
«En los tiempos post confinamiento, cuando nos obligaban a llevar mascarilla en exteriores y todo el mundo desconfiaba del vecino, este grupo de señoras, al que tuve la suerte de pertenecer gracias al Patronato, me ayudó a salir adelante»

Si hacemos una encuesta a la gente sobre qué es lo que convierte a los lugares que habitan -sean estos ciudades, villas o aldeas- en su hogar, estoy segura de que las respuestas serían tan variadas como sorprendentes. Para algunos el hogar es allí donde están sus amistades o su familia, o la casa de la infancia, o donde dieron su primer beso, o quizás donde descansan los restos de aquellos a los que amaron. Otras veces las razones que nos hacen sentir que tenemos la suerte de habitar en nuestro hogar son cosas más ‘accidentales’. Yo tenía un pariente que no podía sentir como suya una ciudad que no tuviera mar. Los años que vivió en lugares del interior fueron poco más que una especie de sala de espera hasta que, al fin, pudo residir junto al mar y construir un verdadero hogar. Sin embargo, en otras ocasiones lo que hace que una ciudad se convierta en tu nido, lo que construye convivencia y lazos, son decisiones políticas y consensos ciudadanos que dotan a las urbes de servicios públicos que las convierten en espacios vivibles, amables, humanos y más justos. Y en Xixón podemos presumir todavía de esto.
Cuando era niña, la única manera de aprender a nadar o practicar muchos deportes pasaba por pertenecer a un club privado, lo que implicaba que muchas familias quedaran excluidas. No solo por cuestiones económicas, sino también numéricas, pues ningún club privado está preparado para acoger a tanta gente. Esos tiempos han quedado atrás. Los consensos y la apuesta por políticas que han fomentado la creación de espacios públicos -pabellones deportivos y Centros Integrados, por ejemplo, en los que cualquier ciudadano puede practicar deporte, asistir a ciclos de cine, utilizar las bibliotecas de barrio, unirse a los clubs de lectura, o a las charlas o talleres de todo tipo (gratis o por una cantidad de dinero asumible para casi todos)- han convertido a la ciudad de Xixón en el hogar de muchos, y han abierto la cultura, el deporte y la convivencia a toda la ciudadanía, especialmente a las familias migrantes, que encuentran en estos lugares espacios en los que hallar amistades y establecer lazos con los que poder construir un hogar.
Hace muchos años, al igual que muchas personas de mi generación, me vi obligada a salir de Xixón y Asturies buscando oportunidades laborales que aquí no tenía. Éramos la «leyenda urbana» de un ‘Tini’ Areces que se negaba a aceptar que Asturies no era país para jóvenes –spoiler: no lo es todavía-. Pero, al contrario que muchos de mis amigos y amigas, tuve la suerte de poder volver a Xixón, aunque había pasado fuera el tiempo suficiente como para que parte de los lazos que tenía en y con esta ciudad ya no existieran. Me vi obligada, por tanto, a tener que volver a aprender a construir mi nido aquí y a buscar nuevas conexiones. Y las encontré gracias al Patronato Deportivo Municipal, manteniéndome desde entonces fiel a él a lo largo de las décadas. Gracias al Patronato he podido practicar todo tipo de actividades deportivas -he pasado del aerobic al pilates, o del acondicionamiento global al yoga-, pero sobre todo me he encontrado algo mucho más importante y necesario para mi corazón y mi mente: un grupo de señoras con las que compartir risas, y también alguna que otra lágrima.
En los tiempos post confinamiento, cuando nos obligaban a llevar mascarilla en exteriores y todo el mundo desconfiaba del vecino, este grupo de señoras, al que tuve la suerte de pertenecer gracias al Patronato, me ayudó a salir adelante. Con mascarillas y con un frío espantoso, desafiando incluso a la lluvia en muchas ocasiones, seguimos practicando juntas deporte en el patio trasero del pabellón del barrio, al raso y con el culo morado de sentarnos en el suelo de cemento -no existe colchoneta en este mundo lo suficientemente gruesa-. Entre sentadillas y abdominales hablábamos y nos contábamos cómo lo íbamos llevando, y nos dábamos fuerza y ánimos para aguantar otro día pandémico de la marmota. Con la mascarilla a medio bajar, resoplando, heladas, riendo, construyendo lazos, adecentando el nido. Y aunque muchas de nosotras, con el paso del tiempo, nos hemos cambiado a otros grupos y a otros cursillos, seguimos en contacto, felicitándonos los cumpleaños y los años nuevos, o quedando bajo un árbol todos los veranos para practicar yoga y darnos los abrazos que no pudimos darnos en pandemia.
Y aunque esos días nos parezcan lejanos, en este empeño por borrar la pandemia, lo cierto es que han dejado cicatrices en muchos de nosotros, cicatrices que mi grupo de señoras ayudaron a curar más rápido y mejor. Ahora los retos a los que nos enfrentamos nos parecen otros, a pesar de que muchos son el producto del cambio de hábitos que la pandemia provocó en nuestra sociedad y en nuestras cabezas. La turistificación de Xixón, que se traduce en la privatización a toda velocidad de los espacios públicos y en la apuesta por el consumo frente al ocio ciudadano gratuito o a precios asumibles, amenaza la posibilidad de que los que en ella habitamos comencemos a sentirnos cada día más ajenos a esta ciudad, a punto de ser expulsados, pues en vez de ciudadanos nos sentimos clientes y consumidores. Por eso es más necesario que nunca seguir cuidando aquello que convierte a las ciudades en hogares: los servicios públicos que tratan, con justicia y equidad, de equilibrar la balanza y proporcionar experiencias y oportunidades que de otra manera muchos ciudadanos no podrían permitirse. Y el Patronato Deportivo Municipal sigue siendo una de las piezas claves de este delicado pero imprescindible engranaje con el que construir una ciudad para todos y de todos. Cuidémoslo.