Decenas de vecinos, apoyados por miembros del PSOE, IU y Podemos, se concentran ante la instalación abandonada para exhibir su rechazo a una demora cuyas consecuencias, en forma de basura y riesgo de desprendimientos, sufren los ciudadanos
«Estamos cansados, hartos; uno tiene la sensación de que esto se empantana y no avanza». Carlos Arias, presidente de la Asociación Vecinal ‘Alfonso Camín’ de La Calzada, se permite ese desahogo combinando en su tono notas de hastío y enfado, mientras, paraguas en mano, señala con un dedo la mole grisácea y descuidada de la nave de Flex. Es miércoles; este miércoles de hecho. A las cinco de la tarde. Un día de color plomizo y llovizna persistente. Contra semejante decorado, que la casualidad convierte en oportuno para la ocasión, el mastodóntico edificio descolla sobre los inmuebles de viviendas que lo rodean, amenazante con su fachada desconchada, sus aleros erosionados, la vegetación que puebla sus ventanas y pasarelas… Un aspecto lógico a la vista del estado de abandono que este equipamiento, otrora uno de los motores industriales de Gijón, padece desde que, en 2001, la empresa decidió trasladar la producción a Bilbao. En estos veinticuatro años, las peticiones de los lugareños para que el complejo sea demolido, y la parcela, saneada, se han sucedido, aunque sin obtener resultados tangibles por ahora. Por eso ayer, incapaces de soportar más la imparable degradación de la nave y de su entorno, varias decenas de vecinos encabezados por Arias, reforzados por la Federación de Asociaciones Vecinales (FAV) y apoyados por representantes de los grupos municipales del PSOE, de Izquierda Unida (IU) y de Podemos, se concentraron en las inmediaciones para, pancartas y consignas al frente, exigir al Ayuntamiento soluciones definitivas… E inmediatas.
Los antecedentes políticos recientes han contribuido a alimentar esa percepción colectiva de desamparo arraigada en La Calzada, y Arias no duda en hacer de guardián de la memoria de esa frustración. «El año pasado nos dijeron, primero, que iban a derribarla en abril; luego, que se haría antes del verano; después, que se consumaría a lo largo de 2024; más tarde la alcaldesa, Carmen Moriyón, habló de este enero; hoy vuelve a sonar el verano… Es una postergación tras otra, así que… ¿Cómo no vamos a desconfiar del Gobierno local?», clama. Desde luego, la situación no es sencilla, toda vez que el edificio, aunque ruinoso, tiene un dueño: el Grupo Flórez, que tomó el control de los terrenos tras la partida de Flex, escriturándonos a nombre de la promotora Construcciones Llorente. Negociar con tales actores nunca es fácil, cosa que Arias y los suyos entienden. Pero la capacidad de comprensión tiene un límite, y la sucesión de promesas incumplidas exacerba los ánimos. Máxime a tenor de que los presupuestos municipales para este año reservan una partida de 890.800 euros para costear la demolición… Eso sí, por el momento no hay nada licitado.
«El tiempo de las palabras se ha agotado; o nos la tiran, o seguiremos luchando»
Carlos Arias, presidente de la Asociación Vecinal ‘Alfonso Camín’
«Eso es lo que nos falta: hechos. Queremos que se pase de las palabras a las acciones, al negro sobre blanco«, recalca el líder vecinal. Mientras tanto, son los habitantes de la zona los que sufren unas consecuencias que van mucho más allá de lo meramente estético. Indiscutible es que tener semejante monstruo de hormigón sin actividad y en franco deterioro afea el barrio pero, además, «se está convirtiendo en un vertedero; hay barro, maleza, basura, escombros… Hasta bolsitas de las que se usan para recoger las heces de los perros; es insalubre, y hay tres bloques de viviendas que dan directamente hacia allí, aparte de algunas habitaciones del Hotel Arbeyal», denuncia Arias. Paralelamente, los daños en el firme y la falta de un adecuado asfaltado han favorecido que en varias calles aledañas proliferen los socavones, que en jornadas lluviosas como la de ayer se inundan, transformando el andar o el circular por ellas en una odisea. Ahora bien, todas esas incomodidades palidecen ante la que es, a criterio de los vecinos, la amenaza más real y acuciante: la posibilidad de un desprendimiento de cascotes que sorprenda, hiera o, en el peor de los escenarios, mate a alguna persona. «Es una zona de paso, con un voladizo sobre una parada de autobuses; cualquier día habrá una tragedia, y a ver qué pasa entonces…«.
Con semejante situación enquistada y sin aparente resolución próxima, la voluntad de la Asociación ‘Alfonso Camín’ es repetir las protestas, al menos, cada quince días, hasta forzar un cambio de actitud por parte del equipo de Gobierno de la ciudad. «El descontento es total, y se suma a otras historias, como el vial de Jove o el pabellón de deportes; son ya muchos años, y no es de extrañar que los ciudadanos de a pie ya no se fíen en la política«, comenta Arias. De ahí esa voluntad de resistencia en la que, confía, seguirán disponiendo de la asistencia de la FAV y de las actuales fuerzas en la oposición en el Ayuntamiento. Y concluye lanzando una advertencia: en lo concerniente a la nave de Flex y a su prometida demolición, no habrá negociaciones, ni cesiones de ningún tipo. «El tiempo de las palabras se ha agotado; o nos la tiran, o seguiremos luchando«.