Floro no se esconde tras las apariencias. Es lo que vemos. No es hombre de retórica vacía y de lenguaje políticamente correcto, sino que dice lo que piensa y piensa lo que dice
El arzobispo de Canterbury viajó a Nueva York en 1905 y sus secretarios le avisaron de que tuviese cuidado con la prensa norteamericana, capaz de lo más deshonesto para vender más periódicos. Al llegar a Estados Unidos se celebró una conferencia de prensa en el mismo puerto. Uno de los periodistas le preguntó: «¿Qué piensa vuestra eminencia de los prostíbulos de los barrios del este de Manhattan?». El arzobispo quedó perplejo un momento y preguntó: «¿Hay prostíbulos en los barrios del este de Manhattan?». Al día siguiente, la prensa de Nueva York titulaba en primera página: «Primera pregunta del arzobispo de Canterbury al llegar a Nueva York: “¿Hay prostíbulos en los barrios del este de Manhattan?». Puedo entender lo que pensó y sintió el arzobispo porque, como sabrán, algo parecido le ha pasado estos días a Floro, el candidato del PSOE, con el asunto del reglamento de aconfesionalidad del Ayuntamiento.
Decía Kant que la mejor opción política es la honestidad. Pue bien, no es honesto no preguntarle a Floro qué piensa y fabricar una noticia poniendo en su boca palabras que ni ha dicho ni piensa. Tampoco es honesto comentar unas falsas declaraciones a sabiendas para conseguir un crédito político que ya se perdió hace mucho. Si alguien quiere saber qué piensa, que se lo pregunte, porque Floro es un tipo honesto. Tiene las virtudes de los héroes de John Ford: palabra y principios inquebrantables, solidario en tiempos de egoísmo, un hombre tranquilo y de noble carácter al que no le interesan los asuntos mezquinos, pueriles o estúpidos, sino las causas justas y bellas. No se esconde tras las apariencias. Es lo que vemos. No es hombre de retórica vacía y de lenguaje políticamente correcto, sino que dice lo que piensa y piensa lo que dice. Se puede no estar de acuerdo con lo que piensa, pero no se puede desconocer lo que piensa. Algunos aguantan lo inaguantable en política para medrar o permanecer; otros, como Floro, lo hacen porque dieron su palabra. Floro tendría todo el derecho del mundo para hacerse un «Maxim Huerta» y mandarnos a todos al… ya saben. Pero los héroes de John Ford no son así.
Sobre el mal llamado reglamento de laicidad, algunos afirman que las normas están para cumplirlas sí o sí. Los que así piensan no parecen recordar que esta fue la base de la defensa de Adolf Eichmann en su juicio y desconocen que el PSOE es un partido que, por responsabilidad política, es capaz de enmendarse a sí mismo cuando se equivoca, como acaba de hacer con la ley del sí es sí. Desconocen además que la obediencia ciega no te convierte en una persona honesta; todo lo contrario, puede justificar la mayor de las estupideces o de las barbaries. A estos habría que recordarles que lo propio de la democracia es permitir el debate público de la norma y la posibilidad de enmendarla. Sócrates lo expresó bien cuando afirmó que a las normas se las convence para que cambien o se las obedece. Derogar el derecho a disentir, discutir y enmendar es desactivar la democracia misma.
Floro decidió ser candidato a alcalde porque es un creyente: cree en los valores universales de justicia, libertad, igualdad y fraternidad; cree profundamente que no podemos resolver los desafíos de nuestra ciudad si no lo hacemos juntos; cree que tenemos diferentes creencias, diferentes historias, diferentes sensibilidades, pero compartimos las mismas esperanzas y queremos ir en la misma dirección: hacia un futuro mejor para nuestros hijos y nietos; cree en la decencia y la generosidad de la ciudadanía de Gijón. No dejemos que la crispación interesada que promueven algunos nos polarice y nos enfrente. Debatamos sobre los asuntos públicos que verdaderamente nos atañen y nos importan. Hagamos de la honestidad nuestra mejor opción política.