«El último capítulo de ese teatro tiene como escenario el ‘Tallerón’ de Duro Felguera, y como protagonista a Ángel Escribano, presidente de Indra, que llega a vender el milagro de los blindados. Se habla de empleos, de tecnología, de un “nuevo polo industrial”. Pero la realidad es otra…»
En Asturias ya sabemos cómo empieza siempre la película: anuncio ruidoso, titulares eufóricos y promesas de gran impulso industrial. Luego, silencio. Lo único que queda es el humo. La región acumula décadas de proyectos demorados o abandonados que nos condenan a un segundo plano en competitividad, población y autoestima.
La autovía del Cantábrico, la conexión ferroviaria con la Meseta, la adaptación al ancho de vía ibérico, el metrotrén de Gijón, la modernización de la ingeniería regional o el refuerzo energético… todos formaban parte de un plan coherente de modernización iniciado entre 2000 y 2004. Pero ninguno llegó a buen puerto. Asturias, una vez más, vio cómo los demás avanzaban mientras aquí los proyectos se marchitaban al ritmo de las fotos oficiales y los plazos eternos.
Y en esa costumbre del aplauso sin obra florece un modelo de poder muy asturiano: el que vive de la promesa perpetua. Una mezcla de políticos, empresarios y portavoces mediáticos que cultivan el espejismo como modo de vida. Prometen un futuro que nunca llega, pero logran beneficios inmediatos: notoriedad, contratos, subvenciones o invitaciones al palco.
El último capítulo de ese teatro tiene como escenario el ‘Tallerón’ de Duro Felguera, en Gijón, y como protagonista a Ángel Escribano, presidente de Indra, que llega a vender el milagro de los blindados. Se habla de empleos, de tecnología, de un “nuevo polo industrial”. Pero la realidad es otra: el ‘Tallerón’ está vacío, los operarios siguen en cursos de formación sin conexión con la producción y Santa Bárbara, la empresa que realmente fabrica los carros, es la que sufre el sabotaje implícito de esa operación.
Y ahí, en primera fila de esa representación, aparece Carmen Moriyón, alcaldesa de Gijón, siempre con una hiperactividad impostada que busca proyectar la imagen de mujer incansable, dispuesta a luchar contra todos. Pero sus movimientos la sitúan justo al lado de aquellos de los que dice distanciarse. Sonríe en las mismas fotos que la vieja élite regional, la que desde hace años promete una Asturias moderna mientras parasita cualquier impulso real de modernización.
Su caso es especialmente inquietante porque la energía que exhibe como alcaldesa se diluye en los claroscuros de su actividad privada. La sociedad sanitaria en la que mantiene intereses, planea como una sombra de sospecha sobre su gestión. Un ámbito opaco donde convergen contratos, sociedades vinculadas y un inevitable conflicto con su papel público. Una colisión que no se disimula con frases emotivas ni con gestos de cercanía.
Moriyón encarna el tipo de liderazgo que Asturias conoce demasiado bien: la gestora que convierte cada crisis en una oportunidad para la foto, cada anuncio en una épica sin contenido, y cada crítica en una cruzada personal. Se presenta como independiente, pero su agenda se sincroniza con la de los mismos que llevan décadas repartiéndose las rentas de un sistema inmóvil.
La alcaldesa de Gijón debería recordar que liderar una ciudad no consiste en parecer incansable, sino en construir algo que dure más que una foto. Porque la Asturias que se retrata con los de siempre ya no lucha contra el pasado: lo repite.
Mientras tanto, la propaganda regional de siempre continúa alimentando el espejismo. Bendice cada proyecto con titulares entusiastas, exalta cada acuerdo como un renacimiento industrial y silencia los retrasos, los sobrecostes y las incompatibilidades que se repiten una y otra vez. Así, la región sigue atrapada en un ciclo de euforia y decepción del que parece no querer salir.
Asturias no está condenada, pero sí hipotecada por su casta de prometedores profesionales. Los que posan, sonríen y aseguran que el futuro ya está aquí, mientras el presente se les escurre entre los dedos.
Y así, entre humo y titulares, seguimos sin fábrica, sin tren y sin rumbo.
Mucho mejor ser una profesional de la política como Adriana Lastra que tiene el BUP ..
Asquean tus comentarios
No se cuestiona que Carmen Moriyón tenga una actividad empresarial o laboral privada. Se cuestiona que no sea transparente al declararla y que, por tanto, haya sospecha de conflicto de intereses. Que presente documentos claros y no las declaraciones opacas que ha entregado.
Si crees que hay algo «opaco» demuéstralo…sino como se suele decir deja de meter cizaña. Seria mucho mejor que en lugar de estar salvando vidas a enfermos de cáncer estuviera en el chigre… O en puticlubs…
Si te hubiera tratado como enfermo como me trato a mi no hablarías de esa «hiperactividad impostada», ella es así…. Por favor no hables sin saber…