A Barral le llegó a espetar: «Vienes muy gordo del Madrid pero aquí no juegas con ese peso» y sacudía la cabeza al ver el trote cochinero de Luis Morán con el peto puesto
A estas horas sigue «emborronando» cuartillas el bueno de Gerardo Ruiz. Brotan mil ideas, por minuto, de ese manantial que tiene por cabeza. Ideas capaces de rescatar buenos momentos vividos y valiosas enseñanzas de un carismático maestro del Cerillero con mucha gracia. Su próximo libro podría abordar la impecable trayectoria de este preparador físico a lo largo de 22 temporadas en el Sporting, coleccionando dos ascensos inolvidables a Primera División. O tal vez la novela de un culturista asturiano en los años ochenta. Visitarán a Gerar los laureles del éxito, una vez más. Ya conoció esas mieles firmando: «Mi vida en chándal», «Enciclopedia de los juegos y deportes tradicionales de Asturias, «Soy de El Cerillero» o con cualquiera de los otros 17 títulos publicados de su puño y letra.
Todos con el marchamo de segunda, tercera y hasta cuarta edición. En 1975 no atisbaba su futuro haciendo la puesta a punto de los futbolistas en el Sporting. Contaba ese año 19 noviembres levantando bombonas de butano como si fuesen plumas, por aquello de entrenar con elementos domésticos y cotidianos. Siete años después se convirtió en parroquiano habitual del Gimnasio Azteca. Lucía, el descarado veinteañero, bíceps tamaño Lou Ferrigno y bigote a lo Tom Selleck cuando consiguió por primera vez el Campeonato de Asturias de Culturismo, en 1982. Repitió triunfo en 1983 y 1984. A este gijonés del oeste no se le pone nada por delante, lleva demostrándolo desde que era un neñu. Se licenció en Educación Física y fue profesor antes de llegar al club rojiblanco. Apasionado por la actividad deportiva. Practicó fútbol, atletismo, halterofilia y lucha grecorromana. Preparó concienzudamente a los juveniles y al filial en Mareo y también al primer equipo. Y es que Gerardo lo tenía muy claro: «Una pretemporada dura asegura una temporada sin demasiadas lesiones y en plenitud incluso en la última jornada». A Barral le llegó a espetar: «Vienes muy gordo del Madrid pero aquí no juegas con ese peso» y sacudía la cabeza al ver el trote cochinero de Luis Morán con el peto puesto. «Parrochina» tenía talento de sobra para ser un jugador deslumbrante pero aborrecía los entrenamientos.
El del Cerillero sigue sonriendo al recordar el maradoniano gol del delantero luanquín en Valencia, mientras caía desde la grada una cítrica lluvia de naranjas y mandarinas. Tampoco perderá su memoria los nombres de Quini y Manolo Preciado. El ascenso de 2008, ante el Eibar en El Molinón. Y una trágica llamada, camino de Villarreal, que terminaría entre sollozos. No darán pasto al olvido el equipo de «los guajes». Abelardo y los transistores digitales en 2015, en el campo del Betis. El olvido es su único miedo, el único que sigue sin asomar la añeja garra en el despacho de José Gerardo Ruiz Alonso…
Levanta la vista del papel durante unos segundos y guarda las gafas en el cajón. Gerar lo tiene decidido, mañana toca madrugar y emprenderá una caminata para principiantes: desde la Avenida de la República Argentina con destino final en Punta Liquerique y si se tercia al Cerro, ida y vuelta y sin darse importancia. Pijaes las justas.