Gonzalo Álvarez, veterinario en la clínica Parchís, defiende que se garantice el cumplimiento de las medidas de seguridad con las razas más conflictivas, aunque invita a que no se señale a uno u otro como culpables: «Pelear está en su naturaleza»
Es algo que cabía esperar desde que, este miércoles, resonaron los primeros ladridos. El altercado sucedido entre dos perros, uno de ellos de una raza considerada potencialmente peligrosa y que paseaba sin bozal, ocurrida ese día en el cruce de las calles Munuza y San Bernardo, ha reabierto el debate sobre las medidas de seguridad a aplicar sobre esa segunda clase de canes, sobre los controles necesarias para garantizar dicho cumplimiento… Y sobre hasta qué punto, como ocurre en el caso de la tenencia de armas, cualquier persona está capacitada para convertirse en tutora de tales animales, o no. Nuevamente, las opiniones se han dividido, a menudo marcadas por la virulencia que imprimen las emociones a flor de piel. Sin embargo, un sector mayoritario de la población, en el que se incluyen profesionales como Gonzalo Álvarez, al frente de la clínica veterinaria Parchís, lo tiene claro: los perros peligrosos no son para todo el mundo.
«Una persona que, psíquica o físicamente, no pueda controlar a un animal de esas características, no debe tenerlo; si te supera, puede llagar a hacer mucho daño», resume este sanitario curtido, por cuyas dependencias han pasado cientos de canes de las razas más variopintas. Su punto de vista parte no sólo del hecho de que uno de los perros implicados en el altercado, identificado como un pitbull o un presa canario, careciese de bozal; también de que, presuntamente, su dueño acumulase hasta cuatro denuncias previas por hechos similares. Y González, por supuesto, no es ajeno al dolor que puede llegar a provocar en el propietario ver a su mascota condenada a portar esa protección cada vez que salga a la calle, pero, «esté o no de acuerdo con ello, las leyes son las que son, y deben cumplirse. Y no importa lo mansos que puedan ser esos canes; «Tengo clientes con perros potencialmente peligrosos que son unos benditos, pero en el momento en que salen de la clínica deben ponerles el bozal. Es una faena, pero es lo que hay».
Si el que el animal en cuestión careciese de bozal mientras paseaba por el centro de Gijón es un aspecto que genera pocas dudas sobre lo incorrecto que resultó, la mayor polarización de criterios se da en un detalle secundario, pero maximizado por muchos: qué can fue ‘responsable’ del incidente. Así, mientras que aún hoy ciertos testigos aseguran que fue ‘Terry’, el schnauzer que se llevó la peor parte, el que provocó a su oponente con sus ladridos, Ana Bango, su dueña, rechaza de todo punto semejantes afirmaciones e insiste en que el perro peligroso fue a por el suyo sin causa previa aparente. Para González, no obstante, se trata de un debate estéril, sin base lógica y, por ello, innecesario. «El perro no provoca para buscar pelea; si es macho y está sin castrar, como creo que fue el caso, lo hace por territorialidad, o para llamar la atención, y es una conducta natural en ellos, que no podemos juzgar según criterios humanos«, acota.
«Ellos no analizan el tamaño de su rival antes de actuar. He visto a chihuahuas ladrando a pastores alemanes, y no por ello son suicidas. Son, simplemente, perros; está en sus instintos disputarse el territorio, pero si los llevamos bien sujetos y con las debidas protecciones, no hay nada que temer«.