En los rostros de todos cabe percibir las huellas de una existencia precaria con muchas adversidades
Para entender lo que era Asturias y el país todo en las primeras décadas del pasado siglo, hay que asomarse a esta o a otras fotografías del gran álbum de Constantino Suárez (Museo del Pueblo de Asturias), de quien se hizo un libro hace años con una selección de su obra entre 1920 y 1937. Se trata de una auténtica crónica de la vida cotidiana de su ciudad, Gijón, y también de la región, a lo largo de un periodo que concluye con la ocupación de la villa en octubre de 1937 por las tropas sublevadas.
Constantino Suárez (1899-1983) se inició a los trece años como aprendiz en un oficio que llegaría a dominar hasta el punto de abrir su propio estudio en 1920 en el domicilio familiar. Pronto se especializó en el reportaje gráfico, como colaborador primero de los diarios gijoneses El Comercio, El Noroeste y La Prensa. Más tarde lo será también de los periódicos y revistas que se publicaban en Madrid: ABC, Blanco y Negro, Estampa y Ahora. Fue miembro de la Sociedad de Fotógrafos de Prensa, fundada en Madrid y presidida por José Campúa, y colaboró también en varias agencias de prensa.
Durante la Guerra de España, Suárez trabajó en los frentes de Asturias como corresponsal gráfico del diario socialista Avance, dirigido por Javier Bueno Bueno, periodista madrileño fusilado en los inicios de la dictadura. Con la instauración de este régimen, a Suárez se le inhabilitó profesionalmente y se le retiró su carné de fotógrafo, siendo encarcelado en varias ocasiones en la prisión de El Coto entre 1937 y 1957. Después se ganó la vida como fotógrafo de calle, hasta que se jubiló en 1969 con una precaria pensión.
Después de su fallecimiento en 1983, su colección gráfica de casi 9.000 negativos pasó a manos de un anticuario que la mantuvo consigo hasta que en 1992 el Ayuntamiento de Gijón acordó su adquisición. Hasta el año 2002, casi veinte después de la muerte del fotógrafo, no organizó el Ayuntamiento gijonés la primera exposición monográfica con una selección de tan cuantiosa como valiosa obra. En la muestra se pudieron ver fotografías comprendidas entre los años 1920 y 1937, con una revolución (1934) y una guerra (1936-37) como episodios más sobresalientes.
La imagen que ilustra este artículo corresponde a un grupo de ancianos pensionados por la Caja Asturiana de Previsión Social, fotografiados en el patio del viejo Instituto Jovellanos en 1927, muchos años antes de su ingreso en ese centro de quien escribe estas líneas. Las figuras labradas en medio relieve que aparecen detrás de los ancianos y que todavía se conservan en el hoy muy frecuentado centro cultural, corresponden a la fuente en la que nos refrescábamos los alumnos durante el tiempo de recreo, de once a once y media de la mañana. Encontrar ese viejo motivo de cotidianidad casi familiar en la imagen, como testigo de esa elocuente estampa de pobreza, hace más próxima la desconocida identidad de sus protagonistas, que no pocos asociarán con la de sus abuelos o bisabuelos.
El viejo y gastado vestuario de las personas que aparecen en esta instantánea denota una vida de extrema modestia, puede que de pobreza, más ostensible aún en la mujeres que calzan madreñas en lugar de zapatos. En los rostros de todos cabe percibir las huellas de una existencia precaria con muchas adversidades. Se nos dice que el segundo por la derecha, con boina de visera, abrigo y bastón, se llamaba José Manuel Ovies García, y que falleció en la vecina localidad costera de Luanco el 8 abril de ese mismo año, casi al tiempo de recibir una pensión benéfica de la que desconocemos la cuantía.
Imágenes como esta de los ancianos de la Previsión Social (la Seguridad Social sería legislada por primera vez durante la segunda República) ayudan a comprender por qué en aquellos años crecieron las ideas y luchas de emancipación social. Es de lamentar que el redescubrimiento de uno de los reporteros gráficos más estimados del pasado siglo XX fuera tan lamentablemente tardío en su propia ciudad, después de haber dejado constancia con su cámara fotográfica de tanta y tan vívida realidad cotidiana, capaz de estampar en nuestra conciencia histórica secuencias gráficas tan apegadas a la realidad de las clases populares.