
La gestión del alcalde con Ciudadanos ha impulsado a la ciudad a unas cotas culturales que Oviedo no había alcanzado en décadas
Ha dicho Alfredo Canteli que en Oviedo no habrá toros. Lo sabe muy bien porque conoce la ciudad que pisa desde el Ayuntamiento. Canteli comprende que la burguesía ovetense, entre funcionarios y comerciantes, financieros y profesores ilustrados, prefiere la gramática en piedra del prerrománico ovetense que la sintaxis dramática de un toro agonizante y ensangrentado. La burguesía de la capital prefiere el olor de los helechos arborescentes de Santullano al olor acre de sudor y mierda de un victorino.
Lo que se les olvida siempre a todos, tanto a los gobernantes de Oviedo como a los gobernantes de Gijón, es el pan. Porque en el discurso oficial, el pan nunca está ni en la iglesia ni en la plaza de toros. Quiere decirse que ni el libertarismo de derechas y católico de Canteli, ni el ecofeminismo de nuevo cuño de Ana González nos hablan nunca del misterio del pan, y así nos va, con planes y fondos que se hacen solubles en universos digitales o en bosque animados, pero en cualquier caso, sin tener en cuenta la distribución de la riqueza, o sea, sin tener en cuenta al obrero y al parado que siguen, sin toros y con catedral, sin poder catar el pan.
Como todo en la vida, en el ocio, la cultura y el entretenimiento, también hay clases, ha venido a decir Canteli, sin entrar en más polémicas o entrando en todas como un miura. Sea como fuere, su gestión con Ciudadanos ha impulsado la ciudad a unas cotas culturales que Oviedo no había alcanzado en décadas. Con el año jacobeo, llega a tiempo para enseñar los 1200 años de piedra y gramática de la Catedral. Oviedo es la apoteosis de un culo, firmado por Úrculo, y la monumentalidad del tiempo de sus iglesias.
El aburguesamiento total de Oviedo está consagrado en su literatura y, mayormente, en una sola novela que remata el siglo. Clarín apuntala la realidad burguesa y convencional, la idea burguesa y utilitaria de la realidad ovetense con la gramática naturalista y romántica de La Regenta, enseñando la paz sombría de los magistrales, el color lluvia de la ciudad y esa temperatura gris que llega tarde para cerrar el XIX. Siempre que camino por Oviedo, pienso que la Ana Ozores plantada ante la Catedral, negra, morosa y mortal, es una mujer preñada, aunque Clarín no tuviera el valor de embarazarla expresamente por el magistral, Fermín de Pas, ni por su amante. Clarín era un escritor realista y burgués conjurado a destruir la moral hipócrita, burguesa y neblinosa que termina, sin pretenderlo, siendo realzada. Flaubert o cualquier escritor de su época la habrían pintado un poco más puta y un poco más preñada, a ser posible, por el cura, para rematar el folletín y abrir las puertas a la novela del siglo XX. Que la Regenta hubiera sido finalmente una barragana habría sido más cruel y revolucionario que cualquier otra cosa. Quizá a Clarín le faltó un Canteli o quizás Canteli es demasiado personaje para un solo Clarín. Quizás el alcalde es lo más ovetense que uno se puede encontrar en Oviedo y merezca otra estatua junto a La Regenta, preñada, eso sí.