La respuesta ciudadana ante la desolación es de admirar. La riada de barro, tragedia, muerte, se convirtió en una riada humana de gente con bolsas de plástico, carritos, cestas repletas de comida, agua, enseres para personas que lo han perdido todo, además de aquello más importante: familiares y amigos
Poco que celebrar estos días. Son días de dolor, de pena, de lágrimas calladas recorriendo las pieles. No hace falta ser valenciano para sentir la angustia y el sentimiento de pérdida. Todos, estos días, lloramos por el fallecimiento de seres humanos siendo, lo material, secundario. Todos querríamos aportar algo para ayudar a esas personas que, en minutos, han cambiado sus vidas para siempre. Y es ahí donde quiero quedarme, donde me siento, a pesar de las lágrimas, agradecido por la sociedad valenciana y española. La solidaridad ante la desgracia, ante la catástrofe ha sido ejemplar, como lo ha sido siempre España cuando alguna causa nos hace arrimar el hombro. Recordamos el Prestige, Lorca o, volviendo a Galicia, los fuegos que asolaron a principios del siglo XXI su territorio. Fuera de nuestras fronteras, Chile o los terremotos de Marruecos son ejemplos claro de la manera de ser del ciudadano y ciudadana española. Pero también debemos hacer una reflexión de por qué nuestro sentimiento se multiplica en los casos extremos, por qué solo con en las grandes catástrofes, siendo nuestro país una nación solidaria.
Somos una tierra realmente generosa. Probablemente nuestro sentir provenga de lo mal que lo pasó este país tiempos atrás, de lo necesitado que estuvo de la solidaridad, solicitada y dada, de naciones europeas y americanas. El carácter de España se configura con sus experiencias más cercanas al tuétano, conformando desde nuestro interior más profundo lo que somos. Son esos retazos transmitidos en silencio los que no se olvidan y configuran un pueblo. Esos transmitidos de padres a hijos, sin hablar siquiera de ellos, están, se mantienen, forman parte de nosotros, de la persona. Venezuela, Argentina, Alemania… fueron países receptores de una inmigración española que hoy parece que olvidamos, pero que nuestro carácter conserva, como intentando corresponder una deuda que nunca será pagada, pues los sentimientos jamás tienen valor material. Francia, Chile, Cuba, Méjico, son patrias en donde los y las españolas huyeron del horror, del hambre, de la guerra y fueron recibidos con el sentimiento de solidaridad, reflejado claramente en Lázaro Cárdenas.
La respuesta ciudadana ante la desolación es de admirar. La riada de barro, tragedia, muerte, se convirtió en una riada humana de gente con bolsas de plástico, carritos, cestas repletas de comida, agua, enseres para personas que lo han perdido todo, además de aquello más importante: familiares y amigos. El puente Jorge Meliá se ha convertido en una cadena de solidaridad, de humanidad, de empatía, de esperanza para vecinos y vecinas que esperan entre el fango, las lágrimas y la tristeza algo que comer, beber o simplemente un hombro en donde sentirse acompañado. El cuidado de la ciudad de Valencia con sus colindantes refleja el sentir de todo un pueblo, de todo un país que está cuando se le necesita, sin parecer darnos cuenta que el cuidado al otro se necesita siempre, en cada momento.
Esta mirada hacia la desgracia, ese torrente de ayuda nos debe hacer sentir orgullosos como sociedad, como parte de un sentimiento, humanidad, que poco a poco se está perdiendo, pero se resiste a desaparecer, pues está dentro de nuestra condición de seres humanos. Escondida, latente, sale a borbotones en cada latir necesario, en una sístole y diástole que nos caracteriza como país. España es tierra de conquistadores, de luchadoras, de combatientes y de sufridoras. España es lugar multicultural, diverso, acogedor y humanitario, por más que algunos se crean en la potestad de decidir quién es y quién no es español. La tragedia se ha llevado a personas sin importar su procedencia y en el puente hay manos que agarran palas y dolor llegados de otros países, pero españoles por sentimiento. Iguales tan solo por nacer. Que no se nos olvide, la raza entre los seres humanos no existe y el dolor es igual bajo la piel, como la solidaridad, pues proviene del sentir de las personas.
Habrá tiempo de mirar responsabilidades, de saber qué y cómo se gestionaron los previos y los posteriores a la mayor catástrofe natural que ha sufrido España durante varias generaciones. De saber por qué no se preparó a la ciudadanía, si la AEMET avisó una semana antes y la Organización Metereológica Mundial nos dice que los daños se reducen un 30% de media cuando la población es avisada con 24 horas de antelación. Ya habrá tiempo, y debe haber una reflexión profunda sobre ello y, si existen responsabilidades, asumirlas o hacerlas asumir. Es momento de apoyar a las víctimas, de estar ahí con ellas, de gestionar el personal profesional y voluntario que está llegando a servir, a ayudar, a acompañar al otro. Las emociones y los sentimientos nos hacen únicos como raza, como humanos. Jamás debemos dejarlos anclados en un parapeto de superficialidad porque estaremos renunciando a lo que somos. Por desgracia, lo ocurrido estos días en las comunidades afectadas son el claro ejemplo de lo que somos, seres humanos que sienten, quieren, cuidan, se compadecen, aman. Bellos sentimientos que afloran en los momentos de más angustia y, a veces, ocultamos en la rapidez del día a día, sin ver a otro ser humano durmiendo en una calle o moviendo la basura buscando algo para vender.
La desgracia nos muestra también la otra parte humana. La del egoísmo, la del yo, la del aprovechamiento de la catástrofe para lucro propio. No lo digo por aquellas personas que entraban angustiadas en supermercados a buscar comida y agua, lo hago por los y las sinvergüenzas que, en el desastre, no miraron a su alrededor para colaborar, sino buscaban, relamiéndose en su suciedad, el botín de guerra manchado de un fango que se ha llevado cientos de vida. Parásitos de la sociedad, en un acto miserable, se dedicaban al saqueo sin darse cuenta que a su lado la muerte estaba presente, el hambre llegaba y la penuria verá esa tierra durante meses.
Hemos visto la respuesta de la sociedad civil. Es el momento de las Administraciones y de las grandes empresas. No, tampoco estas últimas deberían fallar. Empresas en records de beneficio, deben y pueden hacer un esfuerzo como hace cada ciudadano que ayuda. La fortaleza como sociedad está en el conjunto de la misma. Si la ciudadanía ha hablado con su esfuerzo ante el grito de dolor y de angustia, espero que nuestras empresas no defrauden. Las Administraciones tampoco pueden hacerlo. Su estructura y organización permite el esfuerzo a través de contratación pública de servicio y su incremento puntual de efectivos para llevar a cabo toda la tramitación administrativa que va a ser necesaria en las diferentes licitaciones que deben salir con premura. Y es el momento de la política como elemento clave para el presente y el futuro. Sin ninguna crítica por la gestión, no es el momento, muchas para comentarios de una consejera que no ha sabido estar a la altura, no ha sabido estar al lado de otro ser humano que grita por las calles el nombre de un desaparecido. Y también para Feijóo. Desde el primer momento, intentando sacar rédito político en medio de una tragedia humanitaria. En contraposición, la postura del presidente de la Generalitat Valenciana agradeciendo al presidente de España su cercanía, presencia y adecuación de su respuesta. No vale todo. No era el momento. La política no es usar la desgracia para hacer oposición, es estar ahí, aportar soluciones y después pedir responsabilidades, si las hubiera. Responsabilidades propias, un gobierno presidido por el PP, o ajenas.
Termino recordando a las personas que están colaborando en una zona devastada, con una tensión emocional seguramente tremenda, con unas ganas de ayudar y colaborar como siempre ha hecho España. Gracias. Y, por supuesto, recordando, llorando y sufriendo por las personas fallecidas, por las familias que han perdido todo. Porque sentir el dolor y compadecer, no hace humanos, perder la humanidad es el gran riesgo de este siglo que empieza.