«Tras la extensa explicación acerca de la mujer objeto, de la pornografía como fase ultrasuperior del imperialismo, y de la irremediable degeneración del varón incluso antes de que esculpiera la Venus de Willendorf, la interrogativa conclusión final daba redobles de campana…»
A comienzos de 1978 se estrenó, en el Jovellanos, ‘Emmanuelle’. Supongo que, fuera por supuesto del clandestino porno, ya habríamos visto tetas previamente de celuloide, femeninas que masculinas abundaban, las vanguardistas de la cinematografía checa, húngara, sueca o yugoeslava, exclusivas del playu cine Brisamar, siempre en original subtitulad. Pero daban igual. Pasaban desapercibidas dentro del contexto intelectual y comprometido de aquellas proyecciones, y resultaban tetas demasiado intelectuales para el erotismo. Al menos hasta que salieron y botaron las de la estanquera de Amarcord, traumatizantes e imborrables.
Vamos y veamos: que las de Sylvia Kristel enmarcadas por su sillón de paja constituían un salto cuántico en la Transición.
La cosa es que ante la taquilla de ‘Emmanuelle’ se formaron largas colas de paisanos con alguna rara pareja de novios cansados de los cursillos prematrimoniales de la parroquia, y las feministas, en justísimo crecimiento, intentaron reprimir a tanto cabestro deseoso de excitarse visionando medio desnudeces. Las imágenes, hoy día, comparadas con buena parte de la programación del canal Disney, resultan brutalmente aburridas e insoportablemente ñoñas: “Ha llegado un Ángel” o “Tómbola” de Marisol, poseen el céntuplo de erotismo.
Pero nuestras feministas, casi iniciales y concienciadísimas, no pensaban tolerarlo, y con pedagogía copiada del Ejército de Salvación, llamaban la atención, distribuidas y personalmente, cara a cara, de los que esperaban su entrada. Y trataban de hacerles reflexionar entre la pedagogía y la reprimenda: “¿No te da reparo tu grosero machismo? ¿Sabes que tu jefe, el que te explota, quiere así tenerte manso? ¿Tu familia está al tanto de que la vienes a ver? ¿Consideras que las mujeres somos simples objetos de placer? ¿Te gustaría que fuera tu hija/novia la del cartel? ¿Caes en los cantos de sirena del capitalismo?”.
Etcétera.
El poco éxito, pues quienes desistían colorados de vergüenza (o ira) sumaban los dedos de una mano manca, en vez de desalentarlas, les redobló el entusiasmo: imprimieron panfletos que repartieron entre los degenerados y los transeúntes. El texto resultaba, en sí, una gloriosa cumbre dadaísta. Tras la extensa explicación acerca de la mujer objeto, de la pornografía como fase ultrasuperior del imperialismo, y de la irremediable degeneración del varón incluso antes de que esculpiera la Venus de Willendorf, la interrogativa conclusión final daba redobles de campana:
“¿Es acaso la realidad de ‘Emmanuelle’ la realidad de la mujer trabajadora asturiana de hoy?”. Tal cual.
Y una paisana playa, la Coruxa, que iba del brazo de su Manolín a ver ¡por segunda vez! la insufrible película, tal vez necesitada de algún estímulo que sostuviera treinta años de matrimonio y estrecheces, cuarenta sin siquiera escotes palabra de honor, alzó la voz y explayose:
“¡Non, claro que non, pero ya podría yo, como esti putón, habeme casao con diplomáticos millonarios, tirame a toos los guapos hasta dientro los aviones, y andar en pelotes por jardines tropicales! ¿La realidad de les muyeres asturianes? ¡Que sea la de Emmanuelle, y no al revés!
No muchos años después, algunas de aquellas aguerridas puritanas, desde puestos de responsabilidad municipal, rebajaron la deuda de la Televisión Local mediante cine pornográfico de madrugada, hardcore ginecológico y prostático, de enorme éxito.
Ya lo cantaba Dylan en 1963 y sigue siendo verdad en 2021: los tiempos están cambiando, pero de continuo. ¡Y cómo!