El aludido lamenta haber sido objeto de «descalificaciones y menosprecios» y carga contra lo que tacha de «intento de injerencias» políticas en un ente cuya máxima no debería ser otra que la operatividad

Pronto se cumplirán cuatro meses desde que, a mediados de enero, Laureano Lourido anunciase por sorpresa al presidente del Principado, Adrián Barbón, su renuncia como presidente de la Autoridad Portuaria de Gijón, cargo que ocupó en tiempos de la segunda legislatura de Carmen Moriyón, cediendo la responsabilidad a la por entonces consejera de Transición Ecológica, Industria y Comercio, la socialista Nieves Roqueñí. Y han sido muchas las teorías que se han construido en torno a las razones de ese cambio de nombres, sin que se haya arrojado una luz clara sobre los motivos… Hasta ahora. En un articulo escrito por él mismo, y publicado por el diario La Nueva España, Lourido ha achacado aquella decisión a cierta «colonización socialista» que perseguiría una «desesperada» búsqueda de protagonismo, y ha afeado que se le haya puesto en la diana de «descalificaciones y menosprecios», convirtiéndole en el blanco de esa falta de educación que todo invade».
«Todos dispusieron de mi lealtad, y de mi esfuerzo y capacidad, sea mucha o poca», enfatiza el expresidente en el texto en cuestión, recordando los «buenos resultados» cosechados por El Musel durante sus años al frente. Sobre todo, a tenor de que la situación previa era de «lastre financiero y falta de operatividad de una ampliación para unas previsiones que no tuvieron entonces lugar, y que no parece que se vayan a cumplir en el futuro». Y es que Lourido no evita preguntarse cuándo se torció la situación, si los tráficos, pese a situaciones adversas, no eran malos; si la superficie apenas tenía ya capacidad para alojar proyectos, y si la situación financiera parecía encarrilada. A su juicio, «el huevo de la serpiente se llevaba incubando tiempo en la Agrupación Socialista de Gijón», dado que sus integrantes «no entendían, ni soportaban, que la Autoridad Portuaria no fuera un elemento más de su desesperada búsqueda de protagonismo en una ciudad que cada día se les pone más cuesta arriba por méritos propios». Su filosofía, pues, es clara: una empresa, cualquier empresa, tiene por obligación suprema «desarrollar su cometido con eficiencia para crear bienestar a través del empleo y el pago de sus impuestos». En especial, en el caso de una como El Musel, con su inmenso poder tractor.
«Todo lo que era cordialidad, incluso afecto compartido, se transformó en hosquedad, lo que dice mucho de la personalidad de algunos de los implicados»
Laureano Lourido, expresidente del Puerto de Gijón
Claro, que Lourido sí establece una posible fecha de inicio de las hostilidades: el último trimestre del año pasado, coincidiendo con unos cambios en el Consejo de Administración del Puerto que, en su opinión, no tuvieron más que una justificación política. Desde entonces, «todo lo que era cordialidad, incluso afecto compartido, se transformó en hosquedad, lo que dice mucho de la personalidad de algunos de los implicados», lo que, a su vez, degeneró en «un enrarecido, un intento de intromisión en la gestión más allá de lo que corresponde al papel de consejero, así como una vocación de ‘puentear’ en ámbitos del Estado relacionados con la actividad portuaria». Prueba de ello, insiste, es que, en el momento de la presentación del cese, Barbón no respondió más que con silencios, mientras que el consejero Alejandro Calvo lo hizo mediante un escrito de agradecimiento de sus servicios «que, evidentemente, no habían elaborado ni él, ni su equipo, y se asemejaba en todo a una auditoría externa global».
El expresidente también reserva palabras para su sucesora, Roqueñí, cuya intervención en la toma de posición interpretó como «un tanto desmedida y sobreactuada», si bien define la colaboración que tuvo con ella como «impecable y recíproca». No obstante, eso no eclipsa que, al tener conocimiento de su cese, por medio del Boletín Oficial del Estado (BOE), y saber del nombramiento de Roqueñí, se ofreciese a presentarle al personal directivo, algo que ella «rechazó». De ahí que concluya haciendo mención a «la mezquindad en formas y contenidos de quien durante el mandato de los tres últimos presidentes fue relevado de sus responsabilidades, y apartado de centros de decisión, por manifiesta deslealtad con todos ellos». Y vaticina alertando a la aludida de «los paseíllos que más que previsiblemente la esperan en comisiones investigadoras sobre el trágico accidente de Cerredo, incluidos los judiciales», preguntándose, incluso, «cómo se reunirá a partir de ahora consigo misma y qué pensará cuando se vea reflejada en un espejo».