«Son muchos los lugares emblemáticos de Xixón que ya no están: El Tiburón en el muelle, El Sitio, El Candil y El Pulpo, Casa Montero, Los Vikingos, Las Brasas, Tino El Roxu (…) lugares de comida que dibujaron la ciudad del hoy»
Esta semana, cerraron sus puertas Las Candelas y la Bodega de Miguel. Al hacerlo, Xixón se ha quedado más triste, con más normalidad, peor. No es que ninguno de los dos locales fueran sitios en donde el bullicio o la fiesta más estruendosa estuvieran presentes, pero eran locales donde, al sentarte, lo estabas haciendo en la historia de la ciudad y, al tomar algo, estabas formando parte de la misma.
Fui más asiduo de La Bodega de Miguel que de Las Candelas. De la última no llegaría a la docena las veces que tomé pizzas en su local, siempre oscuro, mientras que en la Calle Dindurra fueron muchas las veces que disfruté del buen vino, el buen pincho, invitación de la casa, y su cocina. Tanto hubiera sido mucha o poca mi presencia en esos lugares que se apagan, todas aquellas personas que hemos podido gozar de ellos, hemos tenido el placer de sentir el amor a la hostelería.
Son muchos los lugares emblemáticos de Xixón que ya no están: El Tiburón en el muelle, El Sitio, El Candil y El Pulpo, en el barrio del Carmen, Casa Montero y su merluza en salsa verde, Los Vikingos, en donde más de media ciudad disfrutó de sus hamburguesas, Las Brasas, parrilla en San Antonio, Tino El Roxu, que todavía sirve de indicativopara decir El Requexu, Vitorón, referente de la alta cocina durante años, Zarracina, con su cuidado marisco y sus techos bajos, A Veira do Mar y su formica llenando el entorno., el Sol y Sombra, parada obligada en La Guía en día de partido, el Pilu con Ángel pasando por las mesas a las diez, diciendo que van a cerrar, mientras intentas terminar su deliciosa tortilla… Lugares de comida en donde, en sus mesas, se hicieron negocios, amistades, amores, desamores, noticias entre susurros y, sobre todo, dibujaron la ciudad del hoy, pues las ciudades no dejan de ser más que historias humanas que se entrelazan.
Nos siguen quedando grandes referentes sociales en el ahora. La Ballena y El Planeta mirando la cuesta El Cholo, Crespo cerca de Hacienda, El Chaflán y sus planchas humeantes, La Pondala rosbief, El Cantábrico comandando la Plaza Mayor, La Corrada y sus bocadillos más allá de la media noche, y todos esos lugares cuyo vocablo que les caracteriza es “casa” pues así te sientes cuando vas de manera rutinaria a su barras o mesas. Casa Manuela, aunque haya cambiado de dueños, Casa Benita, ¿quién no ha estado en ese lugar y no haya pensado que ha tenido un viaje en el tiempo?, Casa Tino y sus calamares de domingo, Casa Arturo, su tendejón con el cartel de Sidra el Gaitero es un mítico en la memoria de los nacidos en los setenta, Casa Zabala con aroma a güellu mar… lugares que son referentes en la ciudad y que mantienen esa impronta gijonuda que nos hacer sentirnos orgullosos de nuestros referentes gastronómicos o nuestros chigres.
No nos damos cuenta, pero nuestra historia se rodea de espacios para el ocio frente a un plato de buena cocina. En ese momento mágico, en donde confluyen placeres gustativos, emocionales y sociales, nos dejamos envolver sin pensar que ese instante vivido no se volverá a repetir, pues ningún segundo en nuestra vida es igual, pero sí lo vas a recordar en esa nebulosa etérea ligada al suelo que es la memoria. Nuestros recuerdos se nutren de escenas pasadas, de fotogramas que con los años pierden brillo, quizás intensidad, nunca lugar ni espacio en el nosotros. Esa memoria individual y colectiva, los bares no son otra cosa que colectividad, es lo que hace tan maravillosa esta ciudad.
Xixón está lleno de barras que sirven de diálogo entre desconocidos diciéndose confidencias externas o chascarrillos absurdos, favorecedores del carácter charrán de nuestra villa. Espacios de susurros cuya intensidad se acrecienta con el vino, la sidra o la cerveza. Lugares de intimidades en el lugar menos discreto de la tierra, como si hablar en voz baja a la distancia de un vaso no permitiese la llegada del sonido a esa persona solitaria, pues la soledad a veces no depende del número de personas que te rodea, que escucha en el silencio de un vaso lo que ocurre. Los bares, los restaurantes, los chigres son parte activa de lo que somos. Gijón, un lugar de calle entre paredes, se introduce en el mundo de los placeres gastronómicos buscando, no la comida, que también, sino el alterne, y en ese alterne se construye la pícara ciudad que amanece.
Gracias a Miguel y su bodega por tantísimos años compartiendo aspectos invisibles de mi vida que se agolpan al cerrar sus puertas. Cenas con hermano, ensaladillas nunca repetidas, “Vínculo” como bodega riojana, tomates siempre esplendorosos, amistades neonatas y consolidadas, lágrimas y alegrías, cenas, comidas y vermús con confidentes cambiantes que conformaron lo que somos, pues qué son sino los lugares ayudantes del dibujo que traza las personas, qué son si no los humanos la especie que pretende dibujar de memoria los lugares.
Y gracias a Las Candelas, la última visita fue hace demasiado, pues la compañía de esa cena se nutrió del cariño provocado por el respeto profesional y la calidad humana. Muchas risas esa noche nunca repetida, mucha historia en sus mesas, mucha apertura de sabores para una ciudad de paladares abiertos y exigentes. Mucha Candelas, mucho Miguel
Todos cerrados por culpa de las políticas recaudatorias de la derecha, que llevan casi 40 años desangrando a Asturias y sus negocios… ¡Ay, no, espera…!