Anarquista convencido, de la CNT y de la FAI, dispuesto a abrirse paso a tiros en aquellos años de plomo, en la sufrida década de los 20. Luchando contra chivatos, esquiroles y policías
Quedo con David Manuel Rivas Infante a la hora exacta del primer vermú del día en el Café Dindurra. El humanista asturiano con modales de caballero británico de otro tiempo me recibe con sonrisa abierta, abrazo sincero y un Martini en vaso corto con hielo que baila sobre la vieja mesa de mármol. En el Café del Paseo Begoña, siamés del teatro de la ciudad, comenzamos a dar vida recordando a Manolo Infante, playu anarquista, bajito, de ojos claros y cabello rubio. Con pinta de americanu, nacido en la Calle Rosario en 1901.
En ese mismo año abrió sus puertas el Dindurra, el Café de los Cafés en ese Gijón del alma que tanto añoramos. A Rivas se le iluminan los ojos hablando de Manolo, que fue descubriendo el universo playu a su nietín entre botellas de sidra y sardinas o en las fiestas de La Soledad, celebrando los disfraces de Concha «La guapa» y su hijo: Rambal. Manolo, el americanu fue grabador en vidrio; dibujaba, doraba, domeñaba el material como buen artesano. Desde las vidrieras de algunos portales hasta la esfera del reloj de Jardines de la Reina.
Anarquista convencido, de la CNT y de la FAI, dispuesto a abrirse paso a tiros en aquellos años de plomo, en la sufrida década de los 20. Luchando contra chivatos, esquiroles y policías. Pese a respirar lustros de derrotas prolongadas este libertario siempre mantuvo a flote la alegría de vivir. Le ayudó su amigo de infancia: Máximo, una suerte de Julio Iglesias de barrio que repartía querencias en tres hogares «sin darse importancia». Máximo hizo las veces de Celestina con Carmina, también anarquista, y Manolo. La pareja cortejó entre Puerta La Villa y Cimavilla y se casaron en 1932. La algarabía se escapaba por los bolsillos del americanu en l´Antroxu (que prohibirian años después) con la charanga «Los Vampiros» que tenían hasta himno: «Vampiros somos y vagamos por el mundo entre tinieblas ante la dicha y el amor. En menos de un segundo y por un beso vendemos nuestro amor». El nieto sigue acumulando recuerdos y me cuenta riendo la vez aquella del Prendimiento de San Pedro con legionario romano incluido, cargando un estandarte con la leyenda: SPQR. El guaje le preguntó qué significaba SPQR y Manolo con humor playu le soltó al nietín: «San Pedro Quier Rosquillas…»
Tocaba el americanu el acordeón y cantaba muy bien por las tabernas de confianza. Leía con devoción a Teodoro Cuesta y Pachín de Melás y cuando Rivas cumplió 15 años, Manolo decidió regalar al futuro economista: El Apoyo Mutuo, con la firma de Piotr Kropotkin, Un título que enmarcó la relación de Carmina y Manolo, Salvando crisis y fame, guerra en el Rif, gripe de los años 20, Revolución del 34, guerra civil, posguerra, represión y transición. Apoyo mutuo y alegría de vivir…
Un rayo de sol ilumina por sorpresa la mesa y los dos decidimos fijar la mirada en la puerta. Un tipo bajito y rubio con sombrero Pánama, pantalón blanco y camisa de lino duda antes de ganar la calle saludando en nuestra dirección. Rivas eleva al cielo el vaso de Martini sin dejar de sonreír.
Es bueno recordar esas gentes que pasaron por la vida dejando algún lastre afectivo. Un saludo Monchi.