
«Lo woke (…) no es otra cosa que intentar ser buena gente tratando al resto con respeto al mostrarles empatía y conciencia de su situación. Ya está, eso es todo. Esta es la bicha que tanto dicen temer algunos y que los ha soliviantando hasta el punto de que han alimentado con su indignación a la internacional facha y al atrasismo»

Tenemos a una parte del mundo mundial completamente cabreada por culpa de una palabra que no entienden. Están tan enfadados que se han arrojado en los brazos de oligarcas y políticos incompetentes que coquetean sin pudor con el fascismo y el autoritarismo. Todo vale antes que caer en las garras de la dictadura woke. Así aprenderán estos romanos, con sus ideas modernas y sus sistemas de alcantarillado. Pero si luego preguntas a los ofendidos que te definan qué es el wokismo que tanto les alarma, cada uno te dirá una cosa distinta porque lo woke es el cajón de sastre en el que colocar cada manía y psicosis de las extremas derechas y la reacción. Así que hagamos un poquito de pedagogía, que nunca viene mal.
‘Woke’ es un término que se acuñó hace unos tres lustros en Estados Unidos para describir el proceso por el cual una persona «abre los ojos» o «se despierta» ante el mundo que le rodea. Esto es que toma conciencia de que no está sola, de que su realidad no es la única que cuenta y de que hay muchas otras personas alrededor que sufren discriminación, bien por el color de su piel, su género, orientación sexual, origen, religión… Es decir, lo woke, que por otro lado es una forma novedosa de describir un proceso político y mental ya existente, no es otra cosa que intentar ser buena gente tratando al resto con respeto al mostrarles empatía y conciencia de su situación. Ya está, eso es todo. Esta es la bicha que tanto dicen temer algunos y que los ha soliviantando hasta el punto de que han alimentado con su indignación a la internacional facha y al atrasismo. La conclusión no puede ser más desoladora: que hay personas que lo que quieren es ser mala gente, pero que no se lo echemos en cara. Pues va a ser que no.
Para la mayoría de nosotros, todas estas cosas, sin embargo, nos suelen parecer muy alejadas de nuestra pequeña y cotidiana realidad. Xixón no es más que una villa del norte, casi siempre olvidada por la prensa y la política nacional, más allá de alguna noticia sobre el AVE y poco más desde que el Sporting ni está en Primera, ni se le espera -para desesperación de la mayoría de mis amigos y familia-. Estamos -y nos sentimos- lejos de Madrid, mucho más de Washington o Beijing. Estas cosas de las guerras culturares, o incluso las guerras arancelarias, nos suenan lejanas, ajenas, aunque sabemos que no es así.
Pero ni Xixón vive a espaldas del mundo, ni los que en ella habitamos podemos permanecer ajenos tampoco a los embates políticos internacionales que, de una forma u otra, acaban por influir y modificar nuestras vidas y realidades. La guerra arancelaria iniciada torpe y maliciosamente por Trump amenaza con acabar con los últimos vestigios de la industria asturiana y xixonesa, que llevan décadas sufriendo la falta de políticas, proyectos e ideas de una clase dirigente -local, autonómica y nacional- resignada a condenarnos a ser en un mero resort de vacaciones para los demás o, ante el repunte del discurso militarista, en un centro de producción de material militar, de material de muerte.
Con las guerras culturales sucede lo mismo. Si nos vamos dejando llevar por la cadena del WhatsApp o el algoritmo de X acabaremos también modificando nuestra forma de relacionarnos con los demás y el mundo y, por las mismas, acabaremos transformando nuestra ciudad, Xixón. La búsqueda a toda costa del beneficio económico, la apuesta por el individualismo, la cerrazón ante el inevitable cambio climático, la ceguera ante la desigualdad y los problemas de la ciudad… Solo posponen la necesidad de afrontar el cambio en las políticas municipales, pero también el cambio en nuestra forma de vivir y movernos por Xixón.
A Xixón todavía no han llegado los grandes fondos buitre que compran edificios, mastican y escupen a sus inquilinos para transformar sus hogares en alquileres vacacionales, las ciudades en copias sin alma las unas de las otras, y los barrios en un despliegue de franquicias de tercera y locales vacíos mientras desaparecen los negocios y comercios tradicionales. Por el momento, esto lo están haciendo ciudadanos particulares, nuestros vecinos. De la misma manera que somos nosotros los que cogemos el coche para todo en vez de dar un paseo, agarrar una bicicleta municipal o coger un autobús. Como también somos los que ponemos el grito en el cielo por las peatonalizaciones, mientras nuestros pulmones se llenan de humo y hollín, y aumentan los accidentes y los atropellos en una ciudad pensada para los coches y no para las personas. Lo hacemos por avaricia o por ignorancia de las consecuencias que tienen estos pequeños actos que, como fichas de dominó, acaban afectando al resto. Es fácil escudarse en la costumbre, o en la pereza, como es sencillo dejarse llevar por la corriente mainstream que todo lo contamina, esa propaganda atrasista que se agarra a los prejuicios, al miedo al cambio y a las rutinas que creemos inamovibles. Hemos aprendido a cerrar los ojos ante las consecuencias que nuestros pequeños malos hábitos ciudadanos cotidianos tienen en la ciudad, como aprendimos a cerrar los ojos ante las personas sin hogar y la desigualdad. Sin embargo solo tenemos que abrirlos un poquito para darnos cuenta de que podemos hacerlo mejor y, por tanto, vivir y convivir mejor.
Make Xixón woke again, porque va a merecer la pena.
Si fuera tan sencillo. El artículo no deja de ser una opinión desde un lado. Lo woke «per se», no creo que sea malo. El problema es cuando algunos lo convierten en un arma de confrontación. De hecho, el extremismo que utiliza lo woke para sus intereses «revolvinos» es una máquina de votantes trumpistas, voxeros, etc. Que se lo hagan mirar. Menos demagogia y más realismo.
Más allá de la demagogia evidente, o el supremacismo moral «pedagógico», se le olvida a la autora que también existe un woke «de derechas». Consecuencia directa del principio acción/reacción se basa en otra forma de victimismo por la supuesta discriminación positiva que recibe el victimismo contrario. Y así hasta el infinito… 🙂