Madrid tiene una Plaza Mayor así llamada, pero la plaza mayor real —allá donde se cruzan los caminos— es la Puerta del Sol. En Gijón es el Parchís. Y por eso la historia del Parchís es una quintaesencia, una versión redux de la de la ciudad completa

Lo dice bien Luismi Piñera en su Historia de las calles de Gijón: una cosa es la nomenclatura, y otra la rotulación. Lo cuenta al ocuparse de la plaza del Parchís, que jamás se ha llamado del Parchís, pero nunca se llamó otra cosa que del Parchís. Como el Güevu en Villaviciosa, que se llamó plaza del Generalísimo hasta hace dos días y ahora se llama plaza del Ayuntamiento —y no plaza del Güevu del Generalísimo, como alguno propusiera en aras del consenso y la tolerancia—, pero igual antes que ahora, lo que lo llaman los maliayeses es plaza del Güevu, o el Güevu a secas. En Gijón, lo del parchís viene de la forma de los jardines que esa plaza ha tenido desde los años cuarenta, que recordaba a la de ese juego al que, por cierto, ya nadie juega. ¿Saben los zoomers lo que es un parchís más de lo que es un walkman, por qué a acabar una llamada telefónica se le dice «colgar» o a despejar el váter se le dice «tirar de la cadena»? Es posible que no. Pero siguen diciendo «quedamos en la plaza del Parchís».

Esta plaza, como el Güevu, también llevó el nombre del funesto general superlativo. Se llamó del Generalísimo entre 1937 y 1971. Luego pasó a ser la plaza del Instituto, en honor de lo más importante que la plaza alberga: el primer instituto de España, nada menos, fundado por el insigne Jovellanos como centro de estudios de geología y mineralogía. A Franco se le homenajeaba siempre en las avenidas principales y las plazas mayores. Pero también sucede que una cosa sean las plazas mayores oficiales, y otras las de facto. Madrid tiene una Plaza Mayor así llamada, pero la plaza mayor real —allá donde se cruzan los caminos— es la Puerta del Sol. En Gijón es el Parchís. Y por eso la historia del Parchís es una quintaesencia, una versión redux de la de la ciudad completa. Se puede contar Gijón, se puede contar Asturias —se podría contar España— contando solamente la plaza del Instituto. Allí ha pasado todo, por allí todos han pasado. Jovellanos y Franco, pero también la República, y también la Revolución. Enfrente del Instituto hay otro edificio insigne, aunque discreto; un bloque gris, racionalista, de seis plantas, construido en 1934, que no da a voces su importancia histórica, y por eso mucha gente no la conoce. Allá estuvo la sede de la presidencia del Consejo Soberano de Asturias y León, aquel inverosímil y efímero país asturleonés que llegó a emitir su propia moneda: los belarminos.
Pasaron por el Parchís, sí, la Reacción y Revolución; la insurrección socialista y la fascista. También el capitalismo, si metemos en el saco a los transeúntes que se dirigen a o salen de la vecina Biblioteca Jovellanos, porque antes que biblioteca fue el Banco de España (y antes plaza de ganado, y antes campo de maíz). En 1976, lo que pasó fue la Reforma, la insurrección democrática. De allá partió, el 11 de julio de 1976, la primera gran manifestación democrática masiva en la ciudad, con unos veinte mil asistentes que vocearon su demanda de la amnistía y la libertad, encabezados por Horacio Fernández Inguanzo y otros líderes. Empezaba a derribarse l’estaca de Lluís Llach, y era casualidad, pero no lo era, que los gijoneses hicieran su contribución a ello en esta plaza que, mucho antes de todo esto, había sido la plaza de la Estacada, llamada por unas estacas que la empalizaban, para impedir que entrasen los caballos. A Horacio y otras diecinueve mil novecientas noventa y nueve personas querían impedírselo también, pero entraron. La plaza de la Noche se convirtió aquel día en plaza de la Luz. Había pasado otras veces. Cuenta también Piñera que allá estuvo en tiempos la carnicería de Angelina, conocida en la ciudad por los «ricos y excelentes cabritos» que ofrecía a los gijoneses cuando se terminaba la Cuaresma, para darle una alegría al «estómago molestado por las insalubres vigilias». Todo cambia, pero el Parchís permanece. Y los gijoneses seguimos siendo dados de su cubilete.