Pasan los meses y esas queridas personas siguen tatuadas en fachadas conocidas: Concha «La Guapa», Rambal, Olvidín, Rita «La Mona», Manolo «Perejil», Chaoyo Wei, Ángela «La Prina»…
En un largo paseo con olor a mar. Pisando las estrechas calles de Cimavilla, puede nuestra pupila encontrarse por sorpresa con unas viejas paredes que cuentan las historias de un barrio arropado por el carisma y perfumado en un pasado con desconchones y herrumbre, sardinas y tabaco.
Hablan las paredes gracias al engrudo, al ritual de una noche electoral y a unas fotos con alma de papel pintado. Recobran su protagonismo algunas de las vidas que hollaron Rosario, Atocha, Fuerte Viejo, El Ronchel, La Cabaña o el Cine Brisamar. Lo hacen con la inestimable ayuda de La Casa de la Memoria que pone su mirada en nuestra mirada. La de unos rostros, ojos, sonrisas, narices que respiraron esa Cimavilla canalla de zambra y purito, «en la que siempre era domingo». Ese barrio alto de alpargata gastada y poques perres. La Casa de la Memoria es una maravillosa iniciativa nacida en la cabeza de Anina Hood (arquera justiciera, con buena puntería). Anina comenzó su historia de amor con el barrio a los dieciséis años, hoy demuestra que la llama no se extinguió. Es este un proyecto creativo y de participación vecinal que relata la historia del universo playu con una labor procelosa.
El trabajo del puerta a puerta, el de la conversación pausada, el del recuerdo ofrecido por los farolillos del chino, algunas fotos gastadas o las nasas rescatadas en un trastero. Aparecen de nuevo los personajes que vencieron a la indiferencia en otras décadas, desafiando esta vez a la lluvia y al viento. Pasan los meses y esas queridas personas siguen tatuadas en fachadas conocidas: Concha «La Guapa», Rambal, Olvidín, Rita «La Mona», Manolo «Perejil», Chaoyo Wei, Ángela «La Prina»… Siguen con nosotros debido al empeño de Anina, la Asociación de Vecinos «Gigia» y las maravillosas «vándalas». Aliadas e integrantes de La Casa de la Memoria, amables «huestes» dispuestas a no dejar recovecos para el olvido. Luchadoras, defensoras de la memoria del salitre, prometen no caer en brazos de la flaqueza y yo creo en su determinación.
Son herederas de Ángela «La Prina» y solo hay que dejar correr al reloj, fijar la vista en su imagen (al fondo en Atocha) para saber que un cigarro en la boca, una merluza en la mano, unos pies descalzos y la mirada profunda de «La Prina» te dicen que el respeto no se compra con dinero.
«El olvido no es victoria
sobre el mal ni sobre nada.
Sí es la forma velada
de burlarse de la Historia.
Para eso está la memoria,
que se abre de par en par
en busca de algún lugar
que devuelva lo perdido.
No olvida el que finge olvido
sino el que puede olvidar»
Lo escribió Mario Benedetti, hace ya algunos años. Y el uruguayo bien podría haber nacido en el Callejón de Las Fieras o el Boquete de los Peligros
Es de agradecer, que alguien se acuerde de las personas ,que en su tiempo fueron importantes para el barrio y en el barrio , se agradece que desde esta columna ,que aún no siendo la de Durruti , si parece ser la de otro ágil furtivo toreando al Sheriff de Nothingam … 💪🤘👍