«El país ha esperado la decisión de una persona, de un ser humano con la mayor responsabilidad otorgada democráticamente a través de los votos en nuestro país ¿Es la espera necesaria para saber si algo merece la pena?»
En la sociedad del ahora, del ya, de la necesidad imperiosamente satisfecha en el instante, a veces nos debemos preguntar «¿Por qué esperar?». En el mundo del momento, la espera es insuficiente, absurda, como una pérdida de esa posesión tan valiosa que es el tiempo. La espera es ese lugar no querido entre la esperanza y la resignación, entre la satisfacción y la pérdida, pero también es un espacio encapsulado en un momento indefinido, indeterminado, un lugar para tu tiempo, para el uso de un reloj con lentitud exagerada, como si el grosor de la arena fuera demasiado voluminoso para la estrechez de la hendidura que espera entre el cristal.
Decidimos esperar siempre la llegada de lo que aguardamos. Sin esa necesidad de la esperanza del futuro, no tendría cabida la adormecida pausa incluida, calladamente, en el ahora. Es, en ese momento inacabado, donde existe la uniformidad del tiempo y del espacio, la búsqueda del auto convencimiento como lugar de felicidad parada, la sensación inexacta sobre la aparente imposibilidad del que nada hace, el lugar atrapado en un sinsentido de existencia en donde el pensamiento es algo peligroso y, al mismo tiempo, abre con su silencio la ventana al paisaje del mañana.
Esperar. El país ha esperado la decisión de una persona, de un ser humano con la mayor responsabilidad otorgada democráticamente a través de los votos en nuestro país ¿Es la espera necesaria para saber si algo merece la pena? Sí, pues ese tiempo de reflexión, de distancia, de espacio, aposenta sentimientos, haciendo buscar la esencia de lo que somos, de lo que hemos elegido, por lo que apostamos. ¿Puede un país esperar cinco días por una decisión presidencial? Ahí no lo tengo tan claro. Creo, sinceramente, que los días pedidos por el presidente fueron excesivos, pero era tan importante la decisión a tomar que no seré yo el que cuestione tiempos, el que, ante lo inimaginable de la situación, formule preguntas al aire a través de comentarios sin fundamentos ¿Alguien ha tenido que decidir ante una tesitura mínimamente parecida? Opinamos a través de la experiencia, y, en esto, ante la dimisión de una pasión, no había experiencias previas, no existía camino trazado con el que aprender para conformar una decisión, no había, por tanto, posibilidad comparativa, respetando, por ello, la espera como un necesario tiempo para la escucha interior, tanto del país, como del presidente.
El país esperó; unos con la esperanza de la continuidad, otros deseando lo contrario. Unos relamiéndose ante la posible marcha de un presidente, yéndose con intachable dignidad personal. Otros esperanzados, esperanzadas porque la respuesta de Pedro Sánchez ante la mala praxis de la política, tras el hartazgo de los ataques personales, afianzase una forma de entender la democracia, de entender la confrontación dialéctica e ideológica, de entender la convivencia política. Siempre, aunque la duda esté presente, la esperanza es el camino ante la espera. De qué sirve, si no fuera así, la pausa otorgada.
Al final el presidente ha optado por mantenerse liderando el país, ha optado por humanizar el arte de la política y ensalzar la ideología a través de la persona. Unos, anhelantes de su marcha, lo criticarán, pues la esperanza es lo que menos quieren aquellos que desacreditan el bello arte de las palabras. Otros, entre los que me encuentro, estábamos esperanzados por la continuidad del presidente de la nación, nombrado democráticamente. La presidencia del Estado se mantiene, tras cinco días de reflexión personal, en el candidato propuesto por el Rey y elegido por el Congreso de los Diputados, un procedimiento perfectamente regulado por una Constitución que, en el 78, diputados de otros partidos votaron en contra. Se mantiene con consecuencias impredecibles a nivel nacional, sobre todo a la hora de gobernar un país cuya legislature ya era, de por sí, muy complicada, con preguntas sobre cómo va a responder la oposición a su desilusión, cómo serán a partir de ahora los apoyos de aquellos partidos que vieron la posible vuelta de pasados, cómo asumirá el país este paso adelante del presidente.
La reflexión del presidente ha permitido ver la fuerza de un partido, la fuerza de las ideas, la fuerza de la militancia, la fuerza de las personas. El proyecto de partido está más fuerte que nunca, más unido, más cohesionado, más esperanzado que hace tan solo cinco días, todo por la pausa, por la espera. Los partidos no dejan de ser estructuras ideológicas firmes que se mueven al compás de las personas. Esas personas le dan la impronta, la cercanía con la realidad cambiante, unen el espacio existente entre las calles y los gobiernos, acercan las ideas a la ciudadanía, salen de las sedes a las aceras y parques. Se ha visto, desde la noticia de la posible dimisión de Pedro Sánchez, el enorme empuje de 145 años de historia. Ha latido el corazón de miles de militantes que dieron voz a la esperanza, se desató la pasión por las ideas y la dignidad de las palabras. El proyecto, que empezó en El Entrego con la ilusión de recuperar a las bases, vuelve a asentarse desde las mismas bases, desde la afiliación, desde los simpatizanes. Ferraz y las Casas del Pueblo estuvieron el fin de semana repletas de personas, de socialistas, de progresistas que creen en una forma de hacer política, representada por un Secretario General que fue, y seguirá siendo, y no pasa nada, duramente criticado por sus políticas, pero esperando, con este paso, haber conseguido eliminar comentarios vilipendiado su persona y lograr silenciar los ataques a su entorno más cercano. No debemos olvidar, y agradecer, que la calle no solo fue el reflejo del sentir socialista, también había personas que ven la política como el arte de generar mejoras a través de la acción y la palabra, personas que entendían que estaba en juego la manera de seguir construyendo la democracia de nuestro país. Una democracia que es incapaz de respirar con coacciones, con miedos, con insultos, pues eso no es democracia.
La militancia socialista asturiana se volcó con el presidente: autobuses a Madrid, colapso en la calle ovetense frente a la sede del partido, mensajes en redes, artículos en prensa, y la importante labor constante de las agrupaciones, de las Casas del Pueblo (qué preciosidad el nombre las sedes socialistas) para hacer ver a Pedro Sánchez la importancia de su presencia con el fin de asentar las políticas públicas instaladas en España, para asentar un proyecto de Estado, en donde no se rompe la unidad de España, se afianza, en donde se cree en la justicia, a pesar del boicot del PP para la renovación del Consejo General del Poder Judicial, en donde se trabaja y piensa en las personas, sin merma en la sanidad o educación por las tasas de reposición instauradas con el partido de Mariano Rajoy. La militancia ha dado estos días un puñetazo en la mesa reivindicando un proyecto de partido, una manera de hacer y concebir la política. Un puñetazo en la mesa como parte de una cadena de 145 años de historia y de una sucesión, siempre inacabada, de miles de personas que luchan, lucharon y lucharán por los derechos y las libertades que ahora tenemos. Porque la historia bajo los paraguas de Ferraz es eso, la silenciosa realidad atronadora de las bases, el día a día de las personas anónimas que hacen partido, la historia de nuestros abuelos, de nuestras madres y serán de nuestros hijos que ven en el partido un lugar en donde poder seguir mejorando el mundo.
No quiero terminar sin hacer un llamamiento a un periodo de reflexión como sociedad. Mismamente, el que escribe recibe comentarios en redes sociales o en el mismo diario opinando en desacuerdo con lo escrito. Debo decir que es enriquecedor, pues uno también reflexiona con la crítica y la disconformidad, pero, en otras ocasiones, se ven insultos y descalificaciones, comentarios despectivos tan solo por una opinión escrita, por una manera de entender el mundo diferente. Si eso lo llevamos a nuestros representantes políticos, de cualquier signo, esta desfachatez se multiplica exponencialmente. Podemos opinar sobre políticas, actuaciones, pero no debemos sobre pasar la línea del respeto hacia el que piensa diferente. Si se normaliza el insulto por las ideas, si justificamos las agresiones, verbales o físicas, por maneras de pensar dispares, estamos debilitando nuestro sistema democrático, el corazón de la convivencia social. Debemos sumar esfuerzos para no envolvernos en la rueda de la imitación de esa extrema derecha que ha llegado con el fin de erosionar nuestro sistema democrático. El odio, la víscera, es sencilla, fácil, cómoda, pero su uso no dejaría de ser una victoria de quienes quieren acabar con los espacios de construcción comunitaria, dándoles una legitimidad social que no les corresponde.
Se puede esperar, claro que se puede esperar, es fácil hacerlo cuando se tiene la seguridad de las ideas, de las políticas, de las personas. Uno decide esperar sabiendo aquello por lo que espera. Esperamos por la persona, esperamos por el presidente, esperamos por la salvaguarda y la mejora de la democracia, y ya está aquí.