
«La sangre de Cristo o la sangre de un toro se cuajan cuando un sacerdote abusa del sarcasmo y la ironía. Algo se corta»
Uno tiene escrito que la tauromaquia, antes que un espectáculo, antes, incluso, que un arte, es una liturgia. Es probable que todas las artes lo sean, que todas tengan ese método sagrado, íntimo y ritual. De la misma manera, la liturgia cristiana participa de las artes y, por esa misma razón, nos fascina cualquier liturgia, ya sea en un templo o en una plaza de toros. Es el sentido sagrado de la escena.
Ayer, Sanz Montes ofició su corrida taurina, celebrando el día de Asturias, aprovechando la ocasión para ironizar como un mal profeta sobre la protección de los toros frente a la desprotección de los fetos y de los enfermos que anhelan una muerte digna. El canciller de la Diócesis de Oviedo no tuvo reparo moral en comparar a unos con otros, con tal de acabar convertido en lancero sobre el costado de sendas leyes que regulan el aborto y la eutanasia. Algo muy oscuro nace en la vocación intelectual de este arzobispo que le empuja a confundir el derecho a una muerte digna o el derecho a la autodeterminación de las mujeres a ser o no ser madres con el derecho o no a celebrar una lidia o el trato que los personas debemos mantener con los animales.
Como decíamos en otra ocasión, los animales no tienen derechos, como no lo tienen los objetos. Pero los hombres y las mujeres sí tenemos obligaciones con los animales y las cosas. Tenemos la obligación de conservar la Catedral de San Salvador y todos los códices que en ella se custodian porque forman parte de nuestro patrimonio cultural, son las reliquias y el relato de nuestra historia. Si alguien se atreviera a atentar contra la iglesia o a quemar sus códices más antiguos nos parecería indigno. Lo mismo sucede cuando alguien decide apalear o abandonar a un perro. Y es precisamente el trato que tenemos con ellos lo que refleja nuestra propia dignidad, nuestra humanidad y sus límites. Pero de ahí no se desprende ningún derecho ni para los animales ni para los códices.
Curiosamente, la indignidad de las palabras de Sanz Montes tienen su origen en la retorcida comparación que celebró con ironía en un templo sagrado, donde debiera de saber que, como en el toreo, cabe la pasión, la épica, el drama o la tragedia. Pero la sangre de Cristo o la sangre de un toro se cuajan cuando un sacerdote abusa del sarcasmo y la ironía. Algo se corta. Quizá se rompa la tensión de la liturgia porque el humor, como en los funerales, suele estar fuera de lugar.
Del mismo modo en que se suceden los siglos entre concilio y concilio para decidir modificar la liturgia católica, algo similar sucede con la tauromaquia. Y ese lento metabolismo de ambas liturgias es lo que las emparentan en nuestro país. Las metáforas, en la religión y en el toreo, pesan como las losas de una catedral; se tardan muchos años, a veces siglos, en levantarlas y cambiarlas por otras nuevas, sin que la Iglesia deje de ser Iglesia ni el toreo un arte ritual. Sanz Montes es de los que siempre ha extendido una mirada sobre la religión beligerante, guerrillera y retrógrada, apostando por un estilo políticamente cruel y lacerante, cínico y retorcido. En la poética taurina está más cerca de la verbofagia de Morante de la Puebla que del silencio sarcástico de Curro Romero o al silencio místico de José Tomás. Dicen que puede ser el próximo arzobispo castrense de nuestras milicias. Que se fuera de Oviedo sería una buena nueva para recomponer eso tan sagrado entre los cristianos que es la concordia.
El caso es que cada 8 de septiembre, Sanz Montes acostumbra a sembrar la discordia entre los asturianos desde la basílica de Covadonga, ante la mirada impertérrita del presidente del Principado. Adrián Barbón, católico y sentimental, abandonado de su cargo, aunque sea éste el que lo eleve a la primera bancada del templo. Las palabras del Arzobispo de Oviedo reducen el aura del presidente a una anécdota, que se autoimpone un mutis humillante y fiel. Quiere decirse, querido y desocupado lector, que el silencio de Barbón ni es místico ni tampoco irónico, tan solo descastado y penitente, sin la nobleza política que lo ha llevado, como cada 8 de septiembre a estar ahí. Ay.
Los animales no tienen derechos humanos, pues no tienen autoconsciencia de su existencia, pues no reflexionan sobre sí mismos ; cosa que se necesitaría tener un Alma espiritual, que es cuando se tiene un proyecto de vida……Por lo que las corridas son soportables, pues no tienen consciencia de que son ellos mismos los que están sufriendo. El Génesis nos reveló que el Creador hizo al hombre solo a su imagen y semejanza y que dió el resto de los seres para su disfrute y utilidad, incluso matar y comer; esto siempre lo ha comprendido la humanidad cristiana, pero ahora hay interés globalistas masónicos en cambiar la realidad;pero nuestro Señor Jesucristo mira desde arriba para imponer la justicia, y exigirá en juicio particular a cada uno cómo le ha tratado a El en sus humildes hermanos….
Los derechos no los da la consciencia de un individuo: si siguiesemos su razonamiento, las personas con alguna enfermedad mental o en estado de coma, por ejemplo, carecerían de derechos. Los derechos son un constructo humano; no existe un derecho natural; somos los humanos los que creamos y otorgamos o retiramos derechos.
Si a vd le resulta soportable la crueldad con los animales en una plaza es porque vd es una persona que acepta la crueldad hacia los animales y por tanto, hablar con vd de conceder derechos a los toros es inútil.
Los seres, no están para el uso y disfrute de los humanos como pone su maldito libro sagrado, sino que todos los seres hemos evolucionado juntos y no somos dioses ni seres superiores con el derecho innato para sobreexplotar los recursos animales y minerales del ecosistema Tierra: formamos parte de un equilibrio natural que cuando se rompe trae consecuencias para todo el sistema.
Engreerse por encima del resto de los seres es propio de seres engreídos; y basarse en un supuesto libro sagrado para hacerlo, de imbéciles.