
A los dos días, Manolín Argüelles se largó, cogió un tren para Gijón, y se volvió para casa porque no soportaba el aburrimiento que allí se vivía, no se sentía cómodo

Manolín Argüelles fue un tipo peculiar, poco dado a la disciplina que, incluso, llegó a abandonar un encuentro a falta de diez minutos para la conclusión porque decía que estaba harto de desmarcarse y de que no le pasaban balones. Pero Argüelles tenía ese carisma que arrastraba al público gijonés, era un futbolista muy querido por la afición a pesar de sus excentricidades. Nació el 15 de junio de 1893 en Gijón y fue hermano de Víctor, futbolista del Olympia (filial sportinguista) y del primer equipo rojiblanco y primo de Joaquín, figura del Fortuna de Ceares que también llegó a jugar en el Sporting. Manolín Argüelles empezó en la Sportiva Gijonesa y se incorporó al Sporting en 1913, con tan sólo dieciséis años.
Pronto se convirtió en una de las figuras del equipo. Extremo izquierda indiscutible en las formaciones del principal equipo gijonés llegó a ejercer también de entrenador del club y directivo. Pero, además, Manolín Argüelles pasó a la historia por sus excentricidades. En 1920 fue convocado por la selección española para disputar las Olimpiadas de Amberes. Antes de marchar para Bélgica se organizó una concentración del equipo nacional en Bilbao, la primera fase, e Irún, la segunda. A los dos días, Manolín Argüelles se largó, cogió un tren para Gijón, y se volvió para casa porque no soportaba el aburrimiento que allí se vivía, no se sentía cómodo. La selección española acudió sin cubrir su baja, con solo veintiún futbolistas en lugar de los veintidós preceptivos, puesto que el C.O.I. ya le había otorgado la correspondiente credencial al asturiano, y obtuvo allí la medalla de plata, pero Manolín valoraba otras cosas.
A su retirada regentó la famosa sidrería Casa Argüelles, donde con su célebre camarero riosellano Julio Martino “Turraína” -un acérrimo seguidor del Real Madrid y del Oviedo, mientras que Manolín, su inseparable amigo y patrón, era un convencido anti-madridista y un sportinguista de corazón- se hicieron popularísimos en un Gijón que apreciaba la genialidad por encima de la eficacia y del que aún perduran en la memoria colectiva de los gijoneses múltiples anécdotas. En una ocasión, Manolín le pidió a su camarero que matara un pequeño ratón que había aparecido en el almacén del negocio. Turraína tenía auténtico pavor a los roedores, así que se plantó y tiró de convenio: “¿Pero tú qué me contrataste pa’trabayar de camareru o de gatu?”. Evidentemente, como camarero no tenía la obligación de realizar labores de felino doméstico. A cada uno, lo suyo.
Turraína, afincado en Gijón desde los diecisiete años, nunca renegó de su amor por el equipo carbayón, de su doble condición de oviedista y madridista, pero siempre tuvo relación y amistad con jugadores rojiblancos, como su inseparable amigo Garciona, con el que vivió numerosas anécdotas. Janel Cuesta, en un reportaje realizado para el diario El Comercio, con motivo del homenaje que en su honor realizó la Asociación de Hostelería de Gijón en el restaurante Las Delicias, recogía unas palabras del simpático camarero riosellano al respecto: “acuérdome de los jugadores de antes como Cholo Dindurra, Pachu Sánchez, Pío, Vinagre o Sirio, que jugaben, alternaben y facíen lo que queríen, ahora estos probinos ganen muncho pero viven como esclavos”.
Manolín Argüelles, de todas formas, no fue el único sportinguista que renunció a la selección española. Unos años más tarde lo haría Pin Ordieres. Era en mayo de 1927, España jugaba contra Italia en Bolonia y dos de los jugadores seleccionados, los barcelonistas Piera y Samitier habían causado baja en la lista de la selección al descubrirse que, en la anterior convocatoria española, habían fingido una lesión para jugar con el equipo azulgrana contra un conjunto escocés, el Motherwell. Así que a última hora, fueron descartados por el seleccionador Mateos (uno de los tres que dirigía el combinado nacional, junto con Manuel de Castro “Handicap” y Ezequiel Montero). En su lugar se citó a Chicha, del Celta, y a Pin Ordieres, del Sporting. Se enviaron sendos telegramas para citarlos. Uno a Vigo, reclamando al interior gallego, y otro a Gijón, pidiendo a Pin. Ninguno de los futbolistas llegó a Bolonia para disputar el encuentro internacional que servía como inauguración del estadio del Littoriale. Chicha, profesionalmente dedicado a la pesca, estaba en alta mar por lo que no pudo recibirlo. Pin, por el contrario, tenía una cita que le hacía más ilusión: el Sporting partía a los dos días a disputar dos encuentros amistosos, uno en San Sebastián contra la Real Sociedad y otro ni más ni menos que a París, para enfrentarse al Red Star. Jugar con sus compañeros de club en la capital francesa era algo que no podía perderse ni siquiera por una llamada de la selección. Así que fingió que había recibido el mensaje tarde, que a su recepción no le había dado tiempo a coger el tren en dirección a Irún para, desde allí, desplazarse a Italia. No coló. El telegrama había sido recibido por el sportinguista a las 19:45. Pin aseguró haber perdido el tren que salía a las 20:30, pero había otro, y con plazas libres, a las 21: 10. En este último, además, viajaba el presidente de la Federación, el marqués de Someruelos, que se encontraba en Galicia y se había desplazado a Asturias para coger el tren en dirección a la frontera y después, ya en tierras francesas, hacer el enlace hacia Bolonia. Pin Ordieres viajó con el Sporting a San Sebastián y París y disputó ambos partidos. A la vuelta se encontró con la noticia de que tanto él como los barcelonistas Piera y Samitier eran sancionados durante un año sin poder volver a ser convocados por la selección española. El Fútbol Club Barcelona fue castigado, además, con una multa de diez mil pesetas por falsificar la documentación que acreditaba la falsa lesión de sus futbolistas. Ordieres nunca más volvió a ser llamado por España. Piera y Samitier, sí.
He detectado algunos errores.
Manolín Argüelles no regentó una sidrería, sino que puso, junto con su mujer un restaurante de fama en la calle Melquiades Alvarez, de Gijón, que regentó hasta su muerte.
Julio Martino, «Turraina», natural de Ribadesella y camarero de profesión, no trabajó para Manolín Argüelles. Si trabajó con Calixto cuando éste se hizo cargo del restaurante años después de la muerte de Manolín.
Saludos.
Julio Martino, «Turraina», natural de Ribadesella, no trabajó para Manolín Argüelles. Si trabajó con Calixto cuando éste se hizo cargo del restaurante años después de la muerte de Manolín.
Saludos.