Por cierto, no me gusta dar consejos pero hoy haré una excepción: hay que escuchar a la gente menuda, a la reciella. Dicen verdades hasta cuando fantasean
Llegar a mis cuarenta y tantos con este carácter de «repunante» de primera división no es algo baladí. Hay muchas funciones por el camino; encuentros y desencuentros, brindis eternos y amores imposibles, zancadillas por sorpresa, despedidas de pañuelos agitados y algunos momentos de «paren los relojes, es ella, la felicidad».
Todo va sumando en la mochila pero nada se puede acercar a esa sensación de saberse y reconocerse como padre para arrinconar el «yo» y abrazar el «ellos» definitivamente. La infancia se presenta de nuevo sin comparar ni perder y teniendo en cuenta que las guajas y los guajes de hoy van a cambiar este país de rebaño cainita. Demos pues sentido a la manida libertad pensando en la infancia como motor del juego, el descubrimiento y la risa. A este repu le molestaban desde bien pequeñín las prohibiciones, restricciones e imposiciones. Las monjas y los curas forjaron mi rebeldía en el pellejo, la doble ración de colegio religioso suele provocar un rechazo sempiterno a la resignación, una palabra muy fea.
Voy a presumir un poco, solo un poco de mi barrio. Cimavilla es un territorio liberado de esos carteles que prohíben jugar a la pelota. Aquí se celebra hasta el Cascayu y cualquier otro juego (siempre que el tiempo lo permita). Ayer mismo mis hijos jugaron acompañados en la Plaza de La Soledad, como tantas otras tardes, pude ver en sus risas la mía, la del siglo pasado en los veranos del pueblo, en Ania. Sin ataduras, horarios y obligaciones. Dedicados por entero a disfrutar del instante, sin pensar más acá o más allá. Sin pandemias del terror o cocos que asalten las noches. Solo se le permite ser dueño de la noche a un patito chiquitín llamado Coquín. En el barrio alto se juega en las calles, plazas, parque, pista, L´Atalaya, Atocha o La Corrada. Esta Ínsula de Barataria, entre La Soledad y Los Remedios no es la Arcadia feliz, lo tengo muy claro. Algunos vecinos viven problemas cotidianos que no sufrirían en otras zonas de la ciudad, pero creo que ser neña o neñu en Cimata es una suerte (de la buena) que de la mala ya se hartarán en cuanto empiecen a salir las espinillas. Martín, Juan, Enol, Julia, Insa y Alioune son de bicicleta. Mina, Érika, Elías, Antón y Lara de patinete. Los de la pelota: Lucas, Tiago, Amaro, Hans, Manuel, Borja y Hernán. El escondite es cosa de Hugo, Rodri, Mateo, Desi, Xana, Leo, Sámara, Nico y Adrián. Y a la hora de cantar y bailar el «Johnny Johnny yes papá» se apuntan Illán, Olivia, Inés, Vicky, Yago, César y Luna. Los dinosaurios y superhéroes tienen a sus mayores fans en Mael, Enzo, Laia, Edu y Mario.
Y si decidimos buscar aliados de la infancia en mi barrio vamos a encontrarlos sin lugar a dudas en la Asociación de Vecinos Gigia de Cimavilla. En su sede social de la Casa del Chino. Con ellos o gracias a ellos vivimos fiestas de cumpleaños y navidad, mercadillos, bailes y chocolatadas. Volverán muy pronto esos días. Estoy convencido y sé que también lo están Sergio, Carla y compañía. Por cierto, no me gusta dar consejos pero hoy haré una excepción: hay que escuchar a la gente menuda, a la reciella. Dicen verdades hasta cuando fantasean. Hace unos años mi hijo Illán regresó del cole comentando que había pasado por su clase el mejor futbolista del Sporting y era muy simpático. Noe y yo le preguntamos de quién se trataba- Quini, se llamaba Quini creo- mamá y papá sonreían-estos guajes tienen una imaginación-. Al día siguiente el Colegio Honesto Batalón subía a su web las fotos de Quini visitando las aulas. En las fotos sonreían las profes, El Brujo y también la chiquillada. Tengo que irme, me espera el juego de «no pisar la lava» con Noe, Illán y Mael, mas antes del punto final y como diría un presidente guaperas que se inventó lo del centro como opción política: «puedo prometer y prometo» que en próximos capítulos intentaré conjugar un verbo imposible en España: Conciliar.
Gran artículo Monchi