«Los antiguos alumnos y amigos de la Laboral llevan años advirtiendo sobre el progresivo deterioro de las instalaciones y, de momento, la consejería de Cultura no parece que esté dispuesta a dar un paso al frente. No solo para arreglar los evidentes desperfectos, sino para convertir de una vez por todas en un verdadero referente cultural»


Entre las muchas iniciativas y proyectos puestos en marcha por el imparable impulso del entonces alcalde Vicente Álvarez Areces, una de las más rentables fue convencer a la Tesorería de la Seguridad Social para que cediera al Ayuntamiento los miles de metros cuadrados que permitieron que Gijón tenga hoy un campus universitario envidiable. A esa operación se unió años más tarde uno de los emblemas de la megalomanía franquista: la Universidad Laboral.
Por aquellos tiempos andaba yo en labores informativas gubernamentales con lo que pude vivir muy de cerca el renacer de una construcción que hoy sería inviable, más que por su coste, por los lujosos materiales empleados. En la Universidad Laboral, el Gobierno de Franco no escatimó en gastos para erigir el que hoy en día sigue siendo la construcción más grande de España. Un dato ejemplifica las dimensiones de la rebautizada como Laboral, ciudad de la Cultura: en sus 270.000 metros cuadrados cabrían nueve Monasterios como el de El Escorial. La obra costó unos 750 millones de pesetas, unos cuatro millones y medio de euros, pero realmente mucho más si aplicásemos el encarecimiento de la vida en el último siglo.
En el inicio de su segundo mandato como presidente de Asturias, puso en su estandarte electoral la operación de salvamento de un emblemático conjunto arquitectónico cuyo olvido y desuso en la década de los ochenta lo dejó al borde de la ruina. Se elaboró un plan de usos en el que inicialmente se incluían dos centros de enseñanza secundaria, un área de alojamientos para internos, cuatro de las titulaciones del campus de Gijón así como de instalaciones departamentales de la Universidad, un Centro de Arte Actual y Creación Industrial, un teatro renovado, que servirá al tiempo como auditorio y sala de Congresos, la Escuela Superior de Artes Escénicas, un hotel de cinco estrellas y un posible gran aparcamiento. A ello se uniría más tarde la sede de la radio televisión pública del Principado, además de la recuperación de la iglesia, de jardines y fuentes y la rehabilitación de espacios para oficinas.
Fueron cinco años de obras en las que invirtieron casi ochenta millones de euros (la cifra inicial era de unos 65) para producir la conversión de este edificio en la gran ciudad de la Cultura del norte español. Más de mil trabajadores participaron en unos trabajos que evidenciaron una vez más las descomunales dimensiones de una construcción en la que, por ejemplo, se sustituyeron casi seis mil ventanas, algunas con pesos cercanos a la media tonelada. Sería difícil sumar los kilómetros de cable empleados para sustituir las obsoletas instalaciones eléctricas o las tuberías cambiadas para garantizar un sistema sanitario digno.
Han pasado veinte años desde que Tini Areces tuviera este sueño que se convirtió en realidad por empeño y con dinero, pero sobre todo por la tenacidad de un equipo que dio una nueva vida a un edificio que asombra a quien lo recorre, sorprende a quien lo descubre y que a nadie deja indiferente.
El problema es que el tiempo y el agua ni perdonan ni esperan. Y este fin de semana pude comprobar como en dos décadas muchas de las actuaciones llevadas a cabo necesitan una urgente actuación. La humedad es una de las grandes enemigas de este edificio y las goteras no solo amenazan con echar abajo la impresionante cúpula de la antigua iglesia (cerrada desde hace dos años), sino que han vuelto a hacer mella en pasillos y estucos. La imagen de las pegatinas en los cristales de las ventanas de lo que nunca llegó a ser un hotel resulta deprimente. Y no hablemos de las fuentes y estanques, en el mejor de los casos vacíos y sin prestar el servicio para los que fueron construidos desde hace años. El mirador de la torre está cerrado desde hace más de dos años por unas filtraciones de agua que estropearon la maquinaria del ascensor. Y la imagen de la enorme piscina que nunca llegó a rehabilitarse es como la alegoría de que veinte años después, Laboral hace aguas de forma evidente.
Y es lógico que el tiempo actúe, pero lo que es aceptable es que las administraciones no hagan su trabajo. Los antiguos alumnos y amigos de la Laboral llevan años advirtiendo sobre el progresivo deterioro de las instalaciones y, de momento, la consejería de Cultura no parece que esté dispuesta a dar un paso al frente. Y no solo para arreglar los muchos y evidentes desperfectos, sino para ir más allá y convertir de una vez por todas en un verdadero referente cultural el proyecto de un presidente que si levantara la cabeza seguro que pondría el grito en el cielo.