La escasez de capturas, la fuerte competencia de las piscifactorías y del mercado asiático, la cercanía de mejores puertos y la falta de vocación hacen peligrar la pesca artesanal en la ciudad; la puntilla podría ser la instalación de molinos eólicos
Un tímido sol trataba sin éxito de traspasar la densa bruma que tapizaba el amanecer de este miércoles sobre El Musel. Nada que ver, desde luego, con el juego de colores y luces que uno imaginaría en un día de julio, bien entrado ya el verano. El cielo plomizo, la humedad ambiental, las bandadas de gaviotas sobrevolando los muelles… Una estampa triste, no exenta de cierta poesía, pero melancólica. Ideal como telón de fondo para las tripulaciones de las pocas embarcaciones pesqueras, todas de pequeño tamaño, que, a esas horas, flotaban amarradas a los norayes del Rendiello. Trabajando en silencio, ocupados en preparar aparejos, revisar los botes y planificar la jornada, esos marineros que a diario costean el litoral gijonés en busca de capturas con las que ganarse el sustento son uno de los cada vez más escasos exponentes de la vida pesquera que, en otro tiempo, jugó un rol capital en la dinámica económica y social de la ciudad. Días ya lejanos, como todas las gentes del puerto saben; en pleno 2024 el de la pesca artesanal es un sector en decadencia, eclipsado por el auge de las piscifactorías y de la importación desde Asia, por los efectos de la contaminación y por el incumplimiento de las regulaciones. Y quienes lo integran albergan pocas esperanzas de que la situación vaya a cambiar…
Hoy son diecisiete las naves que conforman la flota pesquera de Gijón, aunque, quizá, el término ‘nave’ resultar excesivo… La abrumadora mayoría no superan los doce metros de eslora, ni las dos personas de dotación. La malla y la nasa son las artes más a menudo arrojadas desde sus bordas, con las notables excepciones de un barco dedicado a la pesca de cerco, ahora a la venta, y a un volantero que estos días faena en aguas lejanas, a la caza de bonitos. Cierto es que casi a diario llegan a los muelles buques de mayores dimensiones, grandes arrastreros con las bodegas repletas de capturas. De hecho, la reciente costera del bocarte ha supuesto un trajín constante de embarcaciones y descargas. Sin embargo, un rápido vistazo a sus nombres y matrículas permite comprobar que ninguno de ellos está registrado en Gijón. Ni siquiera en Asturias. Cantabria, País Vasco, Galicia a la cabeza del listado… Las grandes potencias del sector recalan, a veces, en suelo gijonés para subastar el pescado y conseguir beneficio. Todo depende, claro, de cuál sea el puerto más cercano en el momento en que completan su faena. Y, todo sea dicho, en Asturias los hay mejores.
«Gijón nunca fue un gran puerto de pesca; antiguamente, cuando teníamos arrastreros, sí, pero desde que se fueron siempre hemos tenido estas barcas», comenta Jorge Manuel Álvarez Medina, recostado en su silla de la sede de la Cofradía de Pescadores ‘Virgen de la Soledad’, que preside desde hace seis años. Este lobo de mar curtido sabe de lo que está hablando. En 1986, después de un breve periodo en astilleros, optó hacerse a la mar, «justo cuando pasó lo del embarranque del ‘Castillo de Salas’ en Cimavilla». Fue el inicio de una carrera de varias décadas, ahora concluida con una honrosa jubilación, salpicada de alegrías, pero también poblada de sinsabores. «De aquella todavía estaban aquí el ‘Siempre Paz’, el ‘Lolo Nin’, otras parejas de arrastreros… Pero todos se fueron marchando. La lonja les quedaba lejos«, detalla. He ahí uno de los problemas históricos de la pesca en Gijón: con el muelle del Rendiello situado en lo más profundo de El Musel, el que hasta 1987 la rula se hallase en el puerto deportivo, al final de la calle Claudio Alvargonzález, obligaba a transportar el pescado hasta allí en camiones. Un gasto de tiempo y recursos que, por comparación, a veintisiete kilómetros al oeste, en Avilés, no se daba. Y para cuando, ese mismo año, la lonja se trasladó a su ubicación actual en El Musel, el daño ya estaba hecho.
Sin embargo, ninguna crisis es motivada nunca por un único factor, y el que la actividad pesquera languidezca en la urbe responde a otras razones paralelas. Muchas, de hecho, comunes al conjunto del sector en toda España. De entrada, y como dato fundamental, se debe reseñar la merma de capturas para quienes optan por la pesca artesanal. «Los arrastreros sí que cargan kilos y kilos de peces, pero nosotros, los que vamos al anzuelo, no. Tuvimos años de costeras de xarda buenísimas, pero desde hace cinco años ni la olemos; el marisco también bajó mucho, especialmente el centollo, que antes podíamos defender…«, analiza Álvarez. Sus teorías sobre el por qué de esa reducción son prudentes, pues «no soy biólogo», pero están alineadas con lo que tanto los colectivos ecologistas, como las propias autoridades regional, nacional y europea llevan tiempo alertando: contaminación e incumplimientos de los cupos. «Creo que aquí, en Gijón, todo fue cuestión de la ampliación de El Musel, de los vertidos… Y, luego, la tecnología, que ha multiplicado la cantidad y calidad de los aparejos, y eso, si no se tiene cuidado, hace que se pesque sin control«, afirma.
Semejante panorama repercute directamente sobre el factor humano. Dicho en plata, a pocos peces, poco dinero. «Como las tripulaciones van a la parte, si pescas poco y consigues pocos beneficios, lo que se reparte es una miseria; no da para vivir, ni pagar el gasoil del barco«, sentencia Álvarez. Afortunadamente, por ese lado las ayudas comunitarias y nacionales son un cierto balón de oxígeno. En ese sentido, el presidente de la Cofradía destaca los Planes de Explotación del pulpo y del percebe, actualmente en vigor y que, a mayores, contemplan la designación de varias embarcaciones como guardapescas, para velar porque no se vulnere la ley. Pero ni por esas. «La gente quiere huir del mar, y muchos se quedan porque no sabrían qué hacer con el barco, con los gastos que genera; creo que, si volviesen a subvencionar el desguace de embarcaciones, habría hostias por acogerse a ello«, lamenta. Por eso «no tenemos relevo generacional; el ocle, por ejemplo, sí que da dinero, pero dile a un chaval joven que se pase el verano buceando doce horas para recogerlo. Nadie quiere, y lo entiendo».
Así las cosas, no sorprende que una mayoría aplastante de los profesionales de la pesca esté formada por extranjeros. Sobre todo, por gentes procedentes de África. «¿Dónde trabaja esa gente que viene de Senegal o de Marruecos con lo básico? En los trabajos que los españoles no queremos«, afirma Álvarez. Y cumplen con creces, aunque haya que enseñarles el oficio; él mismo lo ha constatado. «Son muy currantes, y no suelen dar ni un problema, aunque casi ninguno llega habiendo trabajado de esto antes. Hay que prepararlos, cosa que no es difícil, pero en la pesca cada maestrillo tiene su librillo; cambia de barco, cambia de patrón, y te exigirán que hagas las cosas de una forma distinta». Ese aspecto se ve agravado en ocasiones por la barrera del idioma, pero ninguno de esos obstáculos es insalvable. De hecho, la deuda de gratitud del sector con los inmigrantes es hoy inmensa. «Si no fuese por ellos, no quedaría nadie en el agua«, asegura.
Y, a largo plazo, no quedará, teme Álvarez, que se confiesa poco optimista ante la idea de una posible regeneración del sector. «Son demasiadas cosas a la vez, y va a costar mucho hacer esto atractivo; sinceramente, creo que estamos condenados a la extinción«, confiesa, visiblemente apenado. Porque el de apuntalar la pesca artesanal es un tema al que le ha dado miles de vueltas en estos años, sin dar con una solución realmente eficaz. «Creo que, para empezar, habría que establecer más controles. Muchos más«, propone. Su sugerencia es abiertamente impopular entre un segmento no menor de compañeros del oficio, pero es tajante al decir que «no queda otra. Los peces tardan varias generaciones en recuperarse de la pesca intensiva, y luego nos quejamos, pero cuando el bocarte estuvo vedado durante años, una vez reabierta su pesca las costeras fueron muy buenas». De no hacerlo así, y sin una mejora radical de las condiciones de trabajo que multiplique la rentabilidad, la pesca artesanal en Gijón «se va a acabar, quedará para esos pueblecitos como Cudillero o Lastres, que son los que tienen flotas potentes«. En cuanto al consumo masivo de pescado, la tendencia es ya sabida, y no hace falta salir a faenar para identificarla. «Lo aportarán las piscifactorías, o se traerá de China; a los demás nos quedará dar paseos con turistas, y ni eso, porque, como nos van a plantar molinos eólicos, es lo único que podremos enseñarles«.
¿Está la pesca gijonesa, pues, a las puertas de su desaparición? ¿De seguir la suerte de los barcos viejos, y acabar metafóricamente desmantelada en algún dique seco? El tiempo lo dirá, pero las pruebas actuales son de todo, menos halagüeñas. Y un desencantado Álvarez pone la puntilla al asunto. «Aquí no vale hablar del romanticismo de la mar; esto está muy jodido. Y o empezamos a movilizarnos, y pronto, o no sé lo que va a pasar…«.