La alcaldesa de Gijón sojuzgó el trabajo de los periodistas, se pasó la presunción de inocencia por el arco del triunfo y perdió la oportunidad de dar a conocer Gijón como una ciudad comprometida en la lucha contra la violencia machista
En el siglo XXI, la realidad comienza a escurrirse como en los sueños. Los sueños se van olvidando, se difuminan y desaparecen en cuestión de segundos. Por más que intentemos mantener los párpados cerrados, sentimos como se deshilachan, se vuelven más etéreos, van perdiendo su materialidad de sueño y después se pierden. En la realidad, los hechos se van emborronando con la tinta de los papeles, se van solapando entre frases, en función de quién lo cuenta y para qué, hasta que la acumulación de varios relatos convierten los hechos en un borrón, una mancha oscura, saturada de todos los colores, de distintas versiones. La realidad, como los sueños, también desaparece. Los sucesos tienen la particularidad de ser descritos la primera vez con una línea clara y concisa. Apenas se trata de un sujeto, un verbo y un predicado. Después, el predicado va adquiriendo matices, correcciones, tergiversaciones; comienza a producirse una cacofonía que amenaza con ser una confusión y esta confusión, consolidada, desparramada, termina contagiando al verbo y después al sujeto de la oración, llegado a un punto en que no sabemos ni el quién, ni el cuando, ni el donde ni el por qué de todo.
Algo de esto sucede con el suceso de «la manada». En dos días no sólo hemos visto cómo la declaración de los hechos se transformaba, sino que iba adquiriendo los matices oscuros de una película dirigida por David Lynch. Lo siniestro y lo estival, fundidos en una noche agradable y al tiempo espantosa, a la que se han sumado en su segundo capítulo toda una serie de personajes extravagantes, curiosos, secundarios, más distorsionadores de la realidad. Decía Fernando Fernán Gómez que todo secundario tiene vocación de protagonista. En nuestro asunto, a un lado se sitúa el abogado de la defensa, con su siniestra mascarilla de legionario, adoptando un discurso negacionista, más preocupado de asentar las tesis de VOX que de la defensa de sus clientes. Al otro, una alcaldesa, más preocupada por corregir a los periodistas de un programa de televisión que en comunicar a los españoles las garantías que los servicios públicos de su ciudad ofrecen a cualquier víctima de abusos sexuales o violencia machista.
Me imagino que las víctimas del último caso de violencia machista todavía tendrán fijadas a su tejido cerebral las imágenes de aquella noche, percatadas de que todo aquello no fue una película, ni un sueño, ni una pesadilla, sino que tiene toda la materialidad de la vida, de sus vidas. Se habrán parado a pensar también cómo una decisión puede cambiar completamente el rumbo de sus destinos. En el fondo, lo que haya sucedido en aquella habitación del apartamento, ya no puede despegarse de la pátina de grasa que embarnece siempre una siniestra película de jóvenes indolentes cuya fiesta se descontroló por el acantilado del desenfreno, sin aviso, sin nada que anticipase el resultado, un resultado embarrado, sucio y tosco, entre declaraciones cruzadas, tweets y la voz escandalosa de los secundarios.
Los personajes secundarios se han solapado sobre la voz de los protagonistas de este thriller con neones. Ana González tiene esa extraña inclinación a meterse en todos los charcos de la peor manera posible. El lunes, los tertulianos de sucesos de Espejo Público la colocaron en su sitio. La alcaldesa de Gijón sojuzgó el trabajo de los periodistas, se pasó la presunción de inocencia por el arco del triunfo y perdió la oportunidad de dar a conocer Gijón como una ciudad comprometida en la lucha contra la violencia machista. El lunes, en Antena 3 habló una particular, no el cargo político que nos representa. Ay.
Barragan dimision!