«Yo conozco muy bien el desquite y el ansia de querer devolverlas»
«Tú destruyes algo solo porque te recuerda lo que no lo tuviste«
La última novela de Kiko Amat, Revancha (Anagrama, 2021) nace del rencor, del odio y, por qué no, un solapado sentimiento de redención que otorga cierta esperanza al lector tras su lectura. Amat consolida una manera de contar que no habla sobre la culpa, ni tampoco sobre el dolor o sobre el odio, directamente lo enseña sin pudor, removiendo las entrañas del lector, empujándolo a zonas de penumbra de la condición humana entre bandas de neonazis, sicarios y un paisaje de violencia suburbial que nos remiten a autores como Jim Thompson, Denis Lehane o George Pelekanos. Después de Antes del huracán, Revancha es la consolidación de un escritor que, de alguna forma, ha despejado también de su prosa la fraseología mod que lo encumbró hace veinte años como uno de los niños malos de la literatura, con libros de culto como Cosas que hacen bum, Rompepistas o Eres el mejor, Cienfuegos. Lo hace sin perder un ápice de rebeldía, sentido de clase obrera y una visión racionalista de la izquierda y de nuestro país que quiso contar sobre lo que nadie quería escribir: nuestro odio, nuestra miseria, nuestra vida. Este jueves presenta su libro en el Toma 3 a partir de las 20.00 horas.
-Revancha plantea una dicotomía muy interesante entre dos personajes muy afines y muy distintos entre sí, un neonazi como Amador y un justiciero como César. En relación a Amador, llama poderosamente la atención que sus capítulos estén escritos en segunda persona del singular. Ese ‘tú’ constante que parece interpelar al lector, pero pienso que es un ‘tú’ con el que se dirige a nosotros cualquier neonazi, el fascismo, la ultraderecha.
-Yo no miro a Amador de un modo displicente. Es uno de los protagonistas. De hecho, creo que es uno de mis mejores protas. Amador no se creó con la voluntad de condenar ni caricaturizar a nadie. Es un tipo que yo construí, que existe, que le vi con toda su debilidad, todo su bagaje excrementicio y también con todas sus contradicciones. Por lo tanto, si la segunda persona tiene un sentido en Amador, no es por el culto al que se afilia, sino por cómo es él, por cómo le corroe el odio y cómo le quema por dentro. En el fondo, ese ‘tú’ es una primera persona camuflada en segunda, un ‘tú’ que interpela al lector de un modo en que el lector parece hablar por Amador. Ese ‘tú’, a la vez, también evita ese posible deje narcisista que tiene siempre la primera persona.
-Ese ‘tú’ tiene que ver casi con un análisis de la conciencia del lumpenproletariado. El ‘tú’ es siempre violento. Hace poco, una pintada neonazi en el bar de un ecuatoriano decía “te vamos a matar”. Cuando sucedió esto me acordé de Amador y de Revancha. Quizá la extrema derecha nos trata de ‘tú’ porque nos interpela desde la violencia siempre.
-Pero Amador dista mucho de ser un estereotipo de neonazi. Carece de amor, de ningún lazo afectivo. Actúa desde el rencor más absoluto, aunque también es el más astuto de su banda. Y se mueve por las viejas razones, por algo que conozco bien por mucho que me repugne, que es el sentimiento de pertenencia a algo, y por el afán de devolverlas, por el ansia de desquite. Me acordaba mucho de la canción National Front de Morrisey que está hecha desde una primera persona y que cuenta la historia un chavalillo que se apunta al National Front y se dice que llegará tu hora de demostrar quién eres y de hacerles pagar. Amador comparte aspectos con alguna gente de su banda, de la cual solo le vincula el odio, y como en National Front también quieren hacérselas pagar al mundo. El título, Revancha, no es baladí: es un desquite contra el mundo y el mundo tiene que pagar. Da igual quién sea, sin códigos ni digresiones morales. En Amador, al final, a lo largo de la novela, el personaje se define como un hombre malo, pero que alcanza una razón para la redención que lo aleja definitivamente de su grupo y de la maldad de los demás.
-En esa visión del odio que alimenta a un grupo de neonazis, destaca la incorporación de la homosexualidad en este personaje que, de alguna manera, lo aparta del gregarismo al que pertenece y, al tiempo, también le vincula por razones afectivas. En algún momento, mientras construías el personaje, ¿no pensaste que era imposible que un personaje neonazi pudiera ser homosexual? ¿No temiste que restara verismo a la historia?
-Creo que no, al contrario, pensé que era terreno abonado. Las hordas ultras y neonazis viven con esa dicotomía. Son increíblemente homófobas e increíblemente homoeróticas. Uno entra a un concierto RAC (Rock Contra el Comunismo) y ve a un montón de mostrencos sudorosos, haciendo poses marciales y es una cosa de lo más gay que te puedas encontrar. Entonces, para mí no fue ninguna contradicción. Y, aparte, es que también conozco casos. Cuando el libro estaba encaminado pensé en una figura como Nicky Crane que era un organizador del British Movement en Kent, y uno de los neonazis más peligrosos de los ochenta. Después salió del armario en los noventa. Crane era un tipo muy chungo. Quiero decir que para mí era algo completamente natural que alguien coexistiera en esas dos realidades que, por otra parte, no son tan distantes ni mucho menos. En el III Reich original se toleraba mucho más la homosexualidad. Era menos preocupante que otras muchas consideraciones.
–La dicotomía entre la venganza como misión y la venganza como un oficio es el reflejo de tus dos personajes en Revancha. ¿Es precisamente el oficio lo que le permite hacer las consideraciones morales?
-Los dos viven en un estrechísimo círculo de afinidad. Quieren a muy poca gente. Amador ya no quiere a nadie vivo. Su padre está a punto de morir y la gente que quiere ya no está en el mundo. Uno de los dos, César, el justiciero, desarrolla un código. Ninguno de los dos dejan de ser hombres que vienen de un trauma, de un mundo de desamor, incluso, vienen de un mismo pueblo, de la misma pobreza y la misma mierda y los dos tomaron el camino de la violencia. El primero gansteril y el otro del vengador.
-Los capítulos de César remiten a ese ángel exterminador, a ese justiciero que interpretó Clint Eastwood en casi todas sus películas. Eastwood adaptó Mystic River, de Denis Lehan. Tu novela me resulta muy afín a las novelas de Denis Lehane, donde la culpa está muy presente y los personajes buscan una redención, a pesar de estar henchidos de ira y de rencor. Creo que entre el Boston o el Baltimore de Lehane y la Barcelona de Revancha hay mucha afinidad. Lehane me comentaba su pretensión de hacer la gran novela “urbana” y Revancha tiene, a su manera, esa vocación de ser una gran novela catalana, pero una de los suburbios.
-Sí. Todos mis personajes viven en un mundo de culpa. La culpa me interesa muchísimo. Las novelas de Pelekanos, a su manera, también hablan de volver a cualquier tipo de iluminación o de redención. Yo no soy un autor de temas, soy un autor de la escuela de Flannery O´Connor que defendía que las ideas tenían que surgir de la acción práctica del texto, de lo físico del texto. No creía que tuvieran que estar inyectadas en él. Dicho de otra manera, las ideas tienen que estar integradas en lo que sucede. En Revancha es qué les pasa a estos tíos que reverberan venganza.
-Está claro que Revancha no es una novela de tesis.
-Yo escribo al revés. Flannery O´Connor, cuando le preguntaban por el tema de sus novelas, siempre respondía que el tema era lo que le sucedía a sus personajes, ¿Qué más temas quieres? En mis novelas pasa lo mismo. Aunque Revancha es un libro lleno de venganza, no es una novela sobre la venganza, sino sobre lo que les pasa a Amador y César. Pero eso no significa que no vivan en un mundo de culpa y de dolor, de rencor y desquite. Yo conozco muy bien el desquite y el ansia de querer devolverlas. Y si no tuviera mi propio rencor, no hubiera sido capaz de exponerlo en un libro y de hacer que mis personajes lo vivieran en él. Obviamente, mi rencor no es exactamente el de ellos, pero sin ese rencor propio no hubiera sido capaz de escribir sobre el de ellos.
– ¿Y qué rencor es el tuyo?
-Un rencor de clase, de una cierta disfuncionalidad en mi entorno al crecer. Y esto les pasa mucho a mis personajes, porque ellos también quieren ver familias felices, gente que ha crecido con padres amantísimos y cultos y abuelos entrañables. El rencor plantea la dicotomía entre anhelar algo y querer destruirlo. Amador quisiera vivir rodeado de estudiantes en un piso y hablar de historia del arte y tener amigas, pero vive en la imposibilidad absoluta de acceder a todo eso porque todo su pasado lo niega y su presente aún más. Esto le hace querer destruirlo, aplastarlo de la forma más violenta y dura posible. Tú destruyes algo solo porque te recuerda lo que no lo tuviste. La ideología es una cuestión secundaria. Es solo la posibilidad de vengarse de su mala suerte.
-En tu caso te salvó la música y la literatura. Ese rencor y esa visión de clase que predomina en tus narraciones, desde Cosas que hacen bum, o Eres el mejor, Cienfuegos, también ponen de manifiesto que te desgajaron de la violencia, del gregarismo, o no sé muy bien de qué, pero lograron canalizar ese rencor.
-Sí, me salvaron. Los libros, la música o el periodismo han sido encuentros placenteros e iluminadores de etapas posteriores de mi vida. Pero en mi adolescencia y mi juventud ni era periodista, tampoco ahora, ni desde luego leía en absoluto. Antes de escribir tenía una visión de cierta trascendencia en todo lo que hacía y la aplicaba a lo que fuera: escuchar música, militar en cierta subcultura. Yo lo veía como una aspiración de grandeza en un mundo que nos había negado cualquier posibilidad de grandeza. Y con el tiempo desarrollé una voz, que primero fue oral, que se acabó convirtiendo en una voz escrita que funciona para escribir novelas. Esta voz tiene una parte innata y otra de oficio. Esa voz que hablaba de mi mundo, de la gente que me vio nacer, que me rodeaba, gente que no salía en los putos libros. Yo comencé a escribir para eso, para hablar de vidas que no acostumbraban a salir en los libros. En los libros sale una clase concreta con profesiones liberales, con conflictos románticos en un entorno cosmopolita. La gente que me interesaba y rodeaba, que tenía una voz riquísima, exultante, salaz y procaz, violenta y ruda y una vida mucho más exótica y extravagante, no salía en la mayoría de novelas con las que yo me topaba
-En esta novela, con el personaje de Amador te desenvuelves en una jerga que yo no sé si es una jerga o simple variación quinqui del cinturón de Barcelona.
-Es una jerga inventada por mí, mayormente. Son el camuflaje o el reflejo de un slang que sí existía. No era un dialecto de región, era una jerga de banda que solo entendían los miembros de la banda. Yo crecí con ese dialecto.
-Creo que esto es importante, saber distinguir una jerga de una vulgarización del castellano como lo es el quinqui. Por eso Umbral escribió un diccionario cheli que no tenía nada que ver con el quinqui.
-La idea y el espíritu nace de la jerga con la que viví. Yo no quería que el libro fuera familiar. Revancha no va de mi vida aunque tiene algunas cosas arrancadas de mi experiencia. Sí son cosas que vi y escuché y estuve cerca de ellos aunque no formaran parte de mi vida. Pero no quería meterme en la familiaridad. Si lo hubiera hecho me habría acercado a algo muy mío, muy familiar, que no me interesaba.
-Al final del libro haces una serie de agradecimientos a personas que te ayudaron a completar tu conocimiento de las bandas neonazis. Esta novela que habla de la ultraderecha es coetánea a Lux de Mario Cuenca Sandoval que presenta una novela de tesis distópica, pero que, como en Revancha, habla del odio y el rencor que alimenta la violencia. ¿Crees que con Vox crecen los grupos neonazis?
-Yo no soy sociólogo, ni comentarista. Soy novelista. Mi visión es la de un novelista que se pasa el día, prácticamente, en calzoncillos por su casa. Lo que ha sucedido con la ultraderecha es lo que sucede con la ventana de Overton, que nos habla de una ventana de tolerancia del discurso o, mejor dicho, del nivel de aceptabilidad del discurso político entre la gente. Los partidos de extrema derecha han ampliado el nivel de tolerancia de sus salvajadas. Burradas que estaban en el margen lunático de España 2000 o que solo podría decir un descerebrado enfarlopado de Valencia, ahora lo puede decir tranquilamente un tertuliano de derechas en la tele al que, si antes lo decía, se le llevaba directo a la cárcel. Este fenómeno es mundial. Estamos en plena reacción a la época del bienestar social. Lo que le quitaron a la derecha en ese tiempo ahora lo están reconquistando. También sucede que nada es igual a ninguna época anterior. En el período de entreguerras había muchos grupos paramilitares desfilando por las calles. Los nazis chungos peligrosos hoy son diez, son muy poca peña, pero con la excusa de lo identitario y otros eufemismos que ocultan la expresión puto nazi, se atreven a poner en discusión sobre la mesa asuntos similares al genocidio sin que pase nada. Los nazis como tales no han aumentado, pero sí es preocupante el alcance de sus discursos. Obviamente, no todo el mundo tiene derecho a la opinión. Y ahora se pone en tela de juicio cosas que teníamos superadas y aceptadas.
-Se ha impuesto la hegemonía de las emociones que construyen estos discursos identitarios.
-El nazismo es esencialmente romántico y apela a emociones constantemente, a un rencor de clase media nacida del temor a que te vayan a quitar. El nazismo en su día no convenció a las clases obreras, fue a las clases medias con el clásico: «Te van a quitar tu tienda». Los partidos de ahora no se alejan mucho de esos postulados. «Ten cuidado porque te van a quitar».
-El miedo tiene que ver con un desacomplejameinto de la extrema derecha y su falta de pudor en compartir los hábitos de consumo de la izquierda y la clase media.
-Eso es importante, como ha demostrado Gavin McInnes y los Proud Boys, y en cierto modo tiene razón, la derecha alternativa es el nuevo punk rock. En Revancha se ve claramente. Al principio de la aparición de los grupos ultras, lo que molestaba a los padres era que fueran independentistas o pro Eta. Eso dejó de molestar porque el independentismo se volvió mainstream hace veinte años. ¿Qué es lo que más jode a la gente? El rencor. Todo el mundo cacarea la corrección política. Pero es un mundo en el que la izquierda se pasa todo el día dando lecciones con bastante superioridad moral, leccioncitas progres y, ocasionalmente, irritantes. En ese contexto crea bastante morbo saltarse ese tipo de lenguaje inclusivo que yo, por supuesto, defiendo, pero que la izquierda dice en ese tono guay podemita que invita a destruir. Decir que a mí me la suda ese discurso de lo correcto es un acto de supuesta rebeldía, que no lo es realmente porque a los terratenientes romper la corrección les encanta. En el fondo, hay un instinto que invita a decir cualquier salvajada para provocar el escándalo.
-Tengo la impresión de que con Antes del huracán y Revancha inicias un ciclo nuevo en tu narrativa.
-Completamente cierto. Hasta Rompepistas hice una narración muy definida por las referencias pop. Luego hay una novela, Eres el mejor, Cienfuegos, que es desorientada, donde empiezo a cambiar pero no sé como hacerlo, que trata de culpas más adultas con herramientas de anteriores novelas. No está bien resuelta. En Antes del huracán yo hablo de un mundo muy familiar a mis lectores, una narrativa con trama, basado en cosas humildes, como dice la Flannery. En esta segunda etapa me deshago de tics más mods, más referenciales o más vonnegtianos, con quien aprendí cosas así, con un lenguaje más pop, setentero, y de eso me deshice porque esa herramienta no me servía para nada, en cierto modo era una zancadilla. Creí que podía ser un atractivo, pero después comprendí que era un obstáculo para que las novelas tuvieran más alcance. Yo soy un escritor eminentemente populista, están escritas para que todo el mundo las lea. Estas dos últimas novelas tienen un lenguaje más comprimido.
-Y es más visceral
-Sí. Yo creo que sí.
-¿Antes del huracán es una novela más desencantada y Revancha es más rabiosa?
-A mí me dicen que Revancha es más oscura, pero yo creo que lo es mucho más Antes del huracán que se representa más claustrofóbica, como callejuelas que se van estrechando. Antes del huracán es la novela de un niño desamparado, contada en primera persona, sin salvación posible. Revancha es un thriller, violenta y ultraviolenta, llena de amor, con esas explosiones liberadoras. Antes del huracán requería una cierta complicidad con el lector, que el lector fuera lector, que estuviera dispuesto a invertir tiempo y esfuerzo en meterse en una historia jodida, larga y con cierto humor a ratos. Por el contrario, Revancha le puede gustar a una señora de 80 años que disfruta de la novela negra. Yo quería escribir un libro que tuviera nazis pero no fuera necesario conocer nada sobre la subcultura de los nazis. No hay intención de explorar ese mundo. Quería que la novela se explicara con personajes de acción. No sobre personajes y sobre acción. Son la acción y los personajes los que explican una historia. Yo no quiero responder a preguntas sociológicas. Quiero mostrar, no quiero explicar. En la escuela de la que vengo, el mundo no se explica, se muestra a través de la acción, sin envolturas del significado. La historia tiene cuerpo.