Con un sentido recuerdo al fallecido poeta ovetense Ángel González, con quien compartió momentos cómplices en la Semana Negra, el jienense se despide para siempre, esta vez «en serio», de la ciudad asturiana ofreciendo dos horas de música, talento y nostalgia
Muchos eran los corazones que, la pasada noche, permanecían encogidos, prácticamente detenidos, en la explanada del parque de los Hermanos Castro… Muchos los pares de ojos detenidos en cada ademán, cada gesto, cada acción del hombre que ocupaba el escenario… Muchos los oídos abiertos de par en bar, dispuestos a absorber hasta los últimos acordes y estrofas de un concierto que, en Gijón, será el último… Porque, en efecto, el momento del adiós, tan temido como esperado, llegó, y Joaquín Sabina puso el punto fin a su larga y estrecha relación con la ciudad asturiana brindado al público reunido en la sesión inaugural del Gijón Life un concierto para el recuerdo, de casi dos horas, sin las notas canallas de sus días de mayor gloria, pero no por ello menos poblado del talento, la intensidad espiritual y la poesía a la que el jienense tiene acostumbrados a sus fans. Y, como no podía ser de otro modo tratándose de su gira de despedida, oportunamente bautizada ‘Hola y adiós’, la nostalgia y el recuerdo fueron las notas dominantes en un espectáculo entendido por la mayoría como la última oportunidad de ver en escena al que ha sido, y aún es, uno de los grandes entre los grandes de la música hispana.
Dignamente sentado sobre su taburete, con la guitarra en ristre en la sonrisa pícara dibujada en el rostro, Sabina recibió con alegría los gritos de «¡Xuacu!» coreados por unos asistentes que, durante las dos horas siguientes, y con independencia de su origen, se convirtieron en representantes de una ciudad que, para el cantautor, ha sido «una de las más importantes de mi carrera». Al fin y al cabo, en tiempos lejanos el de Úbeda fue uno de los fieles a la veterana Semana Negra… Y precisamente a otro de los nombres ligados a dicho certamen dedicó y emotivo recuerdo: el del poeta ovetense Ángel González, fallecido en 2008 a los 82 años, y del que, más allá de los muchos elogios y premios reunidos, Sabina quiso rememorar cierta letra compuesta a dúo que reza «Qué noches de callejón sin salida; derroche, Asturias, patria querida. Mi coche vuela en dirección prohibida, rumbo a la Semana Negra, que le alegra el corazón a Gijón«. El estallido de aplausos no se hizo esperar… Fue entonces, ahora sí, cuando arrancó el espectáculo.
Los últimos serán los primeros, reza el dicho, y, al igual que ha ocurrido en los anteriores conciertos de esta gira, ‘Un último vals‘, la más reciente canción compuesta por Sabina, fue la primera que interpretó. A partir de ahí, la velada evolucionó como una combinación de temas de antaño y piezas más actuales, con clásicos como ‘Princesa‘, ‘Y sin embargo‘ o ‘Contigo‘ coexistiendo con ‘Peces de ciudad‘ o ‘19 días y 500 noches‘, de cuño más cercano en el tiempo. Por descontado, su admirada Chavela Vargas gozó de su merecida dosis de protagonismo en las estrofas ‘Por el bulevar de los sueños rotos‘. Y, con su voz orgullosamente desgarrada por los estragos del alcohol, el tabaco y el tiempo, hizo un celebrado y triste guiño al pasado, a aquellos días en que «el mundo parecía recién pintado«, valiéndose de su inmortal ‘Ahora que‘. Así, canción a canción, confesión a confesión, fue como Sabina zanjó su relato de amor con Gijón, prometiendo que esta despedida va «en serio»… Declaración que, sin embargo, unos cuantos confían en que no se revele cierta.

Y, hablando de certezas… Este mismo jueves, mientras la resaca emocional del concierto de anoche todavía dura en almas y corazones, miGijón ha tenido ocasión de confirmar cierta duda planteada ayer miércoles, en el marco del reportaje dedicado a la colección ‘sabinera’ que atesora José Luis Llada. Si, durante su coloquio con este diario, el de Pumarín apuntó la posibilidad de ser propietario de la única botella de cerveza superviviente de las seis personalizadas que le regalaron por su cumpleaños a Sabina en 1993, en Viña del Mar, a menos que el pianista Oscar Lobete atesorase otra, el aludido ha confirmado que, efectivamente, posee una segunda de esas botellas. Y por si su afirmación suscitase alguna duda, el artista vallisoletano ha aportado una fotografía que lo demuestra, y que permite desentrañar uno de los muchos misterios que rodean la extensa biografía del gran Joaquín Sabina.