El último libro de mi compadre Mario es tan dramático como lo fue el Laocoonte y las serpientes devorando a sus hijos en La Eneida. Cada palabra suya se cumple con precisión de relojero. Ha convertido el presente en profecía cumplida.
Vuelven las derechas a la plaza de Colón el próximo 13 de junio, proclamando su patriotismo de chacina contra los indultos a los mártires del procés. Estará la presencia abanderada de Inés Arrimadas, que se va a quedar en viuda de su propio partido. También estará Santiago Abascal, como un gerifalte semiuniformado, musculado y gay, y Pablo Casado, que ha puesto todos los huevos en la cesta de un populismo de derechas caótico y desquiciado, con el que pretende arrebatar a Pedro Sánchez el despacho de Moncloa. En Asturias, un sondeo prevé dentro de dos años el triunfo electoral de Barbón, la muerte de Ciudadanos, la caída de Podemos y el crecimiento de Vox, que pasaría de uno a cuatro escaños. El PP sólo gana un diputado más.
Vuelven los fantasmas de la tribu, el pasado muerto es lo que vuelve. Hay una ultraderecha que no quiere a la derecha y se aproxima como una venganza hirviente que reclama pureza, decencia, soberanía y cristiandad. La derecha democrática, europea y viable cada día es más débil. Muere agónicamente atrapada en el tacticismo. Se mantendrá sostenida por Vox en España, mientras se aleja de sus pueblos, corrompida, anulada, herida de muerte. Todo esto se lee con terrible claridad en la última novela de Mario Cuenca Sandoval. Lux (Seix Barral) es algo más que el relato de un partido fascista que alcanza el poder en España; es la concisa narración de nuestro presente, pandemia incluida, hasta el punto de que realidad y ficción caminan tan acompasadas que provocan un efecto siniestro, redundante y sincopado. Pero no, lo que Cuenca Sandoval consigue es dibujar el mapa político sobre el territorio español, como un Houellebecq distinguido con más lecturas, más hondura y más filosofía.
España es tecnocracia digital, farfolla e imagen. España es una bandera rojigualda y un tweet llamando a los quintacolumnistas a tomar el Parlamento, con la misma velocidad y dinamismo tecnológico que ansiaba Marinetti en sus manifiestos, pero también con menos lirismo que José Antonio Primo de Rivera en los suyos. España es la sublimación de cuatro ideas falsas y la descomposición de cuatro verdades. Esta España ultraderechista no necesita literatura, necesita caos, cámaras de televisión y móviles. Su estrategia simple, berroqueña y bizarra ha conseguido que Vox tenga ya más de 50 diputados en el Congreso y subiendo.
Al tiempo que Pablo Iglesias invocaba el miedo en términos políticos, estaba entregando a Vox la cartografía para que pudiera expandirlo. Y ahora nos llega esta conjura de ultratumba, esta ordalía de caudillos que van creciendo lentamente, cargando y recargando de munición a los españoles como si fueran guerrilleros de Cristo Rey. El último libro de mi compadre Mario es tan dramático como lo fue el Laocoonte y las serpientes devorando a sus hijos en La Eneida. Cada palabra suya se cumple con precisión de relojero. Ha convertido el presente en profecía cumplida.
Elecciones en Madrid, crisis en Ceuta e indultos en Cataluña componen el planteamiento, nudo y desenlace en la novela de España. En la novela de Mario se conforma perfectamente la estrategia y la trama a través de las palabras de uno de los personajes: «Todo sucede demasiado deprisa como para que la prensa liberal y marxista pueda metabolizarlo y denunciarlo. No tienen tiempo de demostrar ni una cosa ni la contraria. Mientras se esfuerzan en rebatir las informaciones que viralizamos, un nueva polémica se sucede, y una nueva oleada de indignación cubre las huellas de la precedente».
Vivimos en un país donde la mentira es munición y el cesarismo se impone, entre la ira, la tristeza y la avidez por una justicia alimentada de resentimiento. El lumpen proletariado que quiso organizar el ex líder de Podemos ahora escucha a los de Vox. También hay una juventud harta de pandemias que no cree en Dios y va a los conciertos de León Benavente, Izal o Viva Suecia que está dispuesta a votarlos. El hedonismo y la miseria van juntas de la mano atraídas por el fulgor de un violencia erótica y política.
El indulto a los secesionistas es oportuno, incluso sin que nadie tenga que pagar el impuesto del arrepentimiento y sin que nadie deba de alegar una vulgar justificación. La gracia es discrecional, nunca pretende un por qué. Sólo debe compadecerse de la forma dictada por la ley. Sin embargo, lo que sí es imprescindible es que Pedro Sánchez explique para qué otorga la amnistía. Sólo así su electorado comprenderá que el fin justificará los medios. Y aquí es donde falla Pedro Sánchez, desconectado del electorado que lo elevó a presidente. Si no es capaz de explicar para qué sacude ese árbol, es muy probable que le caigan encima todas las nueces. Qué se nos garantiza con el indulto. Eso es la cuestión. El indulto sólo será políticamente admisible si los condenados asumen que el independentismo caminará a partir de entonces por la senda constitucional. Mientras tanto, nos estamos acostumbrando demasiado al miedo, al aullido y a la oscuridad. Lux o Vox, cada día están más cerca. Aj.