Se dibujará el inicio del fin de nuestras fiestas, una Semanona que llenó Xixón como nunca para disfrutar como siempre, una Semanona entre casetas que no son nuestras, pero asumimos con docilidad desconocida, y calles para compartir espacios, aunque busquen privatizarlos de consumo monetario
En la noche del 14 de agosto, el próximo miércoles, todos los gijoneses miraremos el cielo, unos contemplando como la arena se disfraza de cristales policromados y en la mar florecen palmeras amarillas, otros, aquellos en la diáspora, recordarán, allá donde estén, sus orígenes, de dónde vienen, de lo qué son, y, por último, muchos miraran la oscuridad rota por los silencios, pensando en sus personas queridas que no están.
No quiere ser este un texto triste, pues Xixón es alegre en este agosto inacabado, pero si quiere tener una parte para recordar. Quiere recordar a todas aquellas personas que no están con nosotros, que se han ido dejando tras de sí una vida que llenó de diferentes colores a amistades, parejas, familiares o compañeras, porque los colores son distintos en función de los ojos que los miran, que surtieron de sonido a quien estuvo a su lado, pues la belleza de la vida está en sus innumerables estilos musicales que la acompañan, y también, porque no decirlo, como los Fuegos, pudieron provocar humo durante su caminar, porque raro es que alguien, para todas las personas, siempre, sea luz. Todos, en la pérdida, tenemos vacíos que no se llenarán, que formarán parte de nosotros durante el resto de nuestra existencia, ese huequecito en la tripa tan bien reflejado en el cuento ilustrado de Anna Llenas (a quien me lo haya dejado hace un tiempo en el despacho, de manera callada, anónima, muchas gracias) que no se rellenará nunca, se podrá reducir, podrás convivir con él como parte de un cuerpo nuevo, distinto, diferente, pero siempre estará. En la mano de cada uno se encuentra la posibilidad de usar la capacidad selectiva que tiene la memoria para no completar la vida con silencios ni ausencia de colores, para usar las ventanas que ofrecen los recuerdos y asomarse a mirar la vida policromada y repleta de sonidos compartidos en la distancia, que no en el olvido. La noche de los Fuegos en Xixón, como las Navidades, cumpleaños u otras fechas, nos sirven para ver la fragilidad de la vida en la alegría, nuestra efímera existencia en veintidós minutos de luces y estruendos, nuestro caminar siempre con final establecido.
Manteniendo esta línea de recuerdos y de ausencias, quiero echar la mirada atrás, hace tan solo cuatro años, una primavera de 2020, una pandemia, un virus, una realidad que no debemos olvidar, unos Fuegos que no existieron, pero, en este caso, no voy a llevar las líneas hacia quienes no están, sino hacia aquellas personas que permitieron que todos estemos. No se nos debe olvidar nunca que para que el mundo siguiera girando hubo profesionales que estuvieron ahí, a nuestro lado, arriesgando su salud frente a un virus desconocido para que lo esencial continuara moviéndose. Las ocho de la tarde era el momento de aplaudir al personal sanitario que tanto hizo por la vida, que tanto luchó por la vida, que tanto lloró por la vida. Las ocho de la tarde era el instante en donde el mundo, a través de un sencillo gesto, agradeció a ese sector básico, primera línea de combate en una batalla que ganamos, pero dejando tras de sí demasiadas víctimas, su enorme labor. Además de sanitarios y sanitarias debemos recordar a repartidoras de productos esenciales, ganaderos, agricultoras, dependientes, cuerpos de seguridad… todas esas personas que, con el desconocimiento de lo nuevo, pero con el sentido de solidaridad que poco a poco diluimos, arriesgaron su vida porque la vida siguiese. Ahora, al pensarlo, quizás se debe reivindicar con más fuerza ese momento, ese aplauso colectivo con el que tanto gritamos como sociedad, ese gesto que nos hacía humanos en la deshumanización, quizás se debería volver a realizar cada año, como señal de recuerdo para todas las personas que lucharon por nosotros, quizás cada 1 de marzo, fecha de inicio de la pandemia en España, habría que hacer un llamamiento a la sociedad para que volviera a salir a las ventanas, a las ocho de la tarde, a aplaudir a quien luchó por lo que somos, a no olvidarnos nunca que la solidaridad es fundamental para seguir creciendo. Ahí lo dejo para quien lo recoja, ahí lo dejo para no olvidar.
Pero, como dije al principio, Xixón en agosto no es triste, y en la noche de los Fuegos menos. La gente, durante la tarde del 14, abarrota la calle agarrada a una sonrisa, los bares se llenan de gijonesas y foráneos para disfrutar de la diversión que continúa, generalmente, con una cena en alguno de nuestros buenos restaurantes o sidrerías para, al terminar, pues las tertulias entre sidra se prolongan en exceso, ir corriendo a coger sitio en el paseo marítimo o en la arena húmeda de San Lorenzo. Los enamorados, tras el sonido que anuncia la llegada del color, se agarrarán de la mano o de la cintura, las amistades mirarán las figuras luminosas y comentarán o reirán sobre lo visto, la infancia se subirá a los hombros de sus padres o madres queriendo estar más cerca de los cielos, los pisos del paseo apagarán sus luces, los barcos, esperando en la bahía, pondrán la nota de luz entre las aguas, los mayores seguirán sentados en los bancos y poyetes del paseo, como estaban esperando mucho tiempo antes, pues las piernas no podrán con el peso, pero la ilusión sí puede con la edad. Todos buscarán en el cielo las figuras que leyeron en la prensa, el ritmo que tanto decían las palabras, probablemente verán una parte ínfima de lo explicado, criticarán al viento por ser un vago, opinarán del espectáculo pirotécnico porque, manteniendo nuestra vena crítica y reivindicativa, aunque intenten amansarnos con la docilidad contemporánea que nos rodea, los gijoneses sabemos y opinamos de todo, y más de los Fuegos. Después, al finalizar con la traca final, nos iremos de nuevo a las calles, a las heladerías, a las nuevas modas de yogures congelados, a los bares para compartir momentos, a los paseos para compartir espacios, hablaremos de lo visto, preguntaremos dónde seguir la noche, comentaremos del ayer y del mañana repletos de alegría. También, como no, habrá las decepciones amorosas, tan bien narradas en el poema de Rodrigo Olay, los enfados sin saber por qué llegaron, las lágrimas provocadas por el alcohol mal tomado, los abrazos que no se recordarán mañana, porque en la noche caben muchas cosas y en agosto, un día 14, en Xixón, la luminosa oscuridad se alarga.
El día siguiente amanecerá para movernos amarrados a un meñique con la Danza Prima, ese baile ancestral que refuerza lazos. Lo haremos en la arena o, como será este año, en el Náutico, al golpear el Muro una marea tan viva como nuestra ciudad. En esa unión de los presentes se dibujará el inicio del fin de nuestras fiestas, una Semanona que llenó Xixón como nunca para disfrutar como siempre, una Semanona entre casetas que no son nuestras, pero asumimos con docilidad desconocida, y calles para compartir espacios, aunque busquen privatizarlos de consumo monetario. Una Semanona de la que sentirnos orgullosos por ser como somos, por sentirnos gijoneses y gijonesas, por criticar los Fuegos y renegar de los vientos, por disfrutar de la verbena de Begoña, por utilizar el Muro para pasear en donde, de nuevo, cada día, hay coches humeantes, por ser alegres norteñas, nobles, cercanas, acogedores en la noche de todos y de todas. Para terminar, en estas líneas, quiero dar las gracias a todas aquellas personas que han hecho posible esta semana y los Fuegos que ya llegan, desde las que montan los escenarios hasta las que nos protegerán y velarán en la noche del color, desde las que programaron cada día hasta las que harán que, a la mañana siguiente del ayer, nuestras calles vuelvan a estar impolutas para disfrutar de ellas, desde la parte política, son fiestas donde se acomodan las discrepancias entre los colores del cielo, a una parte técnica repleta de excelentes profesionales.
Hasta el próximo 14 de agosto, hasta los próximos Fuegos.
Allá donde estés, siempre serás color.