La burocracia ahoga y desanima a asociaciones y comisiones de festejos que lo pasan “mal” para afrontar los gastos y requerimientos que “cada año son mayores”
Las fiestas de prao son una tradición imprescindible del verano en Asturias. Entre los meses de junio a septiembre se cuentan por decenas las celebraciones organizadas por las asociaciones de vecinos y comisiones de festejos de los barrios y parroquias rurales de Gijón que trabajan para que esta costumbre tan nuestra, no se pierda. Sin embargo, organizar un programa con carpa, orquesta, romería o una barraca, se ha ido complicando año tras año.
El endurecimiento de los requerimientos -permisos, seguros o medidas de seguridad e informes técnicos- que trajo consigo la entrada en vigor hace cinco años la nueva instrucción municipal 4/2018, ha puesto las cosas cuesta arriba para muchas asociaciones que se quejan de que “cada año piden cosas nuevas”. Y razón no les falta: los documentos e informes técnicos superan la decena: desde la autorización del propietario del terreno donde se va a celebrar la fiesta a la descripción del programa de las fiestas, un plano a escala que indique la ubicación de las carpas, escenarios y demás infraestructura, un seguro de responsabilidad civil, un plan de emergencias, un acta firmada por un técnico que garantice el cumplimiento de las medidas de seguridad o un certificado de correcta realización del montaje hasta un certificado de un electricista sobre la correcta instalación eléctrica. “Por un lado, estoy a favor de la seguridad pero por otro, entiendo que haya gente que se desmoralice y algunas fiestas no sigan”, dice Eduardo Alcázar, presidente de la asociación socio cultural Nuevo Caldones. En general, asociaciones y comisiones de fiestas echan en falta “ayuda y más de implicación por parte de los técnicos del ayuntamiento”, lamenta Jackeline Trabanco, miembro de la comisión de fiestas San Julián de Lavandera, sobre todo para “ayudar a la gente que quiere que en su pueblo se celebre una fiesta y no sabe cómo afrontar toda la parte burocrática”. Desde la asociación de festejos El Carmen de Llantones, también se han encontrado con este “vacío” durante el proceso de tramitación de los permisos y el retraso en concederlos. “A nosotros la autorización para hacer la fiesta nos llegó dos días antes, con todo contratado y montado, llegamos a dudar de si llegaríamos a celebrarla, se pasa muy mal ”, cuenta Belén Valdés que reconoce que “hay momentos en que te preguntas si el esfuerzo merece la pena pero te reconforta cuando ves a la gente reunida el día de la fiesta”. ”
“Es desproporcionado aplicar los mismos criterios de seguridad en las fiestas grandes que en las pequeñas”, Eduardo Alcázar, fiestas de Caldones
“Tienes la sensación de que quieren cargarse las fiestas de los pueblos”, Belén Valdés, fiestas de Llantones
Jackeline en Lavandera, Belén en Llantones y Eduardo en Caldones. Durante los días en que se celebra la fiesta son uno más, haciendo una tortilla de patata, cortando pulpo o echando un culín e sidra pero semanas e incluso meses antes, son quienes se ocupan de gestionar toda la burocracia previa necesaria para conseguir autorización para organizar la fiesta. Algunos llevan ya unos años al frente de sus respectivas asociaciones o comisiones, otros cogieron el relevo de mano de vecinos que se hicieron mayores y lo dejaron “por cansancio”.
“En Llantones somos unos 15 los que formamos la comisión pero los días previos a la fiesta llegamos a ser 40”, cuentan. “Llevamos 24 años organizándola los mismos y a su vez, antes, nuestros padres. Es algo que nos han inculcado”. Hasta que llega el momento en que la sidra corre y los vecinos se reúnen en el prao, son muchos los desvelos, trámites y preocupaciones. “Cuesta mucho sacar esto adelante porque todos trabajamos, tenemos niños y esto es un extra en tu día a día”, explica Belén Valdés, “ y luego todo el tema de los permisos cada vez se nos esta poniendo más cuesta arriba a todos”. El motivo de tanto desvelo tiene nombre y largo: Instrucción 4/2018 sobre tramitación de los expedientes administrativos de autorización para la celebración de espectáculos públicos o actividades recreativas de carácter extraordinario. Es la normativa en vigor aprobada por el Ayuntamiento de Gijón hace 5 años, cuya lista de requerimientos para conceder el permiso para organizar una fiesta es también larga y difícil de comprender especialmente para quien no esté ducho en asuntos de burocracia. “En nuestro caso estamos acostumbrados a gestionar papeleo”, explica Jackeline Trabanco, vicepresidenta de la comisión de fiestas San Julián de Lavandera, “pero entiendo que para una persona mayor que no trabaja con ordenadores y vive en la zona rural, seguramente sea un problema”.
El repaso a la documentación requerida, marea: para conseguir el ansiado permiso es necesario presentar autorización del propietario del terreno donde se vaya a celebrar la fiesta o permiso de ocupación de espacio público. Junto a una descripción del programa de las fiestas, han de adjuntar un plano con la situación de carpas, escenarios y demás infraestructuras. Luego están los seguros: el de responsabilidad civil, cuya cuantía irá en función del aforo, un plan de emergencias firmado por un técnico, un acta que garantice que no se va a deteriorar el terreno y que se van a cumplir todas las medidas de seguridad y protección del espacio, certificado de correcta realización del montaje y un electricista sobre la correcta instalación eléctrica.
Las atracciones de feria, camiones escenario y las también deben contar con certificado… y hasta los tiovivos tienen que tener la documentación de inspección técnica sellada por Industria. A esto hay que añadir que si se venden alimentos, hay que cumplir con lo establecido en la instrucción municipal de mercados de venta ambulante. En caso de que en las fiestas se dispare algún tipo de artilugio de pirotecnia, los requerimientos dependerán de los kilos de pólvora que se quemen. Los condicionamientos son los mismos para todas las fiestas independientemente de su tamaño, algo que desde las parroquias ven desmedido. “Creo que la búsqueda de seguridad en los eventos grandes es desproporcionada a la hora de aplicarla a los pequeños”, señala Eduardo Alcázar, de Caldones. Cuando toda la fase del papeleo se ha superado, llega la incertidumbre de esperar a que llegue el permiso, en muchos casos, a sólo unas horas de que empiece la fiesta. “Nosotros nos empezamos a poner nerviosos cuando 15 días antes de la fiesta vimos que algunas no salían adelante. Con todo contratado, las inversiones hechas nos llegamos a preguntar: y si no puedo hacer la fiesta, qué va a pasar?”, cuenta Jackeline Trabanco, de Lavandera. El permiso les llegó dos días antes.
Vuelta a lo tradicional: fiestas más pequeñas para evitar la masificación
“El esfuerzo invertido te compensa cuando ves a la gente reunida el día de la fiesta”
Los tiempos de las multitudinarias fiestas de prao con miles de asistentes han ido cambiando con la nueva normativa y muchas han reducido su tamaño para poder sobrevivir. En Caldones, ese giro se produjo en 2019 cuando la asociación cultural Nuevo Caldones se hizo cargo de la organización. “Quisimos darle un cambio y volver a algo más tradicional y menos masificado”, cuenta Eduardo Alcázar, su presidente. El núcleo de la organización son unas veinte personas, “todos gente joven, matrimonios de entre 30 y 40 años”, cuenta.
“Aquel modelo nos parecía muy arriesgado en las circunstancias actuales. Es jugarte muchísimo esfuerzo y dinero y que se pueda ir todo al traste porque de repente un día te llueva”, explica Alcázar. Les ha ido bien, tanto que con lo que “ahorran” en El Carmen, están recuperando la fiesta del patrono San Vicente Mártir, que se celebra en enero. “Cambiamos del prao al asfalto, hemos ganado en seguridad, viene menos gente, pero la de la parroquia acude igualmente”. En Lavandera describen también la incertidumbre asociada a la meteorología, sin ir más lejos, ocurrió este año.
“Pillamos un gran disgusto cuando empezó a llover el sábado justo cuando la gente se acababa de sentar a cenar. Cuando ves que por algo ajeno a ti se puede estropear la fiesta, te preguntas si mereció la pena”, cuenta Jackeline Trabanco. “Son muchas horas de trabajo y no dormir pero cuando veo a la gente feliz que lo está pasando bien, se me olvida el cansancio”. Ese espíritu, el de conseguir reunir a los vecinos y ver su pueblo unido, aunque sea una vez al año, es compartido en todas las parroquias, también en Llantones. “Hay un momento en que te preguntas para qué hago yo esto y piensas en tirar la toalla”, confiesa Belén Valdés. “Luego cuando el pueblo te lo agradece, y nos dice que vaya moral que tenemos, te sientes reconfortado”.
Entre los meses de junio a septiembre se celebran en Gijón 34 fiestas. Pesadillas burocráticas aparte, hay un factor que condicionará su supervivencia: el relevo generacional. En muchas de las que hoy se mantienen vivas, los jóvenes han cogido el relevo en las comisiones organizadoras, si bien la realidad es que, tal y como reconoce Trabanco, en los pueblos falta gente joven. “Para que las fiestas sobrevivan, han de darse las dos circunstancias, que quede gente mayor y que esta involucre a los jóvenes, cosa que en muchas parroquias está empezando a faltar”.