Reconocido como uno de los ‘grandes’ del arte abstracto asturiano, el creador maliayo expone estos días en la Galería Amaga de Avilés ‘En el aire del agua’, una propuesta de inmersión en el aspecto atmosférico del elemento líquido
Son poco más de seiscientos metros de terreno agreste los que separan la ría de Villaviciosa de la aldea de Muslera, un verdadero remanso de paz a orillas del que es uno de los estuarios más icónicos de Asturias. En este lugar que, para el visitante profano, podría antojarse anclado en el pasado, el tiempo parece detenerse, la tranquilidad se convierte en constante, y la introspección se adueña de la mente y del alma por igual, haciendo de la creatividad no ya un valor que buscar, sino una aparición por la que, sencillamente, dejarse guiar. Es aquí, en este punto privilegiado del mismo concejo que le vio nacer, donde Guillermo Simón Gallego (Villaviciosa, 1968), ‘el pintor del mar’ para quienes conocen y admiran su obra, ha hallado la inspiración necesaria para forjar una carrera pictórica trazada a lo largo de más de tres décadas, siempre bajo el influjo de una musa clara, perdurable y fiel: el agua. Su más reciente fruto es ‘En el aire del agua’, una exploración del componente atmosférico ligado al líquido elemento, y que puede disfrutarse hasta el 9 de diciembre en la Galería Amaga de Avilés.
Es la de Simón una obra activa, diríase que viva, cimentada en una simbiosis entre figuración y abstracción. Se trata, en esencia, de un juego, de una invitación para que, a través de cada uno de los cuadros que conforman la muestra, el espectador bucee en sus propias emociones, siempre personales y distintas, incluso, de las del propio autor. «Intento provocar sensaciones que lo relacionen con experiencias previas, y esas experiencias tienen mucho que ver con el paisaje del agua», admite Simón. El pinto de partida de su trabajo, al que le atribuye un cierto poso «meteorológico», es esa línea de inspiración que existe en una playa. No en vano, «en la orilla del mar están casi todos los elementos: aire, agua y tierra. Lo que he hecho ha sido tomarlos como base de inspiración, pero situando la pintura como verdadera protagonista». A partir de esa invitación, cada cual podrá ver en sus creaciones lo que sus vivencias individuales motiven: temporales, huracanes, rompientes, montañas… «Hasta castillos y monstruos, como me han confesado algunos niños», narra, emocionado.
Quizá sea el más reciente, pero ‘En el aire del agua’ no puede entenderse como un trabajo aislado. Es el último escalón de una evolución creativa que tuvo su catarsis en la adolescencia, después de una infancia «muy influida por mis abuelos paterno, el pintor Guillermo Simón, y materno, que era marinero». Del primero obtuvo el interés por la pintura, sus primeras nociones de técnica, la conciencia de su pasión… Del segundo, mil y un relatos de las aguas, incluido el de la trágica galerna de 1944, uno de los que más impactaron a su nieto. Porque, a la postre, «la infancia es la patria común; soy el resultado de esa fusión». Así fue como llegó el momento de afrontar el segundo curso del ya extinto Bachillerato Unificado Polivalente (BUP)… Y cuando Simón tomó la decisión que marcaría su destino: preparar el ingreso en la Facultad de Bellas Artes de Bilbao, a la que accedió, por fin, en 1991.
De aquellos años en tierras vascas, «que no eran como ahora, porque tardabas hasta seis horas viajando en el Intercar», el maliayo dio el salto a París, donde completó su formación. Allí, en la capital europea de los artistas por antonomasia, Simón terminó de dar la forma inicial de lo que luego llegaría a ser, aunque también tomó conciencia de su deseo de regresar a Asturias. «Me atrajo mucho la formación, el arte contemporáneo que bullía allí, tener acceso a todos los museos… Pero no me veía. En ese sentido, soy muy de la canción de Joaquín Sabina: soy aquel que, para trabajar, «no cambia París por su aldea». Dicho y hecho; su taller, una cuadra de Muslera reconvertida, es su templo pictórico, el recogido espacio desde el que sus obras han partido hacia mil y un rincones de la propia Asturias, de España, del extranjero… Aunque al que siempre retornar. «Es mi núcleo, donde puedo tener los pinceles preparados, entre aguarrás todavía. No acabas nunca ni de limpiarlos».
Con 33 exposiciones individuales y más de cien muestras colectivas en su haber, Simón ha tenido ocasión de tomar la temperatura al panorama pictórico actual, tanto asturiano como nacional. Y el resultado no es, en absoluto, desmotivador. «España es uno de los países con mejores artistas; contamos con mucho nivel, y eso también surge de cierto fomento del arte», reflexiona. Existe, eso sí, un pequeño desajuste: y es que «tal vez hay una mayor cantidad de gente que se dedica al arte, que de personas dispuestas a contemplarlo, a abrazar el concepto de disfrutar de él». En ello, teoriza, pueden tener buena parte de la culpa las pantallas. «Vivimos en la inmediatez, y la pintura va por otros derroteros. Hay que pararse, observarla, dejarse llevar por ella para que transmita una emoción… Es como si, a veces, nos estuviésemos olvidando de vivir la realidad», apunta. Aun así, en esa cruzada contra la tecnología los artistas no están solos; «ahí están galerías, como Amaga, luchando contra viento y marea, aguantando a contracorriente, como nosotros. Así que puede que, en cierto modo, la revolución esté ahí. Por eso trato de que mi pintura sea interactiva; sin una interacción, estaría muerta».
Por el momento, con ‘En el aire del agua’ en curso, y después de haber iniciado el año con la muestra ‘El mar en la memoria’ en la Universidad de Oviedo, y de haberlo continuado con exposiciones en Madrid y en Manchester, Simón ya perfila en su mente algunos de sus próximos proyectos. En el horizonte se dibuja su regreso a la madrileña Malvin Gallery en otoño de 2024, amén de otras varias líneas de actuación de las que, por ahora, por prudencia y discreción, prefiere no adelantar nada. Eso sí, al igual que la influencia de leyendas del pincel como Turner, Zao Wou-Ki o Pollock, tres de sus referentes, seguirán siendo constantes Villaviciosa, Muslera y, cómo no, su amada musa, el agua. «Al final, cada uno trata de buscar su propia esencia en la introspección; es ahí donde se halla el original que somos. Es descender al origen, y el origen está dentro de uno mismo».