«Hay que ir pensando en un partido socialista desde el centro, haciendo políticas de Estado, que no se deje condicionar hasta el punto de romper la solidaridad de los españoles por los nacionalistas»
Héctor Jareño Amieva es hijo de Juan y Cristina. Nació en 1978 en el Llano, en la calle Zoila. Es el menor de tres hermanos, todos ellos vinculados a la creatividad en diferentes ámbitos. Fundador y director creativo de Reliquiae, ha dirigido el proceso de formación de sus artesanos, la expansión internacional de la marca y ha gestionado la producción de colecciones que se han comercializado hasta en 28 países. Es además director de marroquinería en Pertegaz y formador universitario en emprendimiento en Industrias Culturales y Creativas. Entre otros muchos cargos es patrono de la Academia de Moda de España. Pero sobre todo es un hombre para escuchar. Eso sí, te lleva hacia donde él quiera. Y si no, lean.
Para ser tan joven, aturde todo lo que ha hecho ya.
He tenido buenos maestros.
¿Sus padres?
Mi madre se nos fue hace dos años y pico. Era la mejor madre del mundo. Tenía capacidad de dar amor con solo un abrazo. Mi padre, yo creo, que es el mejor tapicero de Asturias, tenía una tapicería en la calle Del Torno, en La Calzada. Los dos, personas muy sensibles a la cultura y al arte, sintieron la necesidad de convertirnos a los tres hermanos en personas muy sensibles.
¿Lo consiguieron?
Creo que sí. Cristina es programadora de festejos en el ayuntamiento. Un puesto de trabajo muy ingrato y desagradecido. Desde la sombra, en Divertia, lleva más de veinte años abriendo el panorama del entretenimiento desde la cultura y festejos. Juan es uno de los diseñadores gráficos más conocidos y prolíficos de Asturias, sin duda, el mejor diseñador de la región.
¿Y por qué sus padres eran así? Porque en aquella época ese tipo de educación no era la habitual.
Hay que entender lo que fue aquel final de la dictadura y, de alguna manera, también hay que entender la militancia de mis padres en el antifranquismo desde una organización que se llamaba JOC, Juventud Obrera Católica. Eran postconciliares, pero además participaban de la resistencia a la dictadura.
¿Manifestándose?
A mis hermanos les tocó ir con ellos a manifestaciones y pasar mucho miedo porque los grises cargaban a caballo. Al final, mis padres eran personas con una sensibilidad muy especial hacia el entorno que les rodeaba y hacia la libertad de los demás.
Con buenísimo criterio.
Nunca nos exigieron que pensáramos igual que ellos, sino que lo hiciéramos por nosotros mismos, sabiendo lo que es bueno y malo y respetando nuestros diferentes criterios. Y los tenemos, ¡eh!
¿O sea, que entre ustedes hay diferencias?
En muchas cosas pensamos de manera totalmente radical, pero siendo siempre muy respetuosos con la libertad de cada uno.
«Lo mejor está por llegar siempre, y si no somos conscientes de eso, estamos renunciando a nuestra responsabilidad»
Hay mucha gente que piensa que antes vivíamos mejor. ¿Qué opina sobre esto?
No, porque vivir mejor es mirar hacia atrás con nostalgia y la nostalgia es un compañero de viaje de mierda. Lo mejor está por llegar.
¿Ah, sí? Con todo lo que nos está pasando, ¿hay luz al final del túnel?
Lo mejor está por llegar siempre, y si no somos conscientes de eso, estamos renunciando a nuestra responsabilidad. Al final de lo que viene después, somos responsables nosotros mismos. No solamente con el discurso que hacemos, sino con la forma en que nos comportamos.
Explíquenos.
Hay una cosa muy importante que está ocurriendo ahora. Hemos llevado el debate sobre todo lo que nos ocurre en la vida…
¿Más allá de la política?
Sí, lo hemos llevado todo a un nivel muy bajo.
Y con mucha agresividad, ¿no cree?
La gente es muy agresiva porque no tiene herramientas ni tiempo para poder debatir.
¿Ahora en redes sociales, sobre todo?
Si tú lo que quieres es convencer, esa no es la manera. Si lo que quieres es desahogarte, fantástico, pero esa manera no es constructiva, así no vamos a ningún sitio.
¿Y qué propone?
Hay que permitir a la gente que tenga capacidad de evolucionar, incluso en su pensamiento.
¿El suyo es el mismo de hace años?
No, mi pensamiento ha evolucionado.
«Muchas veces todos nos encontramos en la vida, en la situación de hacer lo que quieres o hacer lo que debes»
¿Con la edad o con el entorno?
Con el conocimiento, porque hay una parte de tu vida en la que los ideales son muy importantes, pero al final eso tienes que contraponerlo con la realidad.
¿Usted consiguió sus ideales?
Sí, yo no me he dejado nada dentro, absolutamente nada. Muchas veces todos nos encontramos en la vida, en la situación de hacer lo que quieres o hacer lo que debes.
Hay que ser valiente.
No creo que la valentía sea algo intrínseco. La valentía es algo que te puedes permitir o no. Durante el tiempo que desarrollé mi carrera profesional, no fui nada conservador, lo arriesgué todo. Gané durante mucho tiempo y también lo perdí todo.
Cuando se pierde, no se dice.
Se habla muy poco, porque eso es admitir que se ha fracasado. Yo he fracasado muchas veces.
¿Usted nos está diciendo que ha fracasado?
A mí, con dieciséis, dieciocho años, me gustaba mucho la política. Me hubiera gustado irme a estudiar Políticas a Madrid, pero mi entorno, mi familia, no se lo podía permitir.
¿Y empezó Derecho?
Sí, estuve tres años, pero lo cierto es que no pude más.
Es que usted es una persona muy creativa, y el Derecho no tiene nada de eso.
Lo dejé y me hice una Formación Profesional de Grado Superior. Esa fue mi primera decisión absolutamente adulta y de las mejores que yo he tomado en mi vida.
¿De qué era el grado?
De desarrollo y aplicación de proyectos y construcción. Entré a trabajar inmediatamente en el estudio de arquitectura de Enrique Perea y de ahí me fui a trabajar a una empresa de obra civil. Y de ahí al SERPA, la Sociedad Pública de Servicios del Principado, donde estuve unos años gestionando todas las exposiciones agroalimentarias, el Pabellón del Principado en la Feria de Muestras… Años después volví al sector privado, a Proasur, que se dedica precisamente a la gestión cultural y de espacios culturales y expositivos.
Fue director de comunicación del grupo Procoin.
Hicimos toda la reforma de El Molinón, pero un día me tuve que ir a una entrega de premios de FADE. Le daban el premio a Constantino Martínez. Él agradeció a su mujer el haber estado a su lado y, sobre todo, porque sin ella no se hubiera atrevido a realizar todo lo que al final hizo.
Eso le dio que pensar.
Él compartió el premio con su mujer. Es un acto de amor y ese concepto se parece mucho a lo que yo buscaba.
¿Usted ha tenido suerte en el amor?
La he tenido tarde, pero la he tenido. Pero a lo que vamos. Aquel acto me revolvió y me pregunté: ¿de verdad no lo vas a intentar?
¿Lo dejó todo?
Todo es todo. Dejé mi situación profesional, que era muy acomodada, con treinta y dos años, y me marché a Londres nueve meses.
¿Para tener otra perspectiva?
Yo quería desarrollar un proyecto creativo que tuviera que ver con la artesanía. Esos fueron los dos mimbres con los que yo me puse a tejer el cesto.
¿Usted tenía además de referencia a su padre?
Lo he visto trabajar con las manos.
¿Y mucho?
Sí, pero si me lo permite, desde aquí quiero recordar mis días de campamento. Eran de la parroquia, para los hijos de la clase obrera. Vendíamos lotería casa por casa y hacíamos “calcetu”. Con eso podíamos ir a Santibáñez. Era el entretenimiento que teníamos los hijos de los trabajadores. Eran años duros, los de la reconversión. Niños con necesidades especiales. Esa era una educación en valores.
¿Eran campamentos religiosos?
Sí, pero la religión no era lo más importante. Lo más importante era compartir, ayudar y que el primero siempre fuera el más vulnerable. De esa época conservo grandes amigos, que curiosamente todos están trabajando en el servicio público.
«Hay cosas de las que pasaron antes que deberían de estar vigentes. Yo siempre digo que hay un problema de soberbia en la modernidad»
Eso se lleva dentro. ¿Ahora hay mucho “refalfiu”?
No, el mundo ha cambiado y eso está muy bien. Además, lo mejor está por venir. No podemos decir que lo de antes era malo y era poco. Hay cosas de las que pasaron antes que deberían de estar vigentes. Yo siempre digo que hay un problema de soberbia en la modernidad.
¡Bueno, hay mucho moderno!
La gente que se describe a sí misma como moderna me produce mucha urticaria e incluso una dermatitis atópica. Me gusta lo contemporáneo, pero rechazo el concepto de modernidad.
Es soberbio.
Y muy poco respetuoso con lo que dejamos atrás. Ahora nos salen antifranquistas como Donettes, pero yo soy hijo de rojos de verdad. Antes estaba el franquismo de Opus, el franquismo de los carlistas, el de los falangistas.
Y entre ellos se mataban.
Entonces, lo que le quiero decir es que esta tendencia a mirar hacia cualquier cosa con un trazo grueso y pasar a lo siguiente nos está convirtiendo en idiotas.
«Antes estaba el franquismo de Opus, el franquismo de los carlistas, el de los falangistas»
Nadie es tan bueno, ni es tan malo.
Todo pasa por algo. Nos tragamos las cosas empaquetaditas, sin capacidad crítica. Cuestionemos lo que está pasando.
Necesitamos volver a la serenidad.
A respetarnos, a escucharnos. Llevo toda la vida partiéndome la cara por la normalización. Echo mucho de menos aquella política, yo que fui militante del PSOE.
¿Se ve hablando de estas ideas, pero no solo a los amigos, al pueblo?
A mí me gusta mucho la política, pero los partidos no me gustan nada. Sin excepción. Hay mucha gente de la izquierda, que dio un paso atrás, y no hablo de mí, que están preparadas para dar un paso adelante.
¿No le gusta el PSOE de Sánchez?
Hay que ir pensando en un partido socialista desde el centro, haciendo políticas de Estado, que no se deje condicionar hasta el punto de romper la solidaridad de los españoles por los nacionalistas.
¿Un PSOE de después de Sánchez?
Este país necesita un partido socialista emergente, que respete al individuo por encima de todo. Mire, yo releo mucho un libro que escribió Felipe González con prólogo de Miguel Boyer, y que se llama Socialismo es libertad. En él dice que la primera libertad es la individual. Si uno no es libre como individuo, ¿el bien colectivo de dónde mana?
Le digo una cosa. Me ha roto la entrevista, pero no por ello ha sido menos interesante escucharle.
Se lo digo porque, inocente de mí, creí que íbamos a hablar de moda, pero lo dejaremos para otra entrega. Esta me la guardaré como oro en paño.