Juan Carlos Robles, voleibol Barcelona 92 y Sidney 2000
“Llegué a Barcelona con unas expectativas increíbles, pero en la previa me lesioné y me repercutió durante casi un año y medio porque estuve a punto hasta de retirarme”
“El seleccionador nos quitó el sueño de desfilar porque al día siguiente jugábamos a las diez de la mañana. Viéndolo por televisión se nos caían las lágrimas”
Las páginas de la historia de Barcelona 92 no se entienden sin los éxitos de voleibol masculino. España acabó la cita entre los ocho mejores del mundo, algo que hasta ese momento podía parecer impensable. En ese combinado nacional había un joven gijonés que con algo más de dos metros se hizo un hueco y brilló con luz propia hasta Sídney 2000. Juan Carlos Robles (Gijón, 1967) rememora todo el periodo, aunque no es de los que le tiembla mano para reconocer que su deporte vivía mejor en 1992 que en la actualidad. ¿Los culpables? La Federación y los dirigentes.
¿Qué lleva a un chaval de Gijón a probar en el vóley?
Una razón muy simpática. He practicado vóley como podía haber hecho otra cosa. Es verdad que los críos a esa edad y en aquella época hacíamos lo típico: baloncesto y fútbol, de hecho practicaba los dos. Lo que pasa es que cayó en mi entorno un profesor de dibujo como Joaquín Álvarez Rodríguez, siempre he dicho que es uno de los precursores del vóley en Asturias y en particular en Gijón, que me ofreció la posibilidad de conocer y practicar este deporte. Me pareció tan sumamente complicado que me tocó la vena. Parece que pegarle a un balón es fácil, pero aquí como se juntaba la coordinación con llevarlo a un sitio y a una velocidad adecuada me parecía surrealista poder hacerlo. Ahí dije: ‘Tengo que ser capaz de hacerlo’. Al final me enganchó y formó parte prácticamente de mi vida.
“Barcelona 92 fue un gran éxito porque conseguimos estar en la élite mundial del voleibol. Fue una gran recompensa, tanto en lo personal como en lo deportivo”
En los años 80 supongo que no sería un deporte muy habitual…
No lo era, pero sorprendentemente en España estaba casi mejor que ahora en el siglo XXI porque en aquella época había muchos más equipos de juveniles chicos, chicas había pocas y ahora es al revés, hay muchas más chicas y prácticamente casi no hay chicos en España. Además, en Primera División había equipos como Atlético de Madrid, Real Madrid, Espanyol… clubes importantes que tenían una liga muy competitiva y en cambio ahora no existe ninguno de ellos.
Usted empezó en el EMI Gijón, pero es que luego dio el salto al Real Madrid, Tenerife, dos fases en Gran Canaria, también pasó por Italia y se retiró en casa. ¿Cerrar el círculo en Gijón fue el broche?
Siempre había dicho que como punto final de la partida que había comenzado en el EMI, tenía que ser lo mismo porque el EMI y Joaquín en particular me habían dado la oportunidad y la posibilidad de conocer este deporte que me dio todo lo que es la vida que llevo. Con todo esto qué menos que terminar en mi casa. Primero porque le daba al equipo que me vio nacer esa posibilidad de competir con ellos. Al final pudimos vivir la máxima categoría. Segundo porque me permitía volver a casa y estructurar un poquito mi vida hacia el futuro. Mi etapa deportiva se terminaba y la empezaba a acotar en mi casa, algo que es mucho más fácil que hacerlo fuera.
“Daniela Álvarez va a ser olímpica y seguramente pueda ser una gijonesa que se cuelgue una medalla más temprano que tarde en una Olimpiada”
Y en medio de esta larga carrera, llegaron los Juegos de Barcelona 92. ¿Cómo se encara una cita olímpica con 25 años?
Con mucha ilusión porque para nosotros era como sueño. Cuando empiezo, como cualquier deportista, con 16-17 años nunca pensamos en las Olimpiadas y más en aquella época que todavía la veíamos como algo mucho más lejano. Es muy complicado llegar porque en voleibol al final solamente se clasifican 12 equipos. Para nosotros era muy complejo porque todavía no estábamos en la élite de ese deporte con lo que cuando Samaranch pronuncia que Barcelona va a ser la sede olímpica toda la generación que conformamos el equipo nacional nos llevamos una alegría inmensa porque a partir de ahí nos nutrimos todos los deportes, no solamente el nuestro. Llegaron ayudas del Gobierno, entrenadores, cosas que nosotros ni conocíamos, empezábamos a jugar en pabellones de verdad, cubiertos con público y fue una sensación increíble. Es más, Barcelona 92, dentro de todas las competiciones que he jugado después, siempre tiene ese recuerdo porque fue algo diferente: la gente estaba entregada, la villa era espectacular, el país vivió un cambio radical porque veníamos de una época gris y entramos en otra de ver la luz. España cambiaba, hacíamos cosas nuevas y éramos capaces de hacerlo igual que los demás, no había complejos.
Lo que quizá no conozcan muchos es que la preparación de Barcelona comenzó siete años antes. Vamos, era un chaval recién llegado a la mayoría de edad…
Nosotros empezamos a preparar Barcelona 92 cuando Samaranch habla de la Olimpiada. Ahí comenzamos a plantearnos una serie de expectativas, ilusiones y de metas complejas en sí porque estás todavía en el Bachiller y de repente tienes que decidir qué haces: seguir o no porque estamos hablando de un deporte minoritario. En aquella época se cobraba un dinero, pero no te daba para vivir de ello con lo que tenías que combinar el equipo en el que estabas, seguir estudiando, viajar y te dabas cuenta de que te tenías que subir a un carro donde la preparación empezaba, pero todavía no había llegado esa infusión económica: viajábamos en precario, con ropa en precario y nos alojábamos en residencias de estudiantes. Con todo, hubo muchas dudas porque decía: ‘¿Valdrá la pena todo este sufrimiento?, ¿Lo pagaré porque dejo otras cosas que al final pueden ser lo que sea mi vida?’. Es cierto que en ese periodo se perdieron muchos compañeros que tuvieron esa misma inquietud, pero siempre hay algún que otro loco como yo, nos juntamos varios y fue un gran éxito porque conseguimos estar en la élite mundial de nuestro deporte, nos faltó un pelito para entrar en las semifinales de esa Olimpiada y ofrecimos una gran imagen. Fue una gran recompensa, tanto en lo personal como en lo deportivo porque vimos cumplido el objetivo de llegar y estar entre los mejores en casa.
“En 2007 cuando tenía que producirse un despegue tras ganar el campeonato de Europa, todo se paró. Ahora disputamos torneos menores y somos incapaces de tener un equipo competitivo”
Cualquier persona que haya estado en una cita olímpica dice que no hay mayor evento deportivo. Sin embargo, a usted le tocó la cara y la cruz.
Llegué a Barcelona 92 con unas ilusiones y unas expectativas increíbles, pero en la previa tuve una lesión que luego me repercutió durante casi un año y medio en mi carrera profesional porque estuve a punto hasta de retirarme. La lesión en el tendón de Aquiles me tocó y cuando tenía todo previsto para un contrato en Italia, unas Olimpiadas que era el sueño de mi vida, solamente me tocó jugar la previa, la que nos clasificaba para los octavos de final contra Francia. Finalmente, ese partido contra Francia me tuve que poner a jugar porque perdíamos 2-0 y necesitábamos hacer un set. Lo jugué con ese tipo de ilusión y corazón porque no tenía que haberlo hecho, debería haber mantenido la calma, recuperarme, salir de la lesión y empezar, pero ese encuentro me empujó a salir a la pista por conseguir todo lo que todos queríamos. Aposté por los Juegos, la imagen, mil cosas que había detrás de esa ilusión de un joven y cuando terminé ese año y medio casi si no tocas la puerta, nadie se acuerda de ello. Los clubs donde tenía el contrato no se quieren hacer cargo porque no saben si te vas a recuperar y nadie te echa un cable, es como si con el final de la Olimpiada la gente se olvidara. Suerte que tengo una familia estupenda y me ayudaron. Me operé, todo salió bien y volví a recuperar la senda perdida, pero es un momento complicado. También me enseñó mucho a nivel psicológico, de comprender que la vida no es fácil, que hay momentos muy difíciles y hay que superarlos. Luego sí te queda la cosa de pensar que la gente tiene los momentos muy bonitos para la foto y cuando termina la foto se les olvida rápido que formábamos parte de esa ilusión que tenía, no solamente nuestro equipo o nuestro deporte, sino el Gobierno, las instituciones públicas y los que manejaban en aquella época el deporte en general.
Se lo tomaron tan en serio que no fueron al desfile inaugural. ¿Perderse la cita en casa es más difícil de digerir?
El seleccionador decía que era agotador, teníamos que esperar mucho, nos iba impedir físicamente estar a tope… Nosotros al día siguiente jugábamos a las diez de la mañana y era súper importante poder clasificarnos y hacer un gran papel con lo que Gilberto Herrera pensó que ese desgaste físico nos podía incidir en el desarrollo de los partidos y nos quitó ese sueño. Sueño que por cierto nos afectó mucho porque siempre recuerdo que viéndolo por televisión se nos caían las lágrimas de no poder estar ahí y planteamos que en la siguiente dijera lo que dijera el míster, desfilábamos (risas).
¿Ha llegado a llorar por el vóley?
De hecho, ya lloro por muchas cosas porque sentimentalmente soy un poquito débil. Lloras porque ves a gente que se queda en el camino, porque cumples ilusiones y la emoción te lleva a los recuerdos de lo mal que lo has pasado y los momentos buenos que has vivido, por todos los momentos que has dejado a la familia sola o por las veces que has estado fuera pasando momentos muy complicados solo en una habitación… Todos tenemos un corazón y los que somos emocionalmente un poquito más débiles, como me pasa a mí, que soy de emocionarme fácil y sentir las cosas hemos llorado muchas veces, no solamente yo, sino mis amigos.
“Atlanta 96 era el momento de madurez del equipo nacional más importante, pero en el preolímpico en Atenas un equipo polaco nos cogió despistados y nos mandó para casa”
¿Barcelona fue el mejor momento del voleibol español?
No, ha habido mejores. Fíjate que en el año 2007 hemos sido campeones de Europa. Sí que Barcelona 92 fue el punto de inflexión del voleibol porque hasta entonces no habíamos tenido pabellones llenos y se vio que no era un problema del voleibol sino de que nuestros federativos y los dirigentes de aquella época eran ineficaces, incompetentes y lo siguen siendo porque el voleibol tiene mucha más cabida de la que tiene actualmente dentro de España, pero la gente que lo maneja no tiene idea. En mi época ponían la excusa de que como no íbamos a Olimpiadas, campeonatos del Mundo o de Europa no había recursos económicos y nadie apostaba por nuestro deporte. Nosotros somos una generación en la que dijimos: ‘Vamos a cambiarlo’ y a partir de Barcelona 92 fuimos a Campeonatos del Mundo por méritos propios. Estuvimos entre las ocho mejores selecciones del mundo durante muchos años, entre los mejores de la Liga Mundial que empezó en 1995, hemos estado en los mejores sitios de nuestro deporte demostrándoles que el problema en nuestro deporte son los federativos y dirigentes que no han sabido nunca gestionar nuestro deporte en una sociedad como la española, que sí es compleja porque al final vive mucho de fútbol y de baloncesto y lo entiendo, pero tendríamos que haber tenido un hueco para ser mucho más de lo que hemos sido. De hecho, nuestro deporte en 1992 estaba mucho mejor que hoy en día en 2022.
Después de Barcelona, ¿se perdió el tren para potenciar este deporte?
No exactamente porque en 1995 estuvimos en la Liga Mundial con los mejores equipos, llegó un boom económico dentro de nuestro deporte porque empezamos a tener ingresos importantes tanto de la Federación como de clubs. Tuvimos una liga buena, potente, pero luego llegó otra época de mayores penas y todo se perdió por el camino porque hasta el año 98 todo iba muy bien, iba rodado. Con el 2007 llegó el campeonato de Europa que tanto se buscaba y cuando tenía que producirse un despegue, todo se paró y tenemos hoy en día un voleibol donde no hay una liga masculina ni femenina importante, no hay equipos nacionales ni masculino y femenino importantes y no estamos dentro de la élite del voleibol cuando antes estábamos en Olimpiadas, en mundiales, en campeonatos de Europa, en lo mejor de lo mejor. Ahora disputamos torneos menores y somos incapaces de tener un equipo competitivo.
420 internacionalidades, solo superado por Rafa Pascual. ¿Escuchando los números en frío uno se da cuenta de lo que ha conseguido?
En aquella generación era normal que los tuviéramos. En ese bus que nos llevaba por toda España, éramos 14-16 personas que rotábamos normalmente y para llegar a ese objetivo de cambiar el ritmo de nuestro deporte necesitábamos muchos enfrentamientos. Al final era jugar muchos partidos con los mejores del mundo para entrar dentro de esa élite. Íbamos a jugar a Estados Unidos y disputábamos ocho, diez o 15 encuentros, Cuba, Rusia… Jugábamos con lo mejor y en todos los torneos que nos invitaban. De ahí que fuera tan frecuente sumar internacionalidades porque era la única forma de oler y sentir la élite y adaptar tu juego a ellos. Ahora es más complejo porque todo es diferente, pero en aquella época piensa que estuvimos desde el año 88 hasta prácticamente el 2000 que termina mi periodo sin parar. Éramos la misma generación, casi prácticamente los mismos que llegábamos a Sídney lo habíamos intentado cuatro años atrás con Atlanta y se nos había cortado el paso por un partido mal que tuvimos en Atenas y quitando cuatro jóvenes éramos prácticamente los mismos.
La ausencia en Atlanta 96 es algo que no olvida.
Fue muy gordo. Atlanta 96 ya no era ni como Barcelona 92 ni como Sídney. Es el momento de madurez del equipo nacional más importante que había conocido hasta entonces. Nos veníamos preparando para esa Olimpiada compitiendo en ligas mundiales, estando entre los cuatro mejores del mundo. Habíamos jugado contra Holanda en las previas, campeón olímpico, ganándole tranquilamente a un equipo súper potente y estábamos súper convencidos que esa Olimpiada teníamos que ser medallistas. En el preolímpico en Atenas un equipo polaco nos cogió despistados, nos ganó tres uno y nos mandó para casa. Para nosotros fue una tristeza enorme porque veníamos preparando esa Olimpiada un año completo con el equipo solamente concentrado en eso. Todo había sido éxito, perfecto y ese partido no sé qué pasó, pero nos fuimos a casa.
“Sídney 2000 llegó en un periodo de cansancio. Éramos cuatro años más viejos y nos pesaban un poquito más las piernas. Fue una época bonita, pero era el fin para muchos de nosotros”
¿Y la herida se cerró con el pasaporte para Sídney 2000?
Sí. Lo que pasa que Sídney 2000 llegó en un periodo de cansancio de grupo. A nivel psicológico nos había costado mucho la pérdida del 96 y el mismo grupo se había centrado en llegar a Sídney 2000 con los miedos del 96. Esa parte la habíamos aprendido muy bien y en el preolímpico ganamos con total holgura al resto de equipos, como tenía que haber sido cuatro años atrás, entramos en la Olimpiada, pero no sentíamos lo mismo que teníamos en el 96. Éramos cuatro años más viejos, nos pesaban un poquito más las piernas y lo teníamos más difícil. Fue una época bonita, pero también era como el fin para muchos de nosotros.
Pese a todo, ¿apostaba por entrar en las medallas?
Pensaba en estar entre los ocho mejores y a partir de ahí que pasara lo que fuera, pero lo teníamos sumamente difícil porque veníamos de un periodo muy complicado psicológicamente porque quieras o no ese equipo jugaba casi todo el sexteto titular, la mayoría estábamos en equipos en Italia con un desgaste psicológico potente. Además, teníamos que decidir si estar en el club o en la federación en momentos puntuales de la competición porque eso te restaba económicamente contrato con tus equipos. La situación de la selección desgastaba porque cuando entras en un ciclo olímpico tienes que afrontar unos partidos decisivos para entrar, no lesionarte… Esa Olimpiada podía salir todo muy bien o pinchar y contra Australia pinchamos, es lo que tiene el deporte. Un ejemplo. Dos años antes, en el Mundial de Japón estábamos en un momento maravilloso de competición, pero éramos siete u ocho jugadores los que disputamos los partidos y para pasar a semifinales nos vimos las caras con Cuba. Ellos no podían romper nuestro sistema de juego, cambiaron su banquillo, metieron un sexteto nuevo y nosotros no fuimos capaces de aguantarlos. Nosotros cambiábamos porque en el banquillo nos quedaban compañeros que hacían su labor, pero que no ejercían lo mismo que Rafa Pascual, Juanjo Salvador o Kike de la Fuente y fuimos incapaces de soportar esa exigencia física que nos imprimía ir a un quinto set y perdimos. Ganar nos llevaba a estar entre los cuatro mejores del mundo y quedamos fuera, fuimos octavos. ¿Éxito? Podemos llamarlo así, pero nuestra generación llevaba varias veces llamando a la puerta de las medallas de mundiales u Olimpiadas. No fuimos capaces, esa generación se mantuvo y más tarde consiguió el campeonato Europa. Todo empieza en el 92, llegamos al Campeonato Europa casi cuando estamos todos prácticamente para jubilarnos y la mayoría de la gente que está ahí son jóvenes que se han retroalimentado de lo nuestro y que han venido mejorando nuestras capacidades porque han estado con nosotros en esa preparación y ese trabajo. Ahí terminó el ciclo de los jóvenes y el nuestro y el voleibol desapareció, no hubo más.
En Australia sí desfilaron…
Desfilamos y además fue de locura (risas). Corríamos por toda la pista y además nos juntamos con Jesús Rollán y toda la gente que era de nuestra generación. Sabíamos que era la última, éramos casi los mismos que en el 92 y estábamos en Sídney diciendo adiós, no nos iba a dar tiempo a más. Desfilamos y lo pasamos genial.
¿30 años después valora más el resultado de Barcelona?
No, son ciclos. A Barcelona también nos ayudó mucho la época, fue un gran impulso para el deporte español en un país donde solamente existía el fútbol y poco más. Le dio la posibilidad de conocer a todo el mundo el tenis, el voleibol, el balonmano y otra serie de deportes que no tenían cabida en aquella época y que luego han tenido su sitio y nos ha ayudado a seguir creciendo en otras federaciones y otros deportistas. Para mí Barcelona 92 fue una gran experiencia, tanto a nivel personal como deportivo. Ahí tienes grandes campeones como Rafa Nadal, Rafa Pascual y toda esta gente que ha habido en el deporte y que sin aquella Barcelona 92 nos hubiera costado conocerlos o verlos.
“He estado desde los 18 hasta los 34 en el deporte y no tengo reconocidos esos años en mí cotización pese a pagar mis impuestos. Eso tiene que cambiar”
¿Su hijo ha heredado el gusto por el voleibol?
Mi hijo está acabando de estudiar la carrera de INEF. Le gusta el deporte en general: voleibol, fútbol, lo que le eches porque es un loco del deporte. Cuando empezábamos nosotros, el deporte era un desierto y llegar era más fácil porque casi todo el espacio estaba sin ocupar. Hoy en día hay muchas más capacidades, la gente tiene buenos preparadores y si quieres llegar a la élite tienes que ser muy bueno, no solo física sino también psicológicamente. Ahora es más complicado ser olímpico. Antes, sin quitarle a nadie lo que es ser olímpico, era más fácil dentro de la complejidad que tiene porque para llegar a Sídney solo se clasificaban 12 países.
¿Se ha imaginado alguna vez cómo sería verlo en unos Juegos Olímpicos?
Sueña él más que yo. Los niños son como todo, tiene el reflejo del padre. Es una locura, es muy complicado, cada día más y tampoco hay que martirizarse por ello. El presidente de mi compañía Antonio Catalán, un defensor del trabajador y un currante, tenía como unos de sus sueños ser olímpico. Es algo que tienes ahí porque cuando eres competitivo, te gusta trabajar en equipo, ayudar a los demás eres olímpico, tu mente es olímpica porque es llegar a objetivos, triunfos, metas; es ser un deportista olímpico porque al final es todo lo que se pide para ser realmente un deportista: compañerismo, trabajo en común, constancia, sacrificio y dar lo que tienes para los demás.
Por cierto, acabamos de ver como Daniela Álvarez se ha proclamado campeona de Europa sub22, en este caso en vóley playa. ¿Podrá una gijonesa colarse en una cita olímpica?
No solamente la conozco, sino que su padre es un gran amigo y tiene una campeona. Recuerdo que el padre me decía que jugaba al tenis y que cómo la veía para el voleibol. Yo le dije que jugara al vóley si disfrutaba y que ya se vería dónde llegaba. Ahí está. Es una súper luchadora, con una cabeza muy bien amueblada, estudia espectacular. La gente cuando tiene mimbres no solamente físicos sino también psicológicos, lo ves. Sabe bien lo que quiere, con una familia y un padre y una madre que saben lo que es la vida, que le aportan todos esos valores y ella va a ser olímpica, seguramente pueda ser alguien, otra gijonesa, una asturiana más que se cuelgue una medalla más temprano que tarde en una Olimpiada si todo va como parece ser.
Oiga, que bonito volver a juntarse por el homenaje a Luky, ¿no?
Era algo que estaba ahí porque ahora somos máster, hacemos algún partido con generaciones pasadas. En una etapa de mi vida me surgió un problema de salud importante y estando en el hospital me encontré a Luky. Había tenido siempre convivencia cuando estaba en el EMI, tanto en la etapa inicial de mi carrera deportiva como la última, y con su padre igual y hacía tiempo que no lo veía. En aquella época convivimos juntos, compartimos situaciones complicadas que teníamos y cuando yo estaba en Gijón con la recuperación y él también con sus cosas me venía a ver al trabajo, nos tomábamos el café, nos unió mucho más de lo que nos veíamos antes. Tristemente falleció y optamos por darle ese merecido homenaje porque no solamente era el cariño que tenía por él, sino que tanto el padre como Luky habían estado toda la vida ligados al voleibol. De hecho, hasta poco antes de fallecer iba al pabellón a entrenar, a jugar con sus compañeros y a estar con ellos. Qué menos que ese homenaje que a mí me emocionó y me alegró muchísimo por él, por la familia, por la mujer que es estupenda igual que su hija y por el recuerdo que tengo tanto de él como del padre.
Actualmente dirige dos hoteles de la cadena AC en Oviedo y Gijón. ¿No seguir en el voleibol fue algo premeditado?
No. Al voleibol lo intenté sacando el título de entrenador nacional, dirigí al EMI durante un par de años, haciendo un mix entre jugador y entrenador, pero no me llenaba. A veces jugar no es lo mismo que entrenar, no sentía aquello que sentía cuando jugaba, las circunstancias eran otras. También es verdad que ya tenía familia, otros deberes y otras situaciones complicadas. Al final me puse a la búsqueda activa de empleo y me cambié al sector empresarial, no hay mucho más. El voleibol me liga mucho para hacer muchas acciones, pero sin estar metido en ninguna federación ni club porque no me llena lo mismo que cuando jugaba.
“No apoyar el deporte por parte de aquellos que gobiernan es un error total porque es el ejemplo y es lo que haría que esta sociedad en parte modifique un poco su forma de ser”
La Familia Olímpica del Principado ha regresado con más fuerza y una generación joven que tiene ganas de hacer cosas. ¿Confía en ver un Museo Olímpico en Asturias?
Sí, porque toda esta generación de gente nueva que viene ahora dándole fuerte tienen mucha ilusión, muchas ganas y van a conseguirlo seguro. Asturias se lo merece, tenemos todo lo necesario para que Asturias tenga un museo de deportistas olímpicos porque tiene una generación desde que yo conozco la Olimpiada hasta hoy en día enorme, con éxitos contrastados, con lo que ese museo va a existir, sobre todo, porque quien lo lidera ahora mismo, como bien sabemos Jorge (García), es un tío con fuerza, con muchas ganas y arrastra a gente joven que también tienen la misma ilusión que él. Así que sí, va a conseguirlo seguro.
Asturias cuenta con un Centro de Estudios Olímpicos puesto en marcha en 2009 y más allá de tres actos contados en 2010, 2011 y 2012 no se ha hecho nada más. ¿No ver las bondades del deporte a nivel global es un error?
Es un error porque el deporte aporta a la sociedad todo aquello que la sociedad quiere. El deporte es educación, trabajo en equipo, responsabilidades sociales, compañerismo con lo que no apoyar el deporte por parte de aquellos que gobiernan es un error total porque es el ejemplo y es lo que haría que esta sociedad en parte modifique un poco su forma de ser. El deporte tiene que estar dentro de todos como la cultura o la sanidad porque es un eslabón más que hace que la sociedad siga creciendo para bien, pero piensan siempre en individualismo. El deporte no es Joaquín (Alonso), (Juan Carlos) Robles, Rafa (Pascual) o (Rafa) Nadal. Eso son individualidades que cogemos porque siempre queremos tener un espejo. El deporte es mucho más que todo eso y la gente no lo ve, se quedan solamente con el que gana la medalla y llega al éxito o consigue el objetivo. La mayor parte de los deportistas no consiguen alcanzar a la medalla, solamente son algunos muy señalados que tiene unas capacidades diferentes y con la cabeza muy amueblada. ¿Qué ocurre? Eso que no se ve es lo que le aporta valor al deporte: toda la gente que está por detrás, que no consigue llegar, pero que son los mismos que al igual que el que consigue la medalla, aporta a su vida y a su entorno esos valores de compañerismo, trabajo, responsabilidad social, educación… Si aportas y metes todo esto dentro de los gobiernos, nos beneficiamos todos porque es una forma de hacer ver a la gente que sin trabajo, sin lucha, sin pasión, sin compañerismo las sociedades no funcionan.
¿Cree que la administración regional trata al deporte como merece?
Imagino que los políticos tratan de hacer lo que buenamente pueden porque de lo contrario no creería en ellos. ¿El deporte se le da lo que tiene? En una parte sí porque en todos los colegios e institutos hay deporte, profesores y se practica. Tenemos dos entidades como Santa Olaya y el Grupo Covadonga, reflejo de que en Asturias no dejamos el deporte a un lado. Pero si te refieres a que las instituciones públicas nos ayudan a la gente que terminamos nuestra etapa deportiva cuando hemos sido olímpicos o mundialistas no te sabría contestar del todo porque nos tienen que ayudar a que no nos quedemos desamparados. El deportista tiene los mismos hechos que cualquier trabajador. Si alguien se dedica al deporte, representa a su país, se le deberían de reconocer los años que ha trabajado y ha invertido en ese deporte en cuestión, cosa que hasta hoy todavía muchos de ellos no tienen. Yo he estado desde los 18 años hasta los 34 y no tengo los mismos derechos sociales que cualquier otro trabajador. ¿Por qué? Porque no han reconocido esos años en mí cotización y he pagado mis impuestos y todo lo que se me ha pedido, pero nadie me lo ha reconocido. ¿Qué diferencia hay entre lo que he hecho y un funcionario público, un político o un trabajador privado? No la hay. Lo que pasa es que no hay nadie que me dé legalmente lo que necesitamos en el deporte. Deberían de reconocernos, no solamente a aquellos deportes como el fútbol porque tiene dinero, el balonmano o el baloncesto. Sin embargo, la mayoría seguimos sin tener esos derechos cuando tienen que ser obligatorios sí o sí.