No deberíamos olvidar nunca que se puede matar una deidad: solo hay que dejar de creer en ella
Yahvé fue el dios de Israel. En la antigüedad, una tribu y su dios se consideraban una misma entidad unida por un pacto, en virtud del cual la tribu ofrecía culto y sacrificios a cambio de la protección y el favor del dios. La alianza la selló Moisés en un montículo al noreste del desierto del Sinaí. El patriarca de Israel recibió de manos del propio Yahvé dos tablas de piedra que recogían los diez mandamientos que la divinidad imponía a su pueblo, unas leyes que no emanan de ningún parlamento, sino que descienden directamente del cielo. Sobre el azul intenso del lapislázuli, Yahvé se convierte en el señor de la historia de Israel y en su único salvador.
Pero los dioses mueren igual que los pueblos que les dan culto. El fin de los ritos y los rituales de una devoción religiosa supone los atronadores estertores del dios que recibía su culto. En el año 586 a.C., Nabucodonosor II, rey de Babilonia, en nombre del dios Marduk, redujo a cenizas el templo de Jerusalén, la casa de Yahvé. Fueron muchos los israelitas que, ante este acontecimiento, comenzaron a adorar al nuevo dios babilónico.
En la maravillosa saga American Gods, Neil Gaiman nos advierte de que los dioses existen y es nuestra fe la que los hace fuertes. Todo dios necesita creyentes para poder subsistir. En la era digital los viejos dioses van muriendo en el olvido y, mientras sus templos se vacían, los hombres engendran nuevos dioses en los que creer, a los que someterse y a los que ofrecer sus ritos y sacrificios.
Yahvé desveló su nombre y manifestó por primera vez su divinidad en forma de zarza ardiente, en un lugar pedregoso, en torno al 1450 antes de nuestra era. El más poderoso de todos los nuevos dioses, emulando al viejo dios de Israel en forma de algoritmo financiero, grita hoy con una voz poderosa que causa temor y temblor: «Mercado, este es mi nombre para siempre y así me llamaréis de generación en generación», mientras sus profetas nos imponen sus mandamientos:
1) Te globalizarás por encima de todas las cosas.
2) Innovarás tecnológicamente sin cesar para producir siempre más y a mayor velocidad.
3) Liberalizarás la economía hasta que el mundo entero sea un único mercado.
4) Entregarás el poder al Mercado y harás del Estado un Estado mínimo.
5) Dejarás el gobierno de la sociedad a la empresa privada.
6) Eliminarás toda forma de propiedad y servicio público.
7) Considerarás herejía toda forma de protección social.
8) Darás plena libertad al capital y, a la vez, permitirás que se esclavice a las personas.
9) Serás un buen ciudadano siendo un buen productor y un consumidor solvente.
10) No pensarás en el bien común.
Estas son las tablas de la nueva alianza y este es el nombre de nuestro nuevo dios. Aunque no deberíamos nunca olvidar que se puede matar a una deidad: solo hay que dejar de creer en ella.
Apoteósico amigo mío..mil gracias por cuestionar en voz alta lo que millones pensamos
¡Uuf, qué peste a Marxismo mezclado con ingenuidad e ignorancia…!