«El socialismo español tiene en sus césares a sus peores y más peligrosos enemigos. A veces uno cree que gobiernan contra sí mismos, como si vivieran una guerra civil íntima y sentimental»
Parafraseando a Franco, sólo hay algo más peligroso que un socialista, un anarquista o un comunista. Efectivamente, un mal español es mucho más peligroso que todos esos rojazos. Berlanga era muy peligroso porque antes que anarquista, había sido un mal español, un españolazo terrible, capaz de zafarse de la censura con el recurso de la ironía, el sarcasmo, la paradoja y la imaginación de su cine. Y a lo que se ve, también lo son quienes se oponen a los toros, quienes se han atrevido a tomar la decisión, mejor o peor justificada, de abolirlos, atentando contra «la manera de vivir de los gijoneses». Malos españoles estos animalistas, malos gijoneses, estos abolicionistas, muy peligrosos todos. Todo es malo por ahí, mi querido y desocupado lector español.
Si creíamos que el discurso del PP local podría llegar a ser centrado y racional, pragmático y equilibrado, como sucede en Galicia, un suponer, hoy ya podemos confirmar que no será así. El fiel de la balanza popular se ha inclinado por el discurso trumpista de Isabel Díaz Ayuso. Pablo González, con sus firmas a cuestas, ha derivado el asunto de los toros en Gijón a un afluente de la libertad que es como derivarlo todo a una rama perenne de la larga y pesada historia guerracivilista que distingue entre buenos y malos españoles. En el fondo, uno piensa que es el PP quien vive su propia guerra civil interna. La guerra entre quienes están en las instituciones y quienes juegan al acoso y derribo fuera de ellas sin alternativa de gobierno, levantando la bandera blanca de la libertad, pero sin proyecto ni producto que vender al personal en el mercadeo de las elecciones municipales o generales.
Hay una pluralidad de derechas que por caminos insólitos y diferentes mañas quiere cargarse a Pedro Sánchez en Madrid o a Ana González en Gijón, convirtiendo cada día de la semana en víspera de una sufrida y perezosa guerra civil. Su contumacia tradicionalista no les ha hecho comprender que basta con tener un proyecto político creíble y con futuro bajo el brazo para que algún día el PP llegue a ser una alternativa exactamente igual de creíble. Pero esta derecha pragmática, democrática y liberal que cualquiera podría reconocer, ni está ni se la espera.
Como una curiosidad de España apuntaremos que aquí todo gran asunto se embrutece y empequeñece en una guerra civil doméstica y vecinal. Con la invasión de Napoleón, los españoles nos dividimos en nacionalistas y afrancesados. En la Guerra Mundial, hicimos aquí nuestra guerra dialéctica de café entre hitlerianos y aliados de los aliados. Ahora, con los toros, estamos otra vez en lo mismo, entre quienes ven los toros como una violación de los derechos de los animales, un atentado al feminismo o un gesto xenófobo aberrante y quienes convocan las esencias hispánicas, resolviendo la abolición de los toros con un balazo mortal a nuestra bandera y nuestra manera de vivir, ya sea a la gijonesa, a la madrileña o a la española. Quiere decirse que de cualquier discusión hacemos una guerra civil y esto se debe, naturalmente, a que el guerracivilismo está latente en los ijares de nuestro pueblo desde que Caín mató a Abel. Hay quien se empeña en que España sea y siga siendo eternamente dos Españas.
Curiosamente, el socialismo español tiene en sus césares a sus peores y más peligrosos enemigos. A veces uno cree que gobiernan contra sí mismos, como si vivieran una guerra civil íntima y sentimental. La alcaldesa de Gijón se dispara en el pie cada semana, Marlaska hace lo mismo estos días y así en este plan. Si los socialistas conservan las instituciones es porque en este PP nadie muerde aunque logre hacer mucho ruido. Cuando creemos que se despierta un atisbo de modernidad en su discurso, enseguida le atracan a uno apuntándole con la pistola de la libertad que aquí se sustancia en la esencia de lo que podría llegar a ser un gijonés y su manera gijonesa de vivir o lo que podría ser un genuino y buen español, hasta concluir el delirio en la resurrección de José Antonio Primo de Rivera y todo el recetario nacional-católico y franquista que vendría después.
Pablo González, presidente del PP de Gijón, no ha comprendido que lo que pudo funcionar como estrategia para Díaz Ayuso en unas elecciones de Madrid, no tiene necesariamente por qué producir el mismo efecto en Gijón. Quiere decirse que Pablo González, agraviado por el fin de los toros, no ha entendido lo que es es la libertad, ni lo que es ser gijonés ni tampoco ha comprendido su manera de vivir si lo reduce todo a los toros. Concurre finalmente en el mismo pecado que le atribuye permanentemente a la alcaldesa de Gijón cuando la tacha de soberbia y de ignorante. A Ana González podríamos reconocerle cierta bula en este sentido porque, como dicen los más rancios de la ciudad, ella no es de aquí. En cambio, Pablo González lleva toda la vida en la ciudad y parece que ha vivido siempre en otra. Ay.
Buen artículo. La conclusión es que los que están subiendo son los de Foro que no son ni unos ni otros