«Con el orgullo y la mediocridad por bandera, las joyas verdes de Gijón se mueren a la vista de todos.»
(Fotos: A. Damián Fernández)
Hay rincones en Gijón que te hacen pensar en una villa que se desmorona irremediablemente mientras los ciudadanos nos dedicamos a interpretar las palabras, dimes, diretes y acusaciones de nuestra clase política. Como en la Elantris de Brandon Sanderson, Gijón parece presa de una decadencia acelerada que no se corresponde con el paso del tiempo. La mugre, el abandono y la dejadez crecen como una mala hierba que amenaza con consumir la ciudad. Prueba de ello es que el concejal de obras y limpieza del Ayuntamiento ha tenido que dar explicaciones por la suciedad y el abandono que sufre Gijón un par de años después de haber recibido la “Escoba de Platino”. Nunca, en más de cuarenta años de democracia, había sucedido. Ver para creer.
Contrasta esta situación con la supuesta voluntad medioambiental que inspira a la corporación que dirige los sinos de la ciudad. Mientras se diseñan ecomanzanas, se adelantan casi tres décadas a las prohibiciones europeas sobre los vehículos a motor o implantan ciclo carriles suicidas en las avenidas con más tráfico, rincones como el Jardín Botánico o el parque Isabel la Católica son arrinconados a un doloroso y no tan lento ocaso. Y con el orgullo y la mediocridad por bandera, las joyas verdes de Gijón se mueren a la vista de todos.
Sin embargo, mientras que en el Botánico la descomposición está en cada rincón, el parque de Isabel la Católica todavía aguanta, en ciertas zonas, un envite. En aquellos rincones más visibles, las avenidas y jardines abiertos, su situación no es tan lamentable. Puede que le falte una limpieza un poco más profunda, pero su propia naturaleza impide que la dejadez tome posesión de cada trozo de hierba.
No en vano son zonas que tan solo requieren trabajos superficiales de jardinería y limpieza. Destaca, eso sí, el abandono de muchos parterres, antes llenos de flores y hoy convertidos en terruños que no invitan a creer en una recuperación primaveral.
Pero la magia se rompe al llegar, precisamente, al lugar más espectacular del parque: los estanques. Como quien se adentra en Elantris, tan sólo se puede encontrar la podredumbre y el recuerdo del esplendor ya desaparecido. Y, como aderezo, un olor nauseabundo que emana, principalmente, del arroyo del Molino Viejo. Las vallas de madera que bordean los estanques están en un estado lamentable, caídas en muchas partes y flotando en el agua mientras precintos rojiblancos ocupan su lugar. Veremos qué sucede si alguien tropieza y acaba remojando sus huesos en un arroyo que tiene más mierda que agua. Porque mientras se mira y criminaliza a los piragüistas del Anillo Navegable, no parece que le importe a nadie qué sustancias flotan en el parque. Por si fuera poco, dicen los vecinos que se han visto a miserables incívicos que se dedican a plantar sus heces en el parque. Es lo que tiene el abandono. Allá donde hay suciedad, algunos seres indecentes (me niego a llamarlos personas), se sienten legitimados para derramar sus miserias.
Con este panorama, que un cartel o dos estén dados de vuelta, no parece ser más que un apunte a pie de página, aunque, personalmente, me apena ver que los viejos letreros informativos de las aves estén tan desvaídos que resultan difíciles de leer. No cambia demasiado el espectáculo si nos acercamos a la Avenida de El Molinón, donde el exterior de los baños o las antiguas oficinas de jardinería han vivido ya sus mejores años.
Y enfrente, justo enfrente, está la obra. Una inversión absurda, innecesaria y costosísima para construir espacios nuevos en un parque del que nuestros responsables políticos ya se han desentendido. Porque asumir un coste de un millón de euros en ampliar Isabel la Católica cuando el Ayuntamiento no es capaz de mantener decentemente la conservación de un entorno tan importante para los gijoneses, no parece el mejor ejemplo de gestión.
Es el mundo al revés. Si son incapaces de mantener limpia «la casa» deberían dejar paso. El parque de Isabel la Católica con aguas sin tratar contaminando el Piles, sin parterres uidados y floridos, con pintadas en edificios y hasta en troncos de árboles y algunos monumentos, con esculturas roñosas y sin mantenimiento, con carteles sucísimos. Con algunos bancos dejados, sin sus emblemáticos pavos reales, con un cercado infame por culpa de unas nutrias, que quizás pudieran derivarse a otras zonas del concejo…Deberían ser llamados al orden los que están permitiendo esta infamia insultante a Gijón. Y que ya viene de lejos, de antes de esta alcaldesa que tantos disgustos nos esta dando. Pero en vez de remediarlo, va a más.
Es reirse a la cara de la ciudadania gijonesa ampliar el parque por la avenida del Molinón mientras todo el grueso del parque está hecho una porquería.