Los vecinos de la manzana que forman las calles Rosalía de Castro, Chile, Las Mercedes y Laboratorios denuncian una plaga «exagerada y en aumento» de dichos insectos; EMULSA sitúa el foco en un transformador de Hidroeléctrica del Cantábrico, que «no podemos baldear»
A Víctor Fernández Aller la mala suerte le sobrevino hace apenas dos semanas… En forma de unos calcetines caídos de su tendal. Como haría cualquier persona, este vecino de El Natahoyo bajó a la calle a recogerlos; en concreto, a la zona ajardinada que sirve de centro al Grupo Constructora, la manzana formada por las calles Rosalía de Castro, Chile, Las Mercedes y Laboratorios. Y lo hizo, además, en compañía de su hija de seis años. Nada aparentemente anormal… Hasta que Fernández orientó la linterna de su móvil hacia la acera. Allí, aprovechando el calor de la noche, cientos de cucarachas campaban a sus anchas, disputándose cualquier resto de alimento y trepando por las fachadas de los inmuebles. Fácil es imaginar el asco que padre e hija sintieron, aunque sin sorpresa. Porque esa visión ha sido sólo una más de un problema que dicha manzana arrastra desde hace tiempo. Una «auténtica plaga» de tales criaturas que, en palabras de quienes la sufren, domina la zona, entra en las casas, resiste a los insecticidas domésticos y va a más.
Hará dos años, aproximadamente, que tanto Fernández como sus convecinos comenzaron a percatarse de la magnitud del problema. «Llevo trece años viviendo aquí, y en la vida vi esto; son miles», reconoce este padre de familia, quien ejerce de presidente de la comunidad del portal número tres. Miles… Y en aumento. Además, el ‘campo de batalla’ les es favorable a estos insectos. La manzana tiene solera, construida en el siglo pasado por los extintos Astilleros Riera para alojar a sus trabajadores, formada por edificios antiguos llenos de grietas y recovecos por los que las cucarachas se cuelan… Y llegan a las viviendas. «Te levantas por la noche a beber agua, enciendes la luz de la cocina, y ves a varias correteando por el suelo», lamenta Fernández. Por su parte, lo poco que él y los demás habitantes pueden hacer se ha revelado ineficaz. «Con lo que una persona normal tiene en casa no hacemos nada; no podemos con ellas«, recalca.
Susana García también atesora decenas de relatos similares de boca de su madre, Antonia González, de 95 años y con dos residiendo en el Grupo a su espalda. «En primavera y en verano es tremendo; las ves en el portal y en los pisos, porque se cuelan por todas partes«, alerta, preocupada sobremanera por la avanzada edad de su progenitora, pues «aparte de ser insalubre, la cosa pega unos sustos…«. Como Fernández, hace cinco meses ellas contribuyeron a abonar una derrama para contratar a una empresa especializada en el control de plagas. Los técnicos de la misma se personaron en el lugar, fumigaron los sótanos, tendieron trampas en las zonas de tránsito, sellaron las grietas que pudieron… Un amplio despliegue contra las cucarachas cuyos efectos, sin embargo, «duraron dos días«.
Las teorías acerca del origen de este mal varían, sin que se haya alcanzado un consenso. «Los técnicos que vinieron a fumigar nos dijeron que podrían venir de las antiguas carboneras que hay bajo los edificios, y que están abandonadas», comenta Fernández. La opción no parece descabellada, ya que las cucarachas buscan el calor, y esas carboneras en desuso podrían reunir las condiciones idóneas para su supervivencia y reproducción. Otros vecinos, como Rosana González, de sesenta años y en la manzana «desde siempre», apuntan, más bien, al estado de los sótanos. «Antes, cuando las casas eran de Riera, la gente se preocupaba más de limpiarlos y cuidarlos, pero ahora eso no se hace. Yo no he bajado a verlos, ni bajaré, pero no me quiero imaginar cómo estarán… Ahí debe haber de todo», plantea.
No obstante, en la Empresa Municipal de Servicios de Medio Ambiente Urbano de Gijón (EMULSA) tienen una idea diferente. Su personal acudió al Grupo a finales de la semana pasada, en respuesta a las insistentes peticiones de ayuda de sus habitantes, y situó el foco en un transformador eléctrico emplazado en una torre de la antigua empresa Hidroeléctrica del Cantábrico. «Lógicamente, en ese espacio nosotros no podemos actuar mediante baldeos, que es la forma habitual de exterminarlas por ahogamiento», confesaba estos días a miGijón el concejal de Medio Ambiente de la ciudad, Rodrigo Pintueles; por esa razón, desde su área se ha dado aviso a la compañía eléctrica, «para que revise esa instalación y haga labores de fumigación, si es necesario».
Como era de esperar, esa promesa no ha gustado nada a los afectados, hartos de lidiar con una situación que, por momentos, parece desbordarles. «A EMULSA tuvimos que llamar varias veces hasta que nos hicieron caso, y que lo que te digan sea eso…«, protesta Víctor Fernández. En su caso, incluso contactó con la Empresa Municipal de Aguas (EMA), al ver a algunos de esos insectos salir al exterior desde el alcantarillado, pero ni por esas. «Sus técnicos vinieron, levantaron una arqueta, dijeron que allí no había nada, y adiós; que llamase a Medio Ambiente». Su enfado se hace extensible a Susana García, indignada porque «parece que al Ayuntamiento sólo le preocupan las plagas de roedores; no es justo que se desentiendan, como si las fabricásemos en casa, y tengamos que gastar nuestro dinero en contratar a una empresa». Y aún más tajante se muestra Rosana González. «O que tomen medidas, o que nos digan de una santa vez qué hay que hacer«, exige. «Lo que está claro es que no podemos seguir así».