Su calidad técnica levantó gradas enteras y orquestas de aplausos, de fervor, de bocas abiertas
Ahora es un hincha más del Gijón Industrial y nunca regatea a esa esperanza que brinda por el fútbol de barro y de barrio. Al del pueblo que solo será salvado por el pueblo, como todo el mundo sabe por poco que sepa. Luis Felipe Capellín es un humanista proletario de frondoso bigote, las palabras se le caen al descuido a este niño grande con mirada meláncolica, se le caen los adjetivos, como los pétalos de un geranio rojo arrebatados de una ventana por la lluvia. Capellín se hizo del Sporting cuando era neñu en Cangas de Onís. La culpa la tuvo un barbero que ejercía como ilusionista en su negocio. El tipo abría las portezuelas de un pequeño armario y de repente aparecía, ante el asombro del canijo, ese reconocible escudo con barras rojas y blancas, el emblema del Sporting.
Ya en Gijón el guaje esperaba a los futbolistas a la puerta del Restaurante ‘El Mirador’, Pocholo era su preferido y un domingo el fabuloso delantero del Llano se fijó en ese crio y agarró del hombro a Luis Felipe para decirle a un portero del estadio que a su lado iba el fichaje estrella del club. José Antonio Fernández Álvarez «Pocholo» debutó en El Molinón a los 17 años, en un empate sin goles frente al Barakaldo. «Tiene todo el fútbol en la cabeza» decían los aficionados entregados al juego del gijonés, al que llegaron a bautizar como «El Maestro» o «El Mago». Su calidad técnica levantó gradas enteras y orquestas de aplausos, de fervor, de bocas abiertas. La infancia repetía alegre en el estadio una letanía emparentada con el gol: Montes, Pocholo, Solabarrieta, Valdés y Juanjo.
Al descanso comentaban el golazo de Pocholo por la escuadra con interpretación incluida. Y si había suerte caía una gaseosa «La Panera» mientras papá se bebía uno o dos sol y sombras. No hace tanto tiempo se comentaba en las mejores ágoras sportinguistas aquel señalado 9-2 en El Molinón, entre culete y pincho de tortilla. Veteranos con memoria relataban con pelos, señales y minutos de pañuelos agitados el Sporting 9 Real Unión 2, en 1964, con cinco chicharros de Pocholo y cuatro de Solabarrieta.
Cuatro años después este magnífico futbolista protagonizaría un traspaso celebrado en Vigo por el Míster del Celta: Ignacio Eizaguirre que estaba prendado de la inimitable habilidad de Pocholo, el elegante gijonés también jugaría en el Mallorca y el Burgos. No sabemos dónde podría jugar hoy el del Llano aunque puestos a imaginar no es difícil pensar en la extinción del barro que dejaría de asomarse a sus inviernos y a los nuestros, esos mismos inviernos que perdieron la ilusión de lo excepcional.
Cómo disfrutaba mi padre, hablando con el camarero del Puentin, sobre el partido del día