«Nos preguntamos qué derecha hay en Gijón, o qué derechas y sólo encontramos un túmulo de navajas«
Anda la derecha revuelta. Después del trumpismo y el populismo, después del regimen aznarí primero y el marianismo después en España o el berlusconismo en Italia, después de todos los ismos que fraguan Europa, se nos ha quedado una derecha liberal desordenada, despistada, alejada del mundanal ruido porque ella misma es otro ruido, una cacofonía vertiginosa y mortal que no se aclara ni nos aclara qué proyecto traen en el cartapacio municipal. Lo vemos en Madrid, con Isabel Ayuso y su derecha trump, alegre, psicótica y anárquica. Lo vemos en Galicia con Núñez Feijo y su derecha kantiana, pragmática y liberal. La pregunta es qué identidad presentará la derecha asturiana con María Teresa Mallada o con Pablo González, que ha tomado la sede local del Partido Popular con toda la vocación por reconstruir una derecha en Gijón a la que, de momento, ni está ni se la espera, después del portazo de Mariano Marín.
Nos preguntamos qué derecha hay en Gijón, o qué derechas y sólo encontramos un túmulo de navajas, con toda la poética de la ruina, con el discurso lírico y espectral del pasado. Quiere uno decir que la derecha son las derechas que una vez fueron, José María Aznar mediante, y que hoy se nos quedan anticuadas, diletantes y románticas, un apunte camp en la hoja contable de la política, una glosa residual en el diario de sesiones local de lo que fueron y de lo que, prevemos, nunca llegarán a ser y continúan ese camino.
«Pablo González ante el espejo, con cierto dandysmo, deberá preguntarse qué quiere ser»
La derecha fascista de Vox se queda en la ciudad como una anécdota costumbrista y exagerada del Gijón burgués del siglo pasado que paseaba por la ciudad engalanada y la fantasía soberbia de su brillantina. De la derecha regionalista de FORO, nos queda el eco de Francisco Álvarez Cascos boxeando sobre la pista de hielo en los juzgados de la Audiencia Nacional. De la derecha centrista y liberal de Sarasola y sus ciudadanos, tan sólo una sonrisa cómplice, triste y amical que se descompone como una sonrisa cubista, escasa y difícil. En definitiva, sólo nos queda la derecha arraigada del PP, la de siempre, a pesar de su exigua representación y que, creemos, pretenderá reunirlas a todas en todo un proceso refundacional que no tardará en arrancar, como un tren expreso controlado por Núñez Feijoo.
La derecha gijonesa ha sido una derecha acomodada y acostumbrada a la oposición. Ha funcionado como un interruptor cuando gobernaba algún inquilino en Madrid antes que como un aliado dispuesto a impulsar los grandes cambios de la ciudad, tentación a la que otros, el propio Núñez Feijoo, lograron vencer porque entendieron desde el principio que lo que permitía ganar elecciones era el sentido común y el interés general. Le vendría muy bien a Gijón definir su identidad. Pablo González ante el espejo, con cierto dandysmo, deberá preguntarse qué quiere ser. No nos vendría nada mal que desempolvara los clásicos y reformulara una derecha que rescatase para la ciudad un proyecto común, que modernizara sus instituciones, que las defendiera y no torpedeara, que compensara el personalismo de su alcaldesa, Ana González, con más democracia, más dialogo, más eficacia. Se puede ser oposición y se puede ser, al mismo tiempo, leal a los ciudadanos. Lo que no se puede es desaparecer. De otra manera, lo siguiente es VOX, o sea.
Víctor Guillot es periodista y colaborador de miGijón
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