Lágrimas, caos, destrucción y solidaridad, mucha solidaridad, es lo que han vivido este grupo de gijoneses: «Lo que ahora necesita la gente es dinero. Después del lodo y la lejía, lo siguiente va a ser pintura y pequeños electrodomésticos”

Llevan una semana trabajando sin parar de forma ininterrumpida y después de haber vuelto de Valencia anoche, necesitan un descanso que con un poco de suerte llegará el fin de semana. Un grupo de los 20 trabajadores que integran Grupo Diseña, empresa de Gijón especializada en cristalería, partieron el martes por la tarde hacia las zonas afectadas por la DANA con el propósito de repartir “puerta por puerta” todos los alimentos y materiales que pudieran y que procedían de las donaciones de los gijoneses que hasta estos se habían dedicado a almacenar y organizar en la nave industrial de la empresa. En Diseña no tardaron mucho en parar máquinas al negocio esta semana cuando su dueño, José Manuel Vargas y su mujer sintieron la necesidad de ayudar a las personas que estaban viendo detrás de la pantalla hace una semana. Se pusieron manos a la obra y después de cuatro días de recogida, clasificación y almacenaje de toda una “avalancha” en donaciones de todo tipo de artículos, cargaron sus cuatro furgonetas de trabajo hasta los topes y pusieron rumbo a Valencia.
Allí les esperaban los voluntarios de la Fundación Benclinic, entidad solidaria de la Comunitat con la que se coordinaron para canalizar las ayudas. La propia fundación tomó prestado el colegio Jesuíta de la ciudad, de gran tamaño y pensado para acoger a cerca de 2.400 alumnos, y este se convirtió en un almacén de reorganización y distribución de las ayudas en mano a aquellas personas de los pueblos aledaños que las necesitasen. En sus instalaciones no faltaban las “cadenas humanas de cientos de personas haciendo lotes” o la ayuda de “200 chavales alumnos en el centro” coordinando la salida de las furgonetas de reparto. Benclinic utiliza las instalaciones para organizar las ayudas que reciben procedentes de negocios o iniciativas privadas que, valencianas o no, como Diseña, deciden colaborar con ellos. José Manuel explica que “es normal” que muchos voluntarios prefieran ponerse a trabajar con entidades como esta que les den más garantías y confianza que otros canales oficiales, en los que saben que quizá “la ayuda no vaya a llegar” o “tarde mucho más”. “Nosotros cada día que publicábamos algo en redes de que estábamos allí, recibíamos mensajes de gente de Valencia pidiéndonos: “Por favor, entregadlo en mano vosotros, id casa por casa porque, si no, no llega”, cuenta.
«Allí lo que ocurre es que hay muchísimo material, de sobra, pero no siempre llega a tiempo a la gente. Tú aunque vayas a un almacén con una furgoneta y pidas que te den material porque quieres repartirlo, si no puedes tirar de algún contacto o un documento que te acredite no te dejan»
El grupo de Diseña admite que la logística que debería acompañar al desastre es una “jungla”, en la que “no hay protocolos de nada” y por eso entienden, empatizan y han experimentado el “desgaste” y la impotencia que ese caos organizativo produce. “Allí lo que ocurre es que hay muchísimo material, de sobra, pero no siempre llega a tiempo a la gente. Tú aunque vayas a un almacén con una furgoneta y pidas que te den material porque quieres repartirlo, si no puedes tirar de algún contacto o un documento que te acredite no te dejan”, narra el gerente gijonés. La situación actual que ellos han vivido es que ahora mismo, el orden busca imponerse al caos y los “cauces oficiales” de ayudas intentan hacerlo con respecto al ‘sálvese quien pueda’. El problema son las incoherencias entre unas y otras directrices y las trabas logísticas que uno se encuentra por el camino. En su caso, la tarde del miércoles antes de marcharse, los de Diseña quisieron repartir todo el material que les había sobrado en las 24 horas anteriores de reparto constante en una furgoneta por Paiporta. Estuvieron en Picanya, Aldaia…Y quedaba esa zona de la que les separaban solo 7 kilómetros pero más de una hora de trayecto, si es que este podía completarse sin toparse con cortes de tráfico. Saben que finalmente esa furgoneta consiguió llegar, pero se han despedido del lugar del desastre con la impotencia de ver cómo se malgastan esfuerzos en una forma de organizar las ayudas que “no se puede hacer así” y resulta del todo contraproducente en muchos casos. “En otra ocasión, el alcalde de una localidad nos pidió que fuésemos hasta un lugar en el que necesitaban ayuda y algo de comida y en el acceso al pueblo un policía nos dijo que allí no necesitaban nada y que nos marchásemos. Hay tanta descoordinación que empiezas negociando con educación pero a veces terminas perdiendo los papeles porque la situación te puede…”, recuerda el gijonés.
Coinciden con todos los que hasta allí se desplazan: no es lo mismo verlo que estar. Los kilómetros cuadrados que hay anegados, los cortes de luz, los saqueos y el desastre…que poco a poco y «por suerte» va organizándose. «Ves que la cosa avanza porque por ejemplo, una calle que por la mañana la veías llena de trastos por la tarde ya estaba limpia», confiesa. Sin embargo, aún es mucho el trabajo que queda por delante. Por eso, y gracias a la enorme cantidad de donaciones recibidas en Gijón, el grupo tiene aún otro tráiler listo para partir hacia Valencia este lunes. En esta ocasión, sin embargo, la carga se dejará en el almacén de la Fundación Benclinic y los voluntarios no permanecerán esta vez para el reparto. En ese largo trayecto hasta la normalidad, José Manuel Vargas también anticipa lo que en adelante se prevé necesario en la zona. “Lo que ahora necesita la gente es dinero. Después del lodo y la lejía, lo siguiente va a ser pintura y pequeños electrodomésticos”. Ya de vuelta en Gijón, tocará dedicar también tiempo a asimilar todo lo vivido: haber visto la desesperación de los vecinos de las áreas afectadas pasa factura, y lo hace en todos los voluntarios y profesionales que estos días trabajan sobre el terreno. Lo refleja bien una de las anécdotas que cuenta Vargas, cuando un cabo del operativo militar se acercó para preguntar si necesitaban algo. “Le dije: quiero repartir esto”, cuenta Vargas, “y se le saltaron las lágrimas, y a mí detrás».