La gestión del medio natural en base a “la gaita y el tambor”, sin tener en cuenta criterios científicos, nos acabará llevando a una hipocresía sobre lo que pasa en nuestro territorio, y quien más lo pagará será nuestro paisaje. El que vemos ahora y el que verán nuestros nietos dentro de 70 años, que no necesariamente nos tenemos que empecinar en que sea el mismo, que es precisamente lo que está pasando ahora. Por eso lo queman.
Desgraciadamente el título del artículo de hoy no es una metáfora de la situación política de nuestra ciudad, que, si bien conlleva el desgaste de muchas personas, de algunos partidos y hasta de las ganas de votar, no es comparable a la terrible situación que está viviendo nuestra región, Asturias, que continúa atestada de incendios.
Comencemos por el principio de todo: los incendios son provocados. Son provocados por personas. El monte no quema sólo. Esta aparente obviedad es una de las realidades que no debemos perder de vista en todo el análisis. Pero sigamos.
Todos los datos que se pueden consultar, bien sea de “La investigación de causas de incendios forestales en el Principado de Asturias en el periodo 2002-2012. SEPA”, del “Plan estratégico de prevención y lucha contra los incendios forestales 2017/20” del Gobierno de Cantabria o del documento “Los incendios Forestales en España, Decenio 2006-2015” del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, llegan a las mismas conclusiones, que de manera resumida son las siguientes:
El mayor porcentaje de motivaciones de un incendio en Asturias es para favorecer el pasto, con amplísima diferencia sobre el resto de motivaciones que la siguen, como eliminar el matorral y residuos agrícolas, ahuyentar animales, adecuar tierras para cazar, venganzas o intereses madereros y, como no, también el vandalismo. El porcentaje atribuido a pirómanos, que existe, es absolutamente residual. En suma, con estas motivaciones el perfil de la persona responsable que se dibuja es de vinculación con la ganadería, con el pastoreo, con la caza y, muy por debajo, con algún interés en los sectores propios del medio natural.
Y decir esto hoy, en Asturias, es motivo de recibir insultos, amenazas y demás lindezas. Créanme, lo he comprobado. Porque lo que conviene decir es que existen terroristas, que todo está organizado por algún tipo de mafia del mechero, que la gente que quema los montes “no es de aquí” que no son vecinos del entorno y que no se sabe qué intereses tienen. Y si algo hay detrás de estos, y de prácticamente cualquier incendio en el medio natural, es interés.
Los datos de los últimos veinte años nos hablan de esos intereses. Pero no es de buen asturiano meterse en según qué praos. No se puede decir que la gestión de las quemas controladas hace decenas de años que dejó de tener sentido, salvo que se justifique desde la comodidad de pastorear subido a un todoterreno por unas pistas de hormigón que prácticamente te llevan ya a más del 70 por ciento de los montes de Asturias.
Otra de las realidades que estos días aflora en algunos medios de comunicación es echar la culpa al propio monte de que arda. El aprovechamiento forestal de las empresas madereras ha propiciado que la tercera especie presente ya en Asturias sea el eucalipto, una especie pirófila, un árbol al que no es que le venga bien que quemen los montes, pero tampoco mal. Resiste y persiste. Y no es que el hecho de que haya eucaliptos genere incendios, sino que genera un modelo de explotación basada en plantar y cortar masas monoespecíficas, sin preocuparse de hacer labores en el terreno, favoreciendo el crecimiento de sotobosques propios de ecosistemas degradados, dando sensación de sucio, tupido y con escaso valor ecológico pero gran potencial como combustible, lo que deja entrever la inexistente política forestal asturiana, que ha quedado en manos de los intereses madereros en este aspecto.
Otro mantra repetido hasta la saciedad es que el monte está sucio. En mi experiencia profesional he escuchado mucho esto referido a los ríos. Hay un número no menor de personas que consideran que los ríos limpios son aquellos que discurren entre una “U” de hormigón; que no pueden llevar piedras, menos aún tener bosques de ribera y hasta casi, casi, llevar agua. Obviamente lo del agua es una exageración, pero todo lo anterior no. En el caso de los montes sucios se refiere a ver laderas o praos con cotoyas. Esa cotoya que se viste como elemento a erradicar por parte del aprovechamiento ganadero surge con mas ahínco, precisamente, de quemar repetidamente las mismas zonas. Es una especie pirófita, es decir que se ve beneficiada por los incendios. Se quema, sale la cotoya, se ve la cotoya y se vuelve a quemar. Resultado: sale más cotoya.
Pero claro, si de verdad hubiera ganado y ganaderos no haría falta quemar, puesto que mantendrían el pasto. Y diréis, ¿pero entonces en qué quedamos?
Pues en que me da miedo leer las propuestas que hasta el momento baraja el Gobierno de Asturias para el tema de los incendios.
Se habla de aumentar la distancia de seguridad entre los bosques y los pueblos, modificar la Ley de Montes para ampliar la distancia actual de 75 metros a 150. Esto conllevaría eliminar masas boscosas para crear espacios que nada ni nadie mantendrá y que acabaran siendo terreno para más cotoyas, vegetación eminentemente más peligrosa (bueno peligrosa es la gente que las quema) que cualquier masa boscosa. Medida populista, irrealizable e ineficaz. Medida que estará pensando en el incendio de copas, el más peligroso pero el menos frecuente también.
Se insiste también en seguir romantizando, por puro interés electoral, determinados aspectos del mundo rural asturiano que consiste en que el paisano de pueblo siempre tiene razón y “toda la vida se quemó”. Sí y toda la vida se mandaba a los mozos a trabajar o a estudiar y las mozas a hacer las labores de la casa y evidentemente ese modelo ni es el actual, ni el que debe ser.
La gestión del medio natural en base a “la gaita y el tambor”, sin tener en cuenta criterios científicos, nos acabará llevando a una hipocresía sobre lo que pasa en nuestro territorio, y quien más lo pagará será nuestro paisaje. El que vemos ahora y el que verán nuestros nietos dentro de 70 años, que no necesariamente nos tenemos que empecinar en que sea el mismo, que es precisamente lo que está pasando ahora. Por eso lo queman.
Sí, claro que acabará llegando que veamos bosques en lo que ahora son camperas.
Pero que antes eran bosques.
Formidable y esclarecedor artículo. Enhorabuena!!!
Gracias.
Me ha gustado mucho el artículo, precisamente por lo razonado. Conozco muchos de los que creen que un río limpio es un canal de hormigón y que a destrozar sus riberas se atreven a llamarlo «sanear». Creo que en la ecuación falta añadir una cierta visión negativa del bosque por parte del mundo rural, como un espacio en el que se refugian jabalíes, zorros y lobos, y que asocian con abandono y pobreza, por contraposición a los praos para yerba y majadas ganaderas, que asocian una era (ya pasada) de ganadería de subsistencia que ocupaba a mucha más población, que añoran e idealizan. Creo que la quema para pastos no es tanto por necesidad de dichos pastos (la ganadería va a menos) sino un intento de eliminar de su entorno un hábitat que sienten que les come terreno y dejarlo como era hace 50 años.
Gracias!