A los jugadores esporádicos que provienen de otras ciudades les sorprende “la calidad del servicio, el buen estado de los campos y lo poco que se paga”, explica su responsable
Los campos de golf de La Llorea y el Tragamón se están desvelando poco a poco como dos de los secretos mejor guardados de la ciudad de Gijón. Inaugurados en 1994, logran acumular el doble de salidas, como se conoce en el argot a las ‘partidas’, que aquellas registradas en el resto de instalaciones golfistas en el norte de España, con menor tradición por este deporte. Incluso «han llegado a posicionarse como uno de los primeros campos del país en cifras de usuarios», cuenta su máximo responsable, José Luis Fernández.
9 hoyos en el Tragamón y 18 en La Llorea se reparten en las hectáreas de los únicos campos de golf del país de propiedad y administración municipal. El Patronato Deportivo Municipal gestiona y mantiene en su totalidad la intensa actividad de ambos centros deportivos, algo que no ocurre en ninguna otra localidad del país. Estos acogen más de 50 competiciones, una escuela infantil, además de contar con campeones de España y del mundo paseando por sus greens, porque “ni el golf es un deporte para pijos ni consiste solo en ver a Jon Rahm por televisión”, zanja el Jefe de Instalación en los campos.
Es más; detrás de “los torneos, las banderas y los apretones de mano a jugadores” en los días de celebración que se viven dentro del golf gijonés, siempre está presente el equipo de mantenimiento de dos instalaciones municipales caracterizadas por su “inestabilidad” frente al clima. Son “los desconocidos dentro de un deporte que es el gran desconocido en la ciudad” y a quienes en muchos casos se les considera ausentes. “Lo que no se ve parece que no se hace, a pesar de que nada más lejos de la realidad”, cuenta Fernández. Se busca “molestar lo menos posible” al usuario y respetar el componente natural que tienen los campos como instalación, porque al final “son un ser vivo”.
El hecho de practicar el deporte al aire libre lo ha convertido en predilecto para muchos tras la pandemia, unido a que su práctica es “muy técnica” y eso “engancha”. Mucho mimo y accesibilidad para todo el mundo parecen haberse convertido en claves de un éxito que ya es constatable, y en ello los precios juegan un papel clave.
Cualquier persona que quiera abonarse en los campos de golf gijoneses debe hacer tres pagos. El primero es una cuota inicial de inscripción que alcanza hasta los 150 euros. A ello le sigue un pago mensual con el que se mantiene el abono, cuyas tarifas oscilan entre los 11 y los 58 euros, y por último están las salidas, que se cobran según el momento de la temporada (meses de temporada alta o baja) y por la cantidad de hoyos que se quieran jugar. Pueden ser 9 (3,50€) o 18 (4,80€) y se traducen en partidas de dos a cuatro horas de duración.
Al margen están aquellos abonados temporales que utilizan las instalaciones durante períodos más breves de tiempo, desde un par de semanas seguidas hasta un mes, o aquellos espontáneos que acuden a probar un día. El caso es que aún así, en cualquiera de esas situaciones, ninguna tarifa en los campos gijoneses tiene comparación a las cifras que manejan por el sur, donde rondan los 200 euros solo en cada salida. No es de extrañar que los abonados o jugadores más fugaces que provienen de otras ciudades se queden boquiabiertos con “la calidad del servicio, el buen estado de los campos y lo poco que se paga”, comenta Fernández.
Y tampoco sorprende el crecimiento paulatino en el número de abonados que han experimentado las dos instalaciones desde la pandemia. En 2023, ambas sumaron la visita de 51.240 usuarios, una subida que parece no repetirse en el resto de campos privados de la región. “Por eso ahí entran en juego las tarifas tan bajas y su titularidad pública”, argumenta el responsable.