La comitiva, formada por tres profesores y trece alumnos de Electricidad, han permanecido tres días completos trabajando en la ‘zona cero’ de la DANA, retirando escombros, limpiando y adecuado instalaciones eléctricas; llegados el domingo, desde entonces acumulan felicitaciones
Poder… Deber… Querer… Aunque a menudo puedan ser confundidos entre sí, esos tres conceptos resultan tan diferentes en sus respectivas definiciones, como necesariamente combinables para que el ser humano saque adelante cualquier iniciativa que se proponga. Desde que, el pasado 29 de noviembre, la que ya es identificada como la depresión aislada en niveles altos (DANA) más devastadora de la historia reciente de España arrasase el Levante, la unión de las tres palabras anteriores ha movido a decenas de miles de voluntarios, tanto nacionales como foráneos, a desplazarse hasta la ‘zona cero’ del desastre y ponerse al servicio de una población que, de la noche a la mañana, vio como todo se les esfumaba. En estas semanas críticas Asturias se ha convertido en un punto de partida de expediciones de todo tipo, oficiales o particulares, que han recorrido los más de ochocientos kilómetros en dirección al este para aportar su grano de arena. Y una de ella acaba de regresar a la Gijón que la vio zarpar: la conformada por tres profesores y trece alumnos de Electricidad del Centro de Formación Profesional (FP) ‘Revillagigedo’, el histórico ‘Gedo’ de la ciudad. Una pequeña comitiva que, durante tres días completos, puso sus conocimientos en materia de instalaciones eléctricas, su fuerza de trabajo, su compañerismo y su solidaridad a disposición de los afectados, y que el pasado domingo regresaba a casa marcada para siempre, aunque feliz y orgullosa de lo hecho. Mucho o poco, pero valioso.
«Empezó como en la mayoría de los casos de los que fuimos: ves las noticias de lo que está pasando, te cuentan lo que allí precisan… Y ayudas», comienza su narración Agustín Ortal, veterano de la Unidad de Rescate del Principado y, en la actualidad, profesor y coordinar del departamento de Formación Humanocristiana del ‘Gedo’. Dos características, su experiencia en situaciones críticas y su conexión con el centro, que le convirtieron en el candidato perfecto para liderar un equipo nacido de la toma de conciencia de una necesidad muy específica que ellos sí podían cubrir: la de personal técnico. «La prensa decía que, aparte de gente para limpiar, se necesitaban profesionales: albañiles, fontaneros, electricistas… De eso último tenemos, así que empezamos a movernos«, continúa. Y lo cierto es que no escasearon los candidatos… Decenas de estudiantes, algunos menores, dieron un paso al frente y rogaron formar parte de la expedición, una predisposición que obligó a imponer dos criterios innegociables: mayoría de edad y formación empírica en centros de trabajo, algo que sólo aquellos que habían completado la FP de Grado Medio podían cumplir. La criba permitió escoger a quince alumnos (aunque una gripe de última hora dejó a dos de ellos en tierra), con edades comprendidas entre dieciocho y más de treinta años, y con experiencia en instalaciones eléctricas. Por fin, el pasado miércoles pusieron proa al Levante, a bordo de tres furgonetas, y tras instalarse esa noche en una casa en la localidad de Alacuás, a once kilómetros de Paiporta, a la mañana siguiente se dirigieron a las áreas de trabajo. A su particular descenso a los infiernos.
A Ortal se le entrecorta la voz mientras confiesa que «lo que se ve en televisión no hace justicia a la realidad… La devastación es tremenda«. Viviendas anegadas, edificios derruidos, montañas de escombros, pilas de coches deshechos… Y vidas perdidas. «Esa primera mañana, la del miércoles, nos quedamos todos en shock; no sabíamos por dónde empezar, porque tampoco había organización, y la gente de la Administración nos preguntaba a nosotros, los voluntarios, qué hacía falta», recuerda. Por suerte o por desgracia, era tal la cantidad de trabajo por hacer, que pronto la actividad acaparó todos los pensamientos, energías y emociones. Con cientos de cuadros eléctricos sepultados bajo el lodo, o inutilizados por la acumulación de restos, el equipo del ‘Gedo’ se distribuyó en grupos de unas cinco personas, y se desplegó por distintas zonas. Siempre, por supuesto, priorizando la seguridad. Tal como el líder de la comitiva aclara, «si entrábamos en un edificio anegado, lo primero era tirar la tensión; cuando eso no era posible, los que lo hacíamos éramos los profesores, o unos electricistas catalanes que se unieron a nosotros«. De todos modos, el grueso de su aportación fue mucho más sencilla, aunque también esforzada y necesaria: limpiar. «Al final, en muchas casas no quedaban ni paredes, o la riada había arrancado el cableado, así que hasta que no lo repusiesen, poca labor eléctrica podía haber… Por eso nos pusimos a hacer todo cuanto hizo falta».
Entre el miércoles y el sábado, las tres jornadas completas que pasaron en la ‘zona cero’, Ortal y sus muchachos fueron testigos de escenas de todo tipo. Buenas y malas, admirables y cuestionables, decepcionantes y esperanzadoras… Entre las negativas, algunos ejemplos de insolidaridad, como el de cierto individuo que «llegó a la cola del puesto de la World Central Kitchen (WCK), que era donde comíamos, y preguntó que si él, que era voluntario, también tenía que hacer cola». Por fortuna, la partida de las anécdotas la gana por goleada la alineación de las positivas. «Vimos de todo: un vecino que se había quedado sin casa, pero que cada día nos daba café o cervezas; otro que se reunía con nosotros a las nueve de la mañana para tratar de coordinar a qué zonas de la localidad había que ir a ayudar…«. Después están las vivencias particulares, los relatos de horror y pérdida, como el de «la presidenta de una comunidad de vecinos que, el día de la DANA, vio por la ventana a su marido refugiado en un árbol, con medio cuerpo sumergido y sin saber dónde estaban sus dos hijos«. Todos ellos lograron sobrevivir, al igual que una joven que, embarazada y acompañada de su hijo pequeño, «se quedó atrapada en un bajo que se inundaba, convencida de que iba a morir allí, hasta que los vecinos echaron la puerta abajo y los rescataron a todos». Y, por último, el inevitable poso de indignación al constatar que «allá donde estuvimos nos dijeron que sólo habíamos ido voluntarios. ¿Cómo puede ser eso, cuando ha pasado más de un mes?«.
La vuelta a Gijón, emprendida el domingo, se hizo bajo el manto tejido por emociones contradictorias. «Por un lado, ha sido algo impactante para todos nosotros; la primera noche en casa no era capaz de dormir, porque los fantasmas de lo visto y sentido volvían una y otra vez«, admite Ortal; tanto es así que, en los próximos días, todos los participantes serán convocados a una reunión para analizar el choque emocional, detectar necesidades y extraer lo positivo. Claro, que, por otras parte, en el camino de vuelta los alumnos se mostraban alegres e, incluso, orgullosos, conscientes de que «aportaron lo que pudieron. Es verdad que tres días dan para poco, pero lo hicieron». Y Ortal no es el único consciente de ello… Desde que la comitiva arribase al ‘Gero’ a los alumnos y a los profesores les han llovido las felicitaciones. «Los padres nos escriben encantados, felicitándonos por haber dado este paso. Y los chicos lo han encajado todo con una profesionalidad, con un interés… Los veías en Valencia, releyendo los manuales porque querían entender bien los procesos, para hacerlo bien y que sirviese… Es impresionante el compromiso que han demostrado«, recalca, henchido de admiración.
Porque esa, más que la meramente técnica, es la gran recompensa y la lección fundamental que la expedición del ‘Gero’ se ha traído del Levante. La satisfacción de haber confirmado que poder, deber y querer, cuando van de la mano, pueden llegar a cambiar las cosas, incluso en los momentos más trágicos. «En lo humano, eso es lo más importante que han aprendido. Que, si nos ayudamos, podemos salir de cualquier cosa. ¿Qué más puede pedirse?».