La entrada en servicio de los Cines Embajadores Foncalada, acogida como un acontecimiento en la capital, revive el debate sobre si dicho modelo tiene futuro en la era del streaming y de las multisalas en centros comerciales
«¡Oviedo vuelve a tener cines!«. Esa declaración, propagada a los cuatro vientos desde las redes sociales, los medios de comunicación y el siempre infalible boca a boca, llenó ayer el ánimo de miles de habitantes de la capital asturiana y, por extensión, del conjunto del Principado. Diecisiete años después de que, en febrero de 2007, la oscarizada ‘El laberinto del fauno’ se convirtiese en la última película proyectada por los Multicines Brooklyn, únicos que quedaban en el centro de la ciudad, este miércoles abrían al público los Cines Embajadores Foncalada, envueltos en una expectación digna de los grandes estrenos del Hollywood dorado: cámaras, flashes, largas colas de aficionados deseosos de ser parte de un momento histórico, la presencia del actor Javier Gutiérrez como invitado de lujo… Todo un triunfo, real o simbólico, para un sector de la industria del entretenimiento de capa caída por la progresiva pérdida de espectadores… Y también el punto de partida de una pregunta que hoy, mientras la resaca de esa cita con el ‘séptimo arte’ todavía perdura, muchos se hacen: ¿habrá sido el punto de partida de una tendencia revolucionaria, capaz de florecer en otras parte de Asturias y, por qué no, de España?
Aquí, en la Gijón que llegó a tener veintiséis de estos negocios en activo simultáneamente, hace años que esa realidad fue zanjada por un categórico ‘The End‘, escrito con grandes letras el mismo día de 2005 en que el Cine Hollywood echó el cierre a sus cuatro salas. Seis años atrás, en 1999, había exhalado su último aliento cinematográfico el último cine histórico, «de los de toda la vida», como aún hoy lo recuerdan los nostálgicos: el Arango, fundado como teatro y reconvertido a mediados del siglo XX para abrazar al por entonces sensacional ‘séptimo arte’. Y con mil cien butacas en su única sala, ahí es nada. Antes que esos dos irreductibles, hasta que los redujeron, se habían ido apagando otras leyendas del celuloide gijonés: los Cines Avenida, en la confluencia de Álvarez Garaya y Donato Argüelles; el Brisamar, en Cimavilla, enfocado a producciones de arte y ensayo; el Goya, heredero de aquel Cine Versalles que fue el primero con que contó la ciudad… Sin olvidar, desde luego, el Hernán Cortés, que compaginaba las pantallas con una sala de fiestas, un hotel y bajos comerciales, amén de múltiples despachos y viviendas en las plantas superiores.
Todo eso es ya carne de hemeroteca o, si se prefiere, de filmoteca. Hoy por hoy, en la que es la mayor urbe del Principado sólo sobreviven dos complejos, ambos pertenecientes a grandes cadenas, y construidos para aprovechar el empuje de otros tantos centros comerciales: los OCINE Premium, en Los Fresnos, y los OCIMAX Yelmo, anexos al Carrefour de La Calzada. Eso, claro, sin contar esa rara avis que es el Autocine situado en el camino de los Enebros, una suerte de pieza de coleccionista superviviente de un tiempo remoto y, por sorprendente que pueda parecer, tremendamente popular, bien por lo pintoresco de su concepto, bien por la calidad de su cartelera. No obstante, el debate está servido servido… ¿Podría un modelo de negocio como el de aquellos anfiteatros de antaño, ahora rescatado en Oviedo, sobrevivir y hasta prosperar en la Gijón del año 2024?
«Las salas de cine en España no paran de perder clientes, especialmente desde 2019», reflexiona Pedro Roldán, presidente de la Sociedad Cultural Gijonesa. Su análisis, carente de cualquier forma de pesimismo y basado en la pura y simple objetividad, fija la responsabilidad de esa decadencia en dos factores principales: el elevado coste de las entradas, «que se pone por las nubes si van dos adultos y un niño, y se compran palomitas y refrescos», y, no menos importante, la descarnada competencia de las plataformas de streaming, que ponen a disposición de sus abonados los últimos estrenos muy poco después de su lanzamiento en las salas, a un precio único mensual o anual, y desde la comodidad del hogar. De ahí que, como apunta Roldán, «los cines pierdan clientes, la recaudación baje progresivamente, y las salas estén desapareciendo. Y no sólo las de antaño; también las de las grandes cadenas».
Ahora bien, eso no significa que el responsable de la Cultural descarte la viabilidad de una apuesta como la de los Cines Embajadores Foncalada. Sólo hay que dar con la tecla correcta. Y, para Roldán, ese botón se encuentra en la combinación, aparentemente contradictoria, de especialización y diversificación. «La tendencia ahora es ir hacia una mayor calidad, un cine de autor, una apuesta por lo independiente, un rescate de lo clásico… Y, al mismo tiempo, se va más allá de sólo proyectar películas, ofreciendo también conferencias, exposiciones…». Un enfoque así sí podría funcionar; además, contribuiría a enriquecer ese ecosistema cultural que la instalación en la ciudad de la Filmoteca del Principado crearía. Eso sí, Roldán recuerda que, en parte, ya existe una oferta cinematográfica parecida a la que ese modelo dual preconiza, y es la que la propia Cultura brinda. «A lo mejor para ver ‘Transformers’ a no sé cuantos euros la entrada no se encuentra público, pero esa oferta potente la hay en Gijón. Nosotros mismos, aunque hagamos proyecciones gratuitas, solemos llenar la Escuela de Comercio; eso es porque hay un interés«.
¿Y qué opinan los gijoneses a pie de calle? Bien, hay puntos de vista para todos los gustos, desde luego, pero ya sea por nostalgia de un pasado conocido o imaginado, o por verdadera devoción hacia el ‘séptimo arte’, la balanza se inclina más hacia el apoyo. Y no sin argumentos, ni mucho menos. De hecho, algunos son tajantes. «No me gustan los centros comerciales», sentencia Abel Parada, vecino de Nuevo Roces, jubilado de la docencia y que, en su tiempo libre, disfruta de las películas… Pero no de las aglomeraciones que tales espacios propician. «Yo era de ir mucho al cine; me encanta. Pero en un sitio de esos no es lo mismo, porque todo tiene un toque más como de negocio, de cadena de montaje para sacarte el dinero», opina. A su lado su mujer, Olaya Valbuena, asiente con convicción. «Echamos de menos aquellos cines de ciudad, de una o dos salas, en los que había también algo de social. Creo que ahora, en el mundo siempre con prisas, algo así podría funcionar en Gijón».
El optimismo de Valbuena y Parada es compartido por Ana Rodríguez y María José del Valle, amigas y cinéfilas por igual. «Supongo que los jóvenes tiran más a los centros comerciales, pero los de cierta edad añoramos un cine de los de siempre en pleno centro, y cada vez somos más», coinciden. Con todo, su afirmación sobre las preferencias de la juventud es desbaratada por la gijonesa Jennifer Iniesta, de 21 años, y por la luanquina Andrea Vizcaíno, de 20. También ellas se confiesan apasionadas del celuloide y, como las anteriores, ven con buenos ojos la réplica en Gijón de lo sucedido en Oviedo. «Estaría muy bien; ofrecería una experiencia mucho más inmersiva que en el caso de los centros comerciales; aparte, en Candás hay uno, y funciona. ¿Por qué no iba a pasar lo mismo aquí?», plantean al unísono.
Entre los gijoneses están los que valoran todo lo que un cine aporta más allá del simple título proyectado. «Me parece un acto social; es lo que más me atrae. Eso, y que hay ciertas películas que merece la pena ver en salas grandes», concede Gris Calleja. A pocos metros, en los alrededores del Teatro Jovellanos, Amelia Castro firma sin saberlo el argumento de su desconocida vecina, pues «la experiencia mola; yo iría más si abriesen uno aquí, en la zona centro, porque los centros comerciales no me acaban de gustar para nada». Y cerca de allí, recorriendo la calle Corrida a toda prisa para llegar a tiempo de recoger a su hijo en el colegio, un risueño Luis Carmona exclama sin dudas «Yo iría. Ver películas en Netflix está bien, pero la experiencia del cine… Es distinta».
No obstante, también hay voces dubitativas al respecto. Es el caso de Isabel Mencía, dependienta de 44 años que pone sobre la mesa el aspecto económico del asunto. «Desde un punto de vista romántico, será bonito, pero… ¿Se puede mantener? Cada vez va menos gente al cine, porque es caro… Y, sinceramente, a muchos nos atrae más quedar con amigos en casa, y ver algo en Disney o en Prime», confiesa. Tampoco faltan quienes se muestran abiertamente contrarios a la apertura de un cine urbano en Gijón. A ese último colectivo pertenece el joven Pablo G. Suárez, de 34 años, profesional del sector tecnológico y partidario de que «se potencie una mejor oferta teatral, más que el cine de autor; el teatro me parece una actividad completamente infravalorada, y pienso que tendría más sentido potenciarla». Con él comparte la trinchera del rechazo Patricia Caballero, desencantada con las salas por el auge desmedido de los dispositivos móviles. «Antes molestaba que la gente hablase en el cine; ahora siempre hay alguien que enciente el smatphone, o algo, y te saca de la película de un flashazo. Para eso, la verdad, no pago una entrada», lamenta.
Es un hecho: nunca llueve a gusto de todos. Por fortuna en materia de opiniones, como en el cine mismo, siempre hay un título predilecto para cada persona. ¿Cuál elegir?