Nos convendría tener presente siempre la diversidad generacional, esa misma que debe permitir comprender la actual sociedad instantánea y de marketing, como la anterior del vino y maximachismos
Arranca el mes de agosto en Gijón con calor. Con calor, con humedad y con tormentas. Y comienza este mes, el tradicionalmente más vacacionero del año, con el desembarco y la apertura de una cadena de cafés en la ciudad, de la que ya han escrito algunos queridos compañeros como Alberto Ferrao. Pero esta semana no voy a escribir sobre la cada vez mayor implantación de franquicias en Gijón, y de lo que ello conlleva en cuanto a la pérdida de identidad como ciudad y mil cosas más. Como decía antes, aprovechemos este mes de agosto para relajarnos de “la profundidad de lo que pasa en nuestra ciudad” y quedémonos con lo superficial, que no todo tiene que ser intensidad en esta vida, que para eso ya tenemos el Congreso de los Diputados.
Y ese análisis, relajado y templado, me lleva a escribir sobre algo de lo que seguro que hemos hablado todos, o muchos de nosotros, un ratín, y es sobre la “colona” que se montó en la inauguración de esa megacadena de cafés de la cual no diré su nombre (que bastante publicidad tiene ya en los buscadores). Supongo que quizá esperéis que suelte varios exabruptos del tipo “¡¿cómo se le puede ocurrir a la gente hacer dos, tres, o hasta cuatro horas de cola para la apertura de un café?!”. Bueno, pues no, y además me voy salir por la tangente por varios motivos, a saber:
El primero de ellos, las colas. Es un asunto que merece mucho la pena analizar, y si es posible hacerlo cómodamente sentado en el sofá de tu casa en soledad mejor, puesto que te puedes llevar muchas sorpresas si le llegas a preguntar su opinión a la gente de tu entorno. Pasa lo mismo con lo que uno pueda pensar de Sabina, Rafa Nadal o Fito, son curiosas las enormes divergencias que hay. Yo, por ejemplo, no entiendo las colas en los embarques de los aviones, cuando todos tenemos un billete con un numero de asiento asignado, como tampoco las colas en el carril de la derecha en la entrada de cualquier rotonda de Gijón y, menos aún puedo entender las colas para que te puedan dar un kit de regalo o merchandising de cualquier cosa en la Feria de Muestras. Pero esto existe. También existe lo de recorrer todas las tiendas de comics de la ciudad para comprar un ejemplar difícil de encontrar o que se prefiera beber refrescos de cola sin azúcar. Cosas de cada uno, sin más.
A mí me cuesta entender la cola que ha hecho esa gente para tomarse un café, algunos ni para eso. Quizá lo que se perseguía eran los regalos que se dieron a los primeros 100 clientes o quizá simplemente ser los primeros en conocer el sitio. ¿Qué ese no es un motivo para hacer una cola de horas?, pues para mí no, pero para otras personas puede serlo. Y no pasa nada.
De igual manera también he podido leer una especie, y esto es muy habitual, de vocinglerismo respecto a la edad (la gente que hacía cola era por lo general bastante joven) y toda la retahíla de comentarios asociada a la juventud actual, por parte de otro sector de la sociedad más “adulta”. A estos últimos, entre los que me incluyo, nos convendría tener presente siempre la diversidad generacional, esa misma que debe permitir comprender la actual sociedad instantánea y de marketing, como la anterior del vino y maximachismos. En nuestra sociedad cambian cosas, costumbres y tradiciones que pueden gustarnos más o menos, pero no debemos olvidar que es gracias a esa generación de jóvenes, que nos acabará superando, que muchas de las vergüenzas pasadas han dejado de existir.
Pero la única cuestión que me preocupa de todo esto, la que sí que creo que deberíamos juzgar es esa que seguro que muchos no quieren hacerlo, y tiene que ver con la sociedad de consumo instantáneo en la que nos encontramos. Ese “estilo” de vida, de todos, que conlleva que quizá la gente acabe pagando 2,90 euros por un café que sabe peor que otro de otro local de la misma manzana por 1,70. Quizá el mes de agosto – el único en el que nos damos permiso para aburrirnos, dentro de esta dinámica absurda de superproducción en la que debemos vivir para ser personas – nos sirva para valorar por qué estamos en esa dinámica. Esa dinámica que posiblemente, diréis, es la que me lleva a mí a escribir sobre las colas que se montaron para inaugurar un local. Pues sí, eso mismo, es una contradicción, una más de las que tenemos que resolver cada día para que seamos un poco más comprensivos como sociedad y no dividirnos siempre con cualquier excusa, sea esta hacer colas si, o hacer colas no.
Porque de eso es de lo que quería escribir hoy, de la excesiva asiduidad con la que nos enfrentamos en batallas, un tanto dispersas pero que nos crispan, frente a la dificultad que tenemos para unirnos en otras luchas (y que cada cual escoja cual son estas luchas) Porque, si de algo más que del consumo instantáneo va este sistema en el que vivimos, es en dividirnos en celdas y casillas para las que siempre hay algo de merchandising que ofrecer.
el mundo se acaba,sin mas