es la reivindicación de un supuesto poder político que nos devolverá la dignidad. Pero es que eso ya dependía de nosotros. Y Gijón lo sabe desde hace mucho tiempo.