A la espera de que Supercash transforme el edificio en su segundo supermercado en Gijón, los vecinos denuncian el «estado de abandono» del complejo, que temen que pueda convertirse en un foco de vandalismo y venta de drogas
Son poco más de ochocientos metros los que acotan el tramo urbano de la avenida de Oviedo, desde su entronque con las calles Dolores Ibárruri y Velázquez, en su extremo noreste, hasta la glorieta que da acceso a Salvador Allende y, un poco más al sur, a la AS-II, donde empieza su segmento rural. A primera vista, puede parecer una distancia conta, pero suficiente para contemplar una de las zonas de Gijón que más se ha desarrollado en menos tiempo. Así es; en la orilla noroeste de la carretera, los bloques de viviendas de Nuevo Gijón, perfectamente alineados y aún impolutos, destilan una imagen de progreso, de modernidad, de posibilidades… Lo mismo puede decirse del lado sureste, donde las promociones inmobiliarias, levantadas en torno a amplias calles y tapizadas de ‘zonas verdes’, sintetizan el progreso que esa área periférica, deshabitada hace no tanto, ha experimentado en cuestión de pocos años. Sin embargo, algo quiebra la armonía de esa imagen; el ‘algo’ que se yergue sobre los números dieciséis y dieciocho de esa avenida. Un recinto grande, en otro tiempo poblado de actividad y ahora clausurado, de historia archiconocida y presente dudoso. Es la antigua nave de Vauste, último nombre de la fábrica nacida en 1965 como Amortiguadores Bulnes, y que hoy, a la espera de que el grupo Supercash consume su transformación en el que será su segundo supermercado a por mayor local, exaspera a los vecinos por su estado de abandono y por el vandalismo que padece.
«Es lamentable; no se puede tener esto aquí en semejante estado«, suspira, indignado, Ángel Pérez, vicepresidente de la Asociación Vecinal de Santa Bárbara. El aspecto exterior que ofrece el complejo, llamado ‘nave’ pese a que incluye tres edificios en otras tantas parcelas, ayuda a comprender su malestar. La vegetación prolifera libre entre los adoquines de los aparcamientos, y las fachadas que dan a la avenida de Oviedo lucen grandes grafitis. Dos grandes palmeras, de aspecto descuidado, crecen a ambos lados de la puerta principal, dándole una apariencia que podría pasar por un decorado de ‘Jurassic Park’, y aquí y allá, en las esquinas y rincones exteriores, se acumulan la basura, los escombros y los restos vegetales, el residuo de las labores de poda de los setos perimetrales. Con todo, las escenas que más inquietan a Pérez y a sus representados se hallan en la parte posterior. Ventanas rotas y desmontadas, vallas desmanteladas, óxido y grasa en los muelles de carga, un conato de vertedero irregular… De debajo de un portón mana, en forma de delgado hilo líquido, una sustancia oleosa que a Pérez le hace torcer el gesto; una reacción parecida a la que tiene cuando señala los cuadros eléctricos vaciados, los fragmentos de uralita dispersos por el suelo, los trozos de tuberías y palés… Y la nota pintoresca: de uno de los cables del tendido eléctrico pende un par de zapatillas de deporte atadas por los cordones, una ‘decoración’ a veces asociada a la delimitación de un punto de venta de drogas.
La propia Policía Nacional llama a la tranquilidad sobre ese último punto, a no ser alarmistas y a acudir al 091 o al 112 en caso de detectar alguna actividad sospechosa. Pero los lugareños no están tranquilos; y no tanto por la posible existencia de un negocio de estupefacientes, sino por todo lo demás. Quienes residen en las cercanías, y que prefieren mantenerse en el anonimato, aseguran que desde hace tres meses, «cuando cerró la empresa de fachadas García Rama», la nave de Vauste se ha convertido en un reclamo jugoso para los saqueadores. «A las once y media de la noche empieza el circo: camioneta arriba, camioneta abajo… Vemos a gente meterse dentro, y ya se han llevado las ventanas de la parte de atrás, las tapas de las alcantarillas… Están haciendo un desbarajuste importante», afirman dichos testigos. Eso, sin contar la presencia de materiales peligrosos, fundamentalmente uralita, cuyas láminas «se llevan sin ningún cuidado, pese a que es cancerígeno». De ahí que la petición en el poblado de Santa Bárbara sea unánime: que, hasta que Supercash comience las obras de demolición, «todo eso sea vallado y vigilado, para que no haya ni sustos, ni desgracias».
El criterio de Pérez no se aleja en absoluto de lo expresado por sus convecinos. «Entendemos que se trata de una propiedad privada, y que ni el Ayuntamiento, ni el Principado, pueden hacer mucho, pero algo de margen habrá… El aspecto es bochornoso«, reclama. Algunos de los efectos se han hecho notar en las actividades cotidianas del barrio. Por ejemplo, el descuido por lo que respecta a la vegetación perimetral. «Hasta que podaron, las ramas y hojas de los setos invadían la acera; llegó un punto en que era muy complicado pasar si llevabas un carricoche, o si ibas en silla de ruedas«, acota el vicepresidente vecinal. Afortunadamente, esa cuestión ya fue subsanada, aunque poca gracia ha hecho que los desechos de esa limpieza se hayan arrojado al aparcamiento, a la vista de todo el mundo. Y ese detalle se suma los de las pintadas, el óxido y demás problemas, en una zona que todavía tiene margen para desarrollarse. «A veinte metros tenemos viviendas nuevas. ¿Qué imagen se está dando? Hay que cuidar un poco todo esto o, al menos, ponerle un cierre hasta que se sanee, para que no haya vía libre, ni lo conviertan en el vertedero que es».
Nada ocurre porque sí, desde luego, y la historia de lo que terminó su andadura como Vauste permite comprender a la perfección cómo y por qué se ha llegado a este punto. Poco después de constituirse en 1965, Amortiguadores Bulnes adquirió una licencia para producir las célebres suspensiones Armstrong, marca que en la década siguiente fue adquirida por Ford, en una operación que, de hecho, terminó con la absorción de la empresa gijonesa por parte del gigante norteamericano en 1975. Comenzaron así los ‘años dorados’ de dicha industria, marcados por la compra de Armstrong por la multinacional Tenneco en 1989, lo que supuso el inicio de la fabricación de las amortiguaciones Monroe, nombre por el que aún hoy es conocida la planta entre extrabajadores y vecinos. A comienzos del nuevo siglo la plantilla rozaba los cuatrocientos profesionales, un punto álgido desde el que, no obstante, comenzó la decadencia. Ante la falta de inversiones, en 2013 un primer aviso de cierre de la factoría inició una batalla legal que se saldó con la compra de la misma, en 2016, por el fondo alemán Quantum Capital Partner, y por su rebautismo como Vauste. Nada de eso logró frenar la decadencia; en 2019, Quantum traspasó la empresa a otro fondo, DSA; el mismo que, en 2020, la declaró voluntariamente en concurso de acreedores. Por fin, el 31 de octubre de 2021 Vauste apagaba sus máquinas para no volverlas a encender jamás; para entonces, su personal se reducía a 126 trabajadores.
Desde entonces, el recinto ha ido languideciendo, víctima del paso del tiempo, de la falta de cuidados y del vandalismo. Ahora bien, las secuelas de la actividad allí desarrollada todavía se hacen notar. Tras décadas dedicada al uso de materiales tóxicos en procesos como el cromado o el pintado de los amortiguadores, la entrada en el recinto permitió descubrir un panorama espeluznante: miles de litros de productos químicos almacenados sin tratar, balsas de lodos, un subsuelo altamente contaminado… Ángel Pérez fue uno de los que, por aquel entonces, entraron en el complejo. «Encontraron tres puertas metálicas cerradas con candados y, dentro, pequeñas balsas que deberían haber llevado a centros de tratamiento«, rememora. El Principado tomó cartas en el asunto, y a finales de 2023 inició un programa de limpieza que terminó en febrero de este año; fruto del mismo se retiraron más de 380 kilos de residuos, y se bombearon 90.000 litros de agua contaminada. La labor dio sus frutos, pero no palió completamente el problema; a día de hoy, la principal balsa tóxica continúa ahí, inaccesible, afectando al acuífero que alimenta la cercana fuente de Mortero. Su caño sigue clausurado, y en su último control de calidad la Empresa Municipal de Aguas (EMA) todavía detectó valores de tetracloroetileno y tricloroetileno incompatibles con el consumo. Cada vez menores, cierto, pero aún presentes.
Por suerte, el futuro de esas tres parcelas parece estar ya más o menos despejado. El pasado octubre Supercash se impuso a la otra aspirante, Saltoki, y desembolsó 3,6 millones de euros, casi un millón menos que su propuesta inicial, para hacerse con la propiedad de las parcelas, a través de una de las empresas que integran el grupo. Con una parte de ese montante destinado a pagar las tareas de descontaminación que todavía están por ejecutar, en el horizonte está un plan de intervención que implica la demolición de los edificios, la limpieza de los químicos restantes, el bombeo de las aguas tóxicas que continúan en la balsa principal y, finalmente, la construcción del futuro negocio. La previsión de la cadena de supermercados mayoristas es que el nuevo recinto abra sus puertas en 2025, complementando el ya existente en La Calzada. Es más, ante el silencio de la propia Supercash, fuentes autorizadas consultadas por miGijón aseguran que los primeros trabajos empezaron este mes de marzo, si bien este punto no ha podido ser confirmado. Por el momento, en el Ayuntamiento de Gijón no constan solicitudes de licencias de obra para acometer la demolición, el primer paso del plan.
En cualquier caso, se trata de un margen temporal excesivo para un vecindario harto de que la Vauste degrade su imagen general… Y pueda degenerar en actividades mucho peores. «Sea de quien sea la responsabilidad, están dejando que esto parezca Chernobyl«, sentencia Pérez. «Todo lo que esta empresa hizo lo seguimos acarreando hoy, nadie les exige nada a los propietarios. Eso no es justo, y queremos soluciones«.