Con Miera no se negociaba el número uno, si no estaba lesionado jugaba Castro. Era sobrio, fiable, no le gustaba adornarse y siempre respetó a sus centrales y laterales
La puerta uno de la tribuna oeste de El Molinón lleva el nombre de Jesús Castro. En ocasiones ese estadio fue inmisericorde con el guardameta, algunos gritaban que jugaba por ser el hermano de Quini, otras voces llamaban «Maizón» al cancerbero, comentaban jocosos que se parecía al mudu de los Hermanos Marx. Chusi en el Ensidesa, Chucho en el Sporting jugó a finales de los 60, la década de los 70 y la mitad de los 80 con el Sporting de Gijón. El portero de la época dorada tenía apellido de la tierra: Castro.
Muchos de esos aficionados que se burlaban echaron de menos al guardameta, formado en Llaranes, en las dos finales consecutivas de la Copa del Rey, saldadas con derrota del equipo gijonés. Con Miera no se negociaba el número uno, si no estaba lesionado jugaba Castro. Era sobrio, fiable, no le gustaba adornarse y siempre respetó a sus centrales y laterales, Ni un grito acusando del fallo al 2, el 3 o el 4. Un tipo templado, su misión consistía en atajar esas pelotas envenenadas con antojo por colarse entre los tres palos, sin querer emular el peligroso oficio del portero-líbero. El gran periodista Fernando Poblet afirmaba que a Castro le iba el minifundio y paraba sin piedad. «Castro fue toda la tarde una muralla»: así tituló La Nueva España la crónica de Luis G. Adamiz el 21 de noviembre de 1972. Un Sporting batallador ganó al Atlético de Madrid en el Vicente Calderón con un partidazo de Jesús, que volvió a parar sin piedad por arriba, por abajo, saliendo de puños, blocando… el único gol del match lo marcó Quini.
Contaba hace años uno de esos habituales de la tribunona (de boina calada y puro kilométrico) que si jugaban los dos hermanos ya tenían medio partido ganado. A la llegada del invierno y al final de los entrenamientos aquellos hermanos decidían cambiar los papeles para desesperación de Vicente Miera. El portero chutaba con la potencia de un delantero y el nueve se lucía haciendo palomitas embarrado hasta las cejas. A finales de los 60 y principios de los 70 los guardametas salían a jugar con las manos desnudas o con guantes de lana y gruesos jerséis. Los entrenamientos y partidos fueron diferentes para Chucho gracias a un «gallego fino» llamado Claudio que dejó el Arosa para enrolarse en las filas rojiblancas. El ágil portero gallego tenía un contacto que a su vez tenía otro en Alemania. De esta manera iban llegando a Gijón unos estupendos guantes Heinze. Alguno de esos pares enfundaron los dedos y las palmas de Castro. Luego llegaría el contrato con Adidas y un buen nivel profesional en la ropa deportiva de los jugadores.
El inefable Toni Fidalgo compartió vestuario con Chusi en el Bosco Ensidesa juvenil y dice que nunca conoció a un futbolista más bondadoso que aquel muchacho grandote. Convertido con el paso de los años en toda una leyenda sportinguista. Bondad, como la que tienen los héroes, los que dan la vida por otros. Aunque ese último salvamento suponga desaparecer engullido por la mar brava en una playa de Cantabria.»Un número uno en la uno», reza una de las puertas más fotografiadas en el viejo Molinón.