Ayer, un niño de Xixón miró al cielo. Hoy, un niño palestino mirará al mismo cielo. Los aviones que ven podrán ser iguales, sus caras, sin lugar a dudas, serán distintas
La sociedad grita al vacío ante el poder estadounidense, ante el poder israelí. Recuerdo el inicio de la invasión de Vladímir Putin, la movilización de los países, de los líderes mundiales, de los poderes económicos. Rápidamente la condena de la ONU (siete días después de la invasión, 141 votos a favor de la iniciativa), apoyo inquebrantable hacia la población ucraniana, sanciones al país agresor, envío de armamento, partidas económicas para Ucrania. Deportistas sin bandera, prohibición de entrada de responsables rusos en territorio de la Unión Europa, embargo de bienes de oligarcas, restricciones comerciales a la exportación. La respuesta fue sin ningún rubor, acorde a lo que se defendía: los derechos de un país, el territorio de una nación, la sociedad ucraniana y un futuro en donde el poder de un ejército no condicione la seguridad mundial. Podemos, y debemos, incorporar otras motivaciones: tablero geopolítico, negocio armamentístico, modificación de caminos energéticos… porque el mundo, además de batallar por la democracia y el derecho internacional, batalla por el poder y el dinero.
El fin de semana, mientras aviones de combate disfrazados de fiesta surcaban los cielos gijoneses, pudimos leer el bombardeo, por parte de Israel, de una escuela en Gaza. Una escuela, el lugar sagrado de la infancia en donde se reflejan gran parte de los derechos de la misma: Derecho al desarrollo, a la no discriminación, a ser escuchada y al interés superior del niño. Todo eso voló el sábado por los aires, como lleva ocurriendo en Palestina desde el inicio de la guerra con la sombría actitud cómplice del mundo. 14.000 muertos, 14.000 vidas, 14.000 niños que no tendrán mañana. 14.000 pequeños corazones que se han quedado para siempre parados, 14.000 motivos por los que llorar y avergonzarnos. El número de infancia asesinada es parecido a todas las personas que viven en Cimavilla, El Coto y Nuevo Gijón o en Villaviciosa. Tres barrios de nuestra ciudad, todo un municipio asturiano vaciado de mañana, todo un país, Palestina, al que asesinan su futuro. Infancia mutilada por francotiradores, inocencia sepultada por los edificios destruidos, vida iniciada quebrada por metralla penetrante, y el mundo calló al principio, titubea ahora, se avergonzará mañana. Lo que se está viendo en la Franja de Gaza será mirado por la Historia como uno de los grandes fracasos de la Humanidad. Como dice UNICEF, la invasión de la Franja es “una guerra contra los niños”, la primera guerra donde se usa a la población vulnerable para atacar al país. Mientras eso ocurre, Netanyahu es recibido en el Congreso de EEUU, en el Congreso de quien, en otro punto del mundo, lucha por la democracia y el derecho internacional, como si la geografía y los límites espaciales condicionen la batalla y los enemigos.
Treinta muertos, la mayoría mujeres y niños, entre pupitres y pizarras, cadáveres en donde debería haber sonrisas aprendiendo, barbarie justificada por entender, el agresor, Israel, que la escuela era un lugar de centro de mando de radicales de Hamás y arsenal armamentístico. No, no podemos entender lo que ocurre en Gaza como una guerra dentro de las tristes reglas de las barbaries armadas, lo debemos hacer como un genocidio, como un ataque a la población civil, a los hombres y mujeres de la sociedad palestina, a la infancia que lucha por sobrevivir. Masacres en hospitales, en campos de refugiados, en escuelas, negativas a permitir corredores humanitarios, intento de matar por desnutrición, bombardeos indiscriminados, eso es lo que leemos, escuchamos, nos horrorizamos desde hace meses, y cada día cientos de muertos se suman a la vergüenza.
Sin justificar en ningún momento el ataque intolerable de Hamás, provocado en octubre de 2023, debemos hacer memoria de los 56 años de ocupación israelí y 16 años de bloqueo de la Franja en donde según Amnistía Internacional se llevan produciendo confiscación de tierras, asentamientos ilegales, privación de posesiones, discriminación generalizada, despojando a la población palestina de sus derechos fundamentales, todo con el apoyo o la mirada a otro lado por parte de socios israelitas. El ataque del grupo terrorista Hamás el año pasado, con más de mil civiles indiscriminadamente asesinados, puede legitimar, si la violencia justifica la violencia, la primera respuesta israelí (sigo preguntándome cómo es posible que uno de los cuerpos de inteligencia más sofisticados y alabados del mudo fallase de manera tan descarada, cómo un país hizo oídos sordos a los avisos internos y externos sobre un posible ataque. Me pregunto, me pregunto, me pregunto y a veces no quiero ni responderme), pero flaco favor hacemos al mundo si esa justificación de defensa ante el terrorismo, la ampliamos al genocidio, a los crímenes contra la humanidad, a la privación de agua y alimentos a seres humanos de manera intencionada.
El mundo debe condenar a las personas que han cometido crímenes contra la humanidad, sean del lado que sean, proyectar una respuesta internacional para la reconstrucción de Palestina, llevar a cabo una defensa de la solución de los dos Estados, pero sobre todo debe obligar a parar la guerra, ya. Debe haber un alto al fuego inmediato, una mesa de negociación en donde una parte no se sienta apoyada por poderosos, acogedores de criminales en el Congreso. Debemos de dejar de ver escuelas voladas por los aires, infancia abatida por francotiradores, niños y niñas repletos de metralla. Lo debemos dejar de hacer por humanidad, porque la niñez es población vulnerable, porque hay una Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño en donde existe el compromiso a proteger a la infancia de la violencia, la explotación, garantizar su educación y un desarrollo saludable. Convención a la que se han adherido todos los países del mundo excepto uno, EEUU. Un niño que sufre la guerra, si no le roban la vida, le roban la infancia y llenan su madurez de heridas emocionales para siempre. Una niña que sufre la guerra, si no le roban la vida, afectará su desarrollo cerebral, aumentará el riesgo de padecer enfermedades cardiacas, depresión y trastornos de salud mental en su adultez. Una infancia que sufre la guerra, si no le roban la vida, afectará a todo un país y por ende al mundo.
Ayer, un niño de Xixón miró al cielo. Hoy, un niño palestino mirará al mismo cielo. Los aviones que ven podrán ser iguales, sus caras, sin lugar a dudas, serán distintas.
Finalizado este texto, un atentado en los Altos de Golán, a través de un cohete caído en un campo de fútbol y recreo, causa la muerte de doce jóvenes entre 10 y 16 años y una treintena de heridos, y yo me pregunto: qué le pasa a este mundo que busca en la infancia el asesinato del futuro.
yo me hago una pregunta Alberto, yo miro al cielo no, a la tierra…¡y veo niños de Ucrania, niños de Israel, niños de los Altos del Golan muertos¡¡¡ y por bombas de paises dictadores..¿es que eso no se cuenta?¿por qué motivo tanto sectarismo?, y tambien una cosa…me hago una pregunta ¿cuantos de esos niños de Israel los matan bombas fabricadas en nuestro pais y que nuestro gobierno regala?¿por qué no habla de todo?…¿sabe? no solo mueren niños en Gaza y niños que pone un gobierno que parece vd admirar como escudo ¿no es eso cruento?
Soy un firme detractor de los aviones de combate en exhibiciones aéreas lúdicas. Me gustan los aviones, por tecnología, por diseño, por historia…. pero no olvidemos que los aviones que se exhiben principalmente son aviones de guerra, que matan a gente que no tienen nada que ver con las políticas de los gobiernos.
Mi aversión por éstos «festivales» se define por varios motivos.
– Aviones militares que se usan para matar
– Contaminación acústica durante varios días
– Contaminación ambiental. Los aviones y más de combate consuymen ingentes cantidades de combustible y más viniendo de sedes como Zaragoza o Madrid.
– Coste neto del desfile, que nunca se especifica y no debe ser barato…. por ello dudo del retorno a la ciudad.
– Espectáculo muy repetido, casi siempre mismo aviones, mismas exhibiciones.
No me creo que el coste del espectáculo reciba un retorno directo en positivo a la ciudad, y menos haciéndolo anual. Pero la guerra vende.