«Faltábamos nosotros, o sea, los paganini de toda la vida, los consumidores que, casualidades de esta puta vida, suelen ser los currantes»
Ahora que han quitado el toque de queda resulta que tenemos que poner a la medianoche la lavadora para ahorrarnos unos céntimos en el recibo de la luz. Nunca imaginé que el ocio nocturno consistiera en planchar la ropa a la una de la mañana. Quiere decirse que para sacarnos de la ruina, van a hacernos a todos noctámbulos de la plancha, adictos de la secadora, toda una vida doméstica perversa, pornográfica y nocturna para que nos cuadren las cuentas al final del mes. Meter la cabeza en el horno es más barato de noche que de día. Y el que quiera pasar el aspirador a la hora que le pete, pues que lo pague.
El caso es que en la Cañada Real, este invierno, o sea, hace tres meses, una eléctrica cortó la luz a todo el poblachón, cuando más frío y más nieve arreciaba en Madrid. No importó mucho que la gente se muriese de frío. Uno todavía se muere sin mirar a qué hora le sale más barato, aunque no tardarán en presentarnos la tarifa correspondiente. La dignidad no tiene nada que ver con la economía. En esta época de los grandes fraudes financieros, no deja de ser demagógico que las eléctricas denuncien al paria que engancha el generador de la luz de su chabola al poste más cercano del extrarradio. Así que uno, querido y desocupado lector, no le queda otra que sucumbir a la triste resignación del abuso constante con el saqueo permanente de la luz, que han hecho y hacen todos los gobiernos y todas las empresas de este país al que llamamos España.
La luz está siendo el gran escándalo de este siglo, el atraco mensual a nuestros bolsillos. El gobierno de Rajoy creó un impuesto del Sol y el de Sánchez no ha sabido regular un estatuto equitativo para las electrointensivas que garantice la viabilidad de las empresas españolas y, en particular, de las asturianas. Faltábamos nosotros, o sea, los paganini, los consumidores que, casualidades de esta puta vida, suelen ser los currantes. El anuncio llegó ayer, con la sonrisa bromista de la ministra de Economía, catalogando el bolsillo del consumidor según un horario que solo provoca más indignación. Somos el país del UE con la luz más cara.
La luz, el agua, el pan, siguen siendo los grandes negocios del mundo, ahora que los carburos se apagan y la vida sostenible es la que nos exprime. Domesticaré estrellas y luciérnagas para rascar una calderilla de luz en el tiempo que nos conceden. Con el paso de los años seremos mendigos de la luz, como hemos sido mendigos de un empleo aparentemente aseado, aunque a eso lo llamásemos trabajo.