Pocas ciudades viven con el mar tan presente como lo hace Gijón, pero más allá de su Cantábrico son muchos otros los espacios en los que la naturaleza cobra protagonismo. Algunos de ellos de un valor paisajístico e histórico tan importante como para ser declarados Monumentos Naturales. Concretamente, la Carbayera del Tragamón y el Carbayón de Lavandera. En ambos el roble es el gran protagonista.
¿Qué Monumentos Naturales tiene Gijón?
- La Carbayera del Tragamón:
Al sur de la Universidad Laboral y a orillas del arroyo de Peña Francia encontramos este Monumento Natural formado por dos sectores divididos por una carretera local. En total, son más de 4 hectáreas, que representan uno de los mejores ejemplos de bosques de robles que quedan en la actualidad.
El Tramagón es un excepcional conjunto de carbayos centenarios con una estructura adehesada sobre una pradería, y una de las pocas representaciones de este tipo de bosques que existen en el Norte de España. Basta desplazarse 3 kilómetros del centro urbano de Gijón para disfrutar de estos carbayos que rondan los 300 años y alcanzan los 16 metros de altura. De hecho, por su proximidad a la ciudad es también una importante zona de ocio y recreo, equipada en el sector sur con mesas y bancos. En cambio, para conocer su sector norte hay que adentrarse en los terrenos que se incluyen en el Jardín Botánico Atlántico.
Pero además de su valor botánico, en esta carbayera pueden observarse también gran cantidad de aves como mirlos, petirrojos o herrerillos. Naturaleza en estado puro sin necesidad de alejarse de la ciudad.
- Carbayón de Lavandera:
Junto a la iglesia de San Julián en la localidad de Tueya, este roble es un magnífico ejemplar de más de 20 metros de altura y con un perímetro de casi 7 metros de tronco. Sus cicatrices recuerdan a épocas de maltrato, en las que se le clavaron clavos, se arrancaron sus ramas o incluso se le intentó quemar, resistiendo siempre a todo ello.
En torno a él surgen numerosas leyendas. Como la que cuenta que una de sus ramas llegaba hasta el campanario de la iglesia, y era utilizada por los monaguillos para trepar por ella y hacer sonar las campanas. Así, hasta un día de tormenta en la que un rayo alcanzó a uno de ellos acabando con su vida. No se sabe a ciencia cierta si la historia es real o no, pero sí que este roble gijonés ha sorteado todo tipo de vicisitudes hasta convertirse hoy en un motivo de orgullo con siglos de historia.
Un buen artículo. Yo soy gijonés desde hace 58 años y no tenía ni idea que teníamos en nuestra querida ciudad esos monumentos naturales. Gracias por la información