«Festeja la vida en el instante que importa o en el silencio cómplice, aquel que no resulta incómodo. Ella se agarra con fuerza a esos amigos de acero inolvidable que saben que leer lo cambia todo«
María José se despierta todas las mañanas con un buenos días mundo y unas irrefrenables ganas de leer poesía. Se acomoda entre un par de sus mejores cojines y comienza a recitar en pijama a José Yebra, a María Lorente, Yasmina Álvarez, Noemí González y Emilio Amor bajo la atenta mirada de un gato azafrán. Tiene María José Menéndez la sonrisa reluciente de las soñadoras, las de la resistencia, las que aparcan zozobras pensando en paseos frondosos de futuros posibles.
Festeja la vida en el instante que importa o en el silencio cómplice, aquel que no resulta incómodo. Ella se agarra con fuerza a esos amigos de acero inolvidable que saben que leer lo cambia todo. No se pierde presentación literaria en Gijón y si es en «La buena letra» hará compañía a los serenos de vuelta a casa, después de charlar con Carlota Suárez, Aida Sandoval y Verónica García-Peña.
Sueña María José en las noches de luna llena con Cimavilla. Y a la mañana siguiente necesitará recorrer la frontera de esos dos barrios en uno. De Los Remedios a La Soledad hasta que pueda el recuerdo de un café en el antiguo Atocha o una improvisada comida en Los Espumeros con dos amigos del alma: la actriz Laura Iglesia y el librero Rafa Gutiérrez Testón.
Y entonces al final del postre, con baile de cucharilla incluido, la sobremesa decidirá olvidarse de los minutos para esta rubia del frasco, zurcidora de lo inevitable. Regresarán los tres amigos a sus madrigueras sin prisa en una tarde de glorioso atardecer en los cielos de Cimata. Que todo es plural en el barrio alto y hasta los cielos le pertenecen si se contemplan justo antes de bajar al muelle. La noche vendrá acompañada de otro libro a la espera del duermevela que traerá a la mente el credo de María José. Y es que ella cree en las cicatrices y las piedras, en los errores y fulgores, las fatigas y los refugios, los cafés y los abrazos.
Todo es efímero, todo pasará. Hasta la palabra precisa, pasará de largo como una ráfaga de viento acariciando leve la cornisa más alta. Tan solo quedará el abrazo, el que va a parecer eterno, el interminable abrazo en un lejano tiempo de relojes sin manecillas.